La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

Capítulo extra I

Stella

Después de todo lo que Dorian y yo habíamos pasado, del dolor, la separación, las pérdidas, los miedos, nunca creí que llegaría el día de mi boda y yo… yo era un manojo de nervios.

Vicky había llegado desde hace una semana para ayudarme con los preparativos. Estaba muy emocionada con el vestido, la fiesta y todo.

Un poco, al contrario, Stefan no había querido salir de su habitación en pocas ocasiones. Todavía estaba asimilándolo todo, pero en el fondo estaba muy contento.

Conner y Franky habían llegado hace dos días para la despedida de soltero de Dorian y aunque este tenía sus dudas a lado de ellos, la verdad es que sabía que la pasarían bien.

Lady Janine, nuestra modista de confianza, y Vicky trabajaron juntas para hacer, según sus palabras, el vestido de bodas perfecto y vaya que podía verlas echar fuego cuando anotaban ideas.

Al final, estaba tan conmovida de lo que hicieron conmigo. Un precioso vestido largo, con una ligera caída de campana y un velo hermoso a mi espalda. Y el peinado. ¡Dios mío! Estaba recogido en una corona con flores blancas, que no me reconocía, no podía creer que esa verdaderamente era yo.

Y Vicky no dejaba de admirarme frente al espejo.

—Eres la princesa y novia más hermosa que haya visto —mencionó conmocionada.

—Sin duda alguna —combinó lady Janine, la modista—. Estoy orgullosa de mi trabajo.

—Y yo —añadió mi amiga. Luego ambas chocaron las cinco.

—Gracias —pronuncie apenas en un hilo de voz.

Lady Janine salió un momento por un par de flores más y yo seguí viéndome al espejo.

—¿Sabes a que me recuerda esto? —preguntó Vicky de pronto.

—¿A la disculpa con fuegos artificiales? —indagué, porque yo no podía dejar de pensarlo. Vicky tenía la misma emoción en el rostro como aquella vez.

—Sí —contestó con nostalgia—. Me hace muy feliz que Dorian esté a tu lado.

Le devolví la mirada con mucho cariño y apreté su mano. Vicky me sonrió y luego se dio la vuelta y tomó asiento en el sillón.

Yo no dejaba de sentirme nerviosa y se veía cada vez que sacudía las manos.

Miré desde el espejo hacia el sillón, Valentina también estaba ahí. Muy conmovida de acompañarme.

—Tranquila —mencionó ella—, serán muy felices los tres.

Un respingo escapó de mí y Vicky también se llevó una mano a la boca.

—¿¡Stella!? —gritó mi amiga— Tu…

—¡Valentina! ¿cómo…?

—Les recuerdo que yo también puedo ver el futuro —contestó encogiéndose de hombros—. Y… también sé que será, pero no se los voy a decir.

—Yo sí quiero saber —demandó Vicky, pero Vale negó con una sonrisa—. ¡Por favor! No diré nada.

—No. Lo guardaré para cuando llegue el momento —añadió calculadora—. Solo diré que será muy divertido verle la cara al duque durante la noche del parto…

—Será de noche, anotado —interrumpió Vicky y yo me crucé de brazos.

—Y no es todo —continuó Vale—. Él no sabrá si entrar o si preservar su cabello esperando afuera.

En ese momento Victoria soltó una carcajada y yo coloqué ambas manos a la cara.

—Pero tú no dejarás de llamarlo, aunque quieras arrancarle el cabello. Al final todo saldrá bien y serán muy felices con… ¡No diré más! El sexo del bebé me lo guardaré hasta que nazca.

—O, hasta que nosotros lo sepamos —dije.

—Eso también.

—¡Ay, que emoción! —chilló Vicky y me abrazó—. No estoy, sorprendida, pero si emocionada.

Solté un falso gesto indignado y ambas sonrieron.

Pero siendo sinceras, estaba demasiado emocionada por ese futuro.

Acaricie mi vientre.

—Aún no se nota, pero ya casi —dije con ilusión.

Vicky se acercó a mí y luego, con cariño acarició sobre mi vientre que aún no crecía, pero que nuestro hijo o hija ya estaba dentro, después de todo apenas tenía tres meses.

—Aún no, pero pronto. —Me sonrió mi amiga y luego le hablo a mi pancita—. Hola bebé, yo seré tu tía adinerada que te traerá miles de regalos.

—Y yo —añadió Vale detrás.

Me rendí, dejé que la emoción de ambas me contagiara y los nervios bajaron.

A los pocos minutos tocaron la puerta. Stefan llegó, bien peinado, bien arreglado, más guapo que de costumbre. Con su pelo recogido hacia atrás y su traje azul marino con detalles dorados. Me abrazó sin decir mucho. Sentí su orgullo, su ternura y su eterno instinto protector. Él me tomaría del brazo y me llevaría al altar. Era algo obvio que así sería, pero no dejaba de ser un momento emotivo entre los dos.

El lugar era un jardín lleno de bugambilias y flores blancas, abierto al cielo, con el castillo detrás como testigo. Los invitados eran nuestros más cercanos: amigos, familia, el consejo y algunos rostros conocidos de los tres reinos. Simón organizó todo y Valentina lo ayudó a filtrar las peticiones extravagantes. La boda era pequeña, pero preciosa.




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