La rosa blanca y el pájaro ruiseñor

Capítulo extra IV

Sobre sueños y futuros.

Claramente, los más felices de la fiesta eran los novios. Mientras ni Dorian ni Stella se perdían de vista el uno al otro, demostrando que estaban más que enamorados, del otro lado del salón Stefan se sentía complacido de ver feliz a su hermana.

Simón había hecho un gran trabajo como organizador de bodas, pero también era un buen momento para tomar un breve descanso.

Se acercó a donde platicaban el príncipe, la ex reina y madre del novio y la guardia que no dejaba de zambullirse en bocadillos chocolatosos.

—Deja de comer bocadillos o te acabarás los de la bandeja —regañó Stefan en un susurro, pero Vale no paró.

—Para eso son —se defendió—. Para comerse.

Y devoró uno más, aunque después de eso hizo una pausa y tomó de su copa.

—Hiciste un gran trabajo, querido —felicitó la princesa Margaret a Simón.

—Gracias, su alteza. Se merecían la mejor de las bodas.

—Agradezco tu empeño para hacer felices a mis hijos.

Porque así era, desde que decidió proteger a Stella, la ex reina la consideraba también su hija.

—Es un honor —terminó Simón con una sonrisa. Luego miró a su mejor amigo que este también le miraba agradecido—. Aún no me agradezcas.

—¿Por qué no? —preguntó Stefan y Vale también observó por un segundo antes de beber.

—Todavía debo planear su boda.

En ese momento, Valentina pareció atragantarse y Stefan intentaba balbucear algo, hasta que se percató que la guardia seguía tosiendo.

—¿Qué dices? —cuestionó la chica entre jadeos.

—Sí, ¿de que hablas?

La exreina sonrió cómplice por detrás del joven secretario. Estaba disfrutando la escena. Entonces Simón se encogió de hombros.

—La de cada uno —aclaró—. Cuando llegue el momento —añadió como si restará importancia—. ¿Qué cosa creyeron que intentaba decir?

—Nada —se apresuró a decir Stefan y luego bebió de su copa—. Nada. Todavía es muy pronto, ni siquiera tengo pareja.

—Eso se puede remediar —intervino la exreina—. Mi sobrina, Farah está muy interesada en el puesto.

—Solo es una buena amiga.

—¿Lo mismo dice de todas sus amigas? —interrogó y miró levemente de soslayo a la chica a su lado, pero Valentina pareció no notarlo porque seguía limpiándose con un pañuelo el traje que llevaba puesto.

Y por si fuera poco, Stefan tampoco lo entendió.

—Sí, por eso son amigas, ¿no? —respondió con inocencia.

La reina y el secretario intercambiaron una breve mirada furtiva. Simón asintió y dijo entre susurros:

—Esto nos va a tomar tiempo.

—¿Qué cosa? —volvió a preguntar Stefan con la misma inocencia.

—Nada, querido —respondió la exreina—. Y tú, hermosa, ¿qué piensas?

Vale que al fin había dejado de usar papel tras papel, les miró y prestó atención.

—¿Seguimos hablando de bodas? —Simón asintió—. Me gustan las bodas, es divertido asistir a una.

—¿No te gustaría tener una? —preguntó su amigo.

—No —respondió muy segura y eso llamó la atención de todos—. Me gusta mi libertad. Antes de decir “Si acepto” quiero recorrer el mundo, Compartir mi música. Conocer más allá de las paredes y deberes que me han atado durante años. Quiero… comprometerme con lo que me hace feliz y eso es la música.

Una breve punzada se instaló en Stefan y luego lo rechazó, conmovido e impresionado por lo emocionada que sonaba Vale al hablar de sus sueños, pero sobre todo de su idea de conocer más allá de las paredes y deberes que le habían atado… eso le removió.

La reina asintió lenta, como si asimilara sus palabras y luego estiró su mano. Le dio un breve apretón a la chica.

—Deseo que cumplas tus sueños y metas. Te lo mereces —dijo con sinceridad.

Vale le agradeció con la mirada.

Simón hizo lo mismo, pero fue Stefan el que antes de decir algo, Simplemente sonrió resignado…

Un poco más tarde, la música aún flotaba en el aire tras la celebración. Afuera, bajo el cielo despejado y estrellado de Rosnia, Valentina se apartó del bullicio del salón para respirar. Llevaba aún su uniforme ceremonial, pero por primera vez en mucho tiempo, no tenía su cinturón colgado a la cintura. Solo silencio y la luz de la luna y las estrellas adornando el cielo nocturno.

Stefan la encontró allí, sola, recargada contra el barandal de mármol.

—¿Huyendo de la multitud? —preguntó con una sonrisa cansada.

—Digamos que estoy tomando una pausa —respondió ella, sin voltear aún. Luego añadió—: No todos los días soy invitada en una boda.

Él rio suave.

—Gracias —dijo entonces—. Por todo. Por cuidarla. Por no dejarme caer.

Ella lo miró de reojo. Sus ojos brillaban, quizá por la humedad del ambiente, o por otra cosa.




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