Camino por las calles pintorescas de Grecia, viendo cuál será mi próxima tarea del día.
Como descendiente de Afrodita, Diosa del amor carnal, la belleza y el deseo, herede una habilidad parecida a la de Eros. Él hace que las personas se enamoren con sus flechas, yo en cambio, es más que suficiente una gota de mi sangre para tener el mismo efecto que sus flechas.
Y al ser también hija de Hefestos, Dios de la fragua, maestro herrero y artesano del fuego y del metal, se me otorgó la habilidad de que cualquier cosa que yo haga con mis manos salga bien. Es por ese motivo que confecciono regalos u objetos que al ser terminados le agrego una gota de mi sangre para así la persona que lo reciba se enamore del primer individuo que vea. Generalmente lo entrego cuando la futura pareja se encuentra lo suficiente cerca para poder mirarse.
Las personas de Grecia acuden a mí, cuando Eros se encuentra ocupado, que es generalmente siempre. Mientras él se encarga de armar parejas de “importantes” en los más altos cielos, en el Monte Olimpo, en donde habita Zeus, yo me encargo de las personas de Grecia, gente a la que los dioses mayormente pasan de ser percibida, pero para mí no lo son.
Amo el trabajo que se me otorgó mucho antes de que yo naciera.
Mi mente vuelve a las calles del lugar en donde vivo, para visualizar a una mujer, no más de cuarenta años, correr hacia mí. Detengo mis pasos para esperarla y saber por qué acude a mí con tanta desesperación.
― ¡Majestad! ―grita la señora aminorando el paso en mi dirección.
Una vez que llega a mi lado se tiene que inclinar y colocar sus manos en las rodillas para recuperar el aire y tratar de que su corazón se relaje un poco.
― Respire señora no me iré hasta escuchar lo que me tiene que decir, así que con calma.
Unos minutos más bastaron para que pudiera recuperar el aire y su respiración se volviera normal.
― Ahora sí, ¿Qué tenía que decirme? ―cuestiono.
― Le quería pedir un favor a usted majestad.
― Cuantas veces tengo que decirlo, no me digan majestad. Me llamo Celestina ―digo con amabilidad―. Pero si, que favor necesita.
― Quisiera saber si podría encontrar una pareja para mi hijo.
― Pues claro para eso fui creada, dígame como es su hijo para ver con quien encajaría a la perfección.
― Es guerrero hace cinco años, puede verse rudo por fuera, pese a que es todo un caballero. Capaz que no demuestra sus emociones en la primera oportunidad, pero es una persona de bien.
― Bien, lo más importante ¿Cuántos años tiene? ―inquiero un poco emocionada por la tarea que se me presento este bello día.
― Treinta y uno maje… Celestina ―se corrige un poco tímida.
― Con eso es suficiente, buscaré a la chica perfecta para…―dejo la frase a la mitad al darme cuenta de que no sé su nombre―. Disculpe ¿Cómo se llama su hijo?
― Arsen, se llama Arsen.
― Perfecto, empezaré ahora mismo con mi trabajo ―le aviso―. Que tenga un buen día, señora ―me despido para seguir mi camino, ahora con un propósito encima.
― ¡Que tenga un bello día señorita! ―anuncia la madre de Arsen.
Armar parejas, los cuales son polos opuestos en el tipo que más me gusta.
El resto de lo que queda de la mañana, vago por las calles de Grecia buscando a la mujer indicada, pero no la encuentro.
Hasta me fui a buscar a mi hermano, Eros, para que me ayude, pero estaba ocupado. Además, lo único que dijo fue: ― Yo cuando empecé no tuve a quien preguntar y eso me sirvió bastante a pesar de lo frustrante que fue.
Con eso siguió haciendo su trabajo y a mí con una duda impresionante, por no encontrar a la indicada
…
Hace unos minutos me encontraba pasando por enfrente de una florería, mirando que mi vestimenta no se hubiera corrido de lugar, ya que me encuentro vestida con una túnica de espalda descubierta, con escote en V y unas aberturas desde los muslos para abajo. La seda es sostenida por una fábula en la parte de mi estómago con forma de una enredadera de hojas flores y en centro en la parte de mi estómago una piedra preciosa de color rojo.
En mi mano derecha hay un brazalete ancho con unas inscripciones en relieve de una pequeña flor y otro enroscado a en mi antebrazo, con la cabeza de una serpiente en el comienzo de esta. Una diadema con apariencia de laureles unidos decora mi cabellera de color fuego a juego con un collar entorchado con pequeñas hojas. Y también tengo puestas unas sandalias de cuero con tiras entrecruzadas hasta casi llegando a la rodilla.
Entro a la florería porque vi una rosa muy hermosa, que servirían para entregarla a la chica indicada de Arsen. La pago y salgo de nuevo al frente del local.
Mi vista se dirige a un hombre de no más de treinta y cinco años, piel bronceada, músculos marcados y algunos tatuajes en sus brazos y parte del torso. Tez marcada y su cabellera de un color entre negro y marrón.
Lleva parte de una túnica color negro de la cintura para abajo y una espada cruzada en su espalda, lo más raro de ese hombre es que tiene un águila en su hombro, por lo que se ve es su dueño. Por estar prestando atención a aquel hombre una señora con un carro de bolsas de algún material de cocina choca contra mí por estar en el medio de la calle, haciendo que sus pertenecías caigan al igual que la señora y por consiguiente a mí también, al suelo.