—Por esa sonrisa capaz de derretir al corazón más frío y de alegrar a cualquiera, por esas palabras tan dulces que emergen de sus labios, por esos ojos profundos y libres, por la perfección misma, por ella hice lo que debía hacer oficial. ¿No haría usted lo mismo? —dijo mientras se balanceaba de atrás hacia adelante en la silla—. ¿Ver siempre feliz a la persona que ama?
—Claro que lo haría, tengo una esposa y lo que más odio es verla sumida en tristeza, por eso salgo con ella, le doy flores, regalos, lo que las personas hacen.
— ¡Bravo señor oficial! —exclamó aplaudiendo en un tono burlesco— déjeme decirle con todo respeto, que usted señor es un ser común y ordinario. Yo en cambio veo el amor de otra manera. Tomo ese sentimiento puro y lo llevo más allá. Soy alguien especial señor oficial, no común como usted o cualquiera.
—No es ser común señor Tailer, es romanticismo. La forma de demostrar afecto que es parte del ser humano, su esencia misma, en cambio lo que usted hizo no es considerado normal. El matar a alguien por ser especial no tiene argumentos cuerdos, admita que mató a esas dos personas presa de la locura. Usted sufre una alteración señor Tailer, su cabeza no está en condiciones de poder distinguir algo tan complejo como lo es el amor, solo pone ese bello sentimiento como causal de sus actos, si la cordura le hubiese acompañado sabría que el asesinato no es una demostración de amor en ningún sentido y nunca lo será.
—Lo sé, yo no confundo algo tan delicado y preciado como el lino con cualquier tela señor oficial. Yo solo mantuve esa encantadora sonrisa en su rostro apartando a todo aquel que se osara a quitársela.
—Señor Tailer, el hecho es que usted es un criminal, y no solo eso, es un asesino. Tenemos pruebas de que usted mató a dos personas. Lo que llama amor es solo un delirio de un desquiciado que no acepta sus actos, ¡confiese de una vez! —dijo levantándose de la silla y mirándole amenazante.
—Está bien, está bien, lo confesaré, soy...un loco de amor.
—Ya déjese se juegos infantiles Tailer y confiese.
El acusado y el oficial se encontraban en una pequeña sala donde lentamente el aire comenzaba a tornarse denso. La habitación estaba pintada de lo que alguna vez fue un color gris, la pintura se desprendía presa de la antigüedad y el maltrato, había una vieja mesa de metal en medio de ambos hombres que se miraban fijamente y sin expresión en sus rostros, casi como dos animales analizándose en busca de un punto débil que atacar.
Tailer Brown sentado contra la pared miraba al oficial. Sus muñecas estaban siendo estranguladas con esposas, aún vestía lo que usaba hasta hace unas horas en su cumpleaños. Ambos hombres se escudriñaban sin decir palabra alguna. El oficial estaba cansado, quería escuchar la confesión de ese hombre que lo miraba, otro asesino en serie nada más se decía rendido.
—Estoy loco —dijo riendo el acusado—loco de amor, si quiere que confiese el comienzo de mi profundo amor hacia Caroline, se lo diré.
El oficial miró incrédulo a Tailer. Llevaba más de cinco horas tratando de hacerlo confesar, y nada.
—Todo comenzó así, preste atención—dijo tomando una actitud más seria.
***
La venda de la inocencia cayó de mis ojos esa fría tarde de invierno, y desde entonces, todo se hizo claro para mí. La nieve teñía los techos de un abrigo blanco, el viento danzaba entre los árboles despojados de sus hojas, y Caroline y yo jugábamos. Siempre nos gustaba ir al parque central, sin importar si era verano o invierno. El lago de ese lugar es testigo palpable de nuestra historia juntos, nos vio caer y resbalar mientras aprendíamos a patinar en sus aguas gélidas de invierno, alimentar a los patos en primavera, y ver el reflejo de los fuegos artificiales en verano, eso sin mencionar nuestras carreras de hojas en otoño.
Ese espejo gigante presenció como nuestros padres sentados en unas bancas cercanas se reían tras intentos fallidos de patinar (caídas que por cierto están enmarcadas en más de algún cuadro de mi casa), hasta que al fin pudimos hacerlo como profesionales. Amaba patinar junto a ella.
No era como si no tuviésemos otros niños con quien hacer una travesura, por el contrario, había muchos en los alrededores, pero simplemente no nos importaba. En más de una ocasión rechazamos jugar con nuestros amigos. Si lo pienso, quizá el destino quería que fuese así, solo ella y yo, y nadie más.
Esa tarde hacía mucho frío y mi madre me había dado algunos billetes para ir al café Tentations.
—Caroline, ¿quieres ir a nuestro café?
—Mi madre no me dio dinero, solo tengo para el transporte.
—No te preocupes va por mi cuenta.
— ¿Estás seguro?
—Sí, vamos.
Tomé su mano y comenzamos nuestro camino entre la nieve y las risas chillonas de los niños. Tras atravesar el parque miramos a ambos lados de la calle y cruzamos a la calzada. Después de la tienda donde mi madre va a la peluquería se mantiene en gloria y majestad el café Tentations.