La Rosa de Sax

CAPÍTULO V: Invisible

—Espero que todo haya quedado claro —sus labios se curvaron en algo que, en un universo paralelo, podría considerarse una sonrisa—. Buena suerte.

Y ya.
Dejó el micrófono sobre el atril como si le estorbara y bajó de la tarima sin mirar atrás.

Las chicas quedaron estupefactas.

Una vez que entendieron el mensaje detrás de la pequeña demostración, sus sonrisas se desdibujaron como huellas en un día lluvioso.

Esto no iba a ser nada fácil.

Valeria tenía un mal presentimiento… muy malo.

Tenía que enfocarse, concentrarse en su meta:
perder la competencia… sin llamar la atención.

El golpecito del micrófono contra el atril devolvió la atención del público al escenario.

—Eso ha sido todo de parte del señor Atlas —anunció una voz suave, modulada, casi hipnótica—; volverá durante la semana para supervisar el avance de las señoritas.

Valeria reconoció al hombre que había tomado el micrófono.

Matteo Lombardi.

Carismático, encantador, experto en sonreír mientras apagaba incendios mediáticos.
Era el rostro visible del equipo de Atlas…
Y sabía usarlo.
Cada vez que el mundo esperaba que Atlas explicara algo —un escándalo, un titular, una de sus “incidencias”— era Matteo quien hablaba.

Él, junto con su madre y su padre, eran La Mano Derecha de Atlas.

Nadie estaba seguro desde cuándo o por qué formaban parte de su equipo, pero desde que Atlas había hecho su debut público, ahí estaban:
más que una familia…
un escuadrón de managers,
la guardia silenciosa,
el servicio más leal del Mistral.

Matteo se ajustó los lentes de una forma que a Valeria le pareció indecorosamente seductora.
—Si miran a su izquierda podrán ver el espacio para las entrevistas —anunció con una sonrisa digna de comercial de perfume caro, como si no se hubiese hecho una purga brutal hace menos de un minuto—. Nuestro maravilloso personal las guiará para que puedan proceder a entrevistar a nuestras preciosas concursantes.

¿Entrevistas?

No.
No, no, no, no, NO.

Nada de entrevistas.

La mente de Valeria se activó con la velocidad de cincuenta sinapsis disparándose a la vez.
Tenía que escapar. Ya.
Ser invisible no era opcional:
era la única forma de no ser descubierta.

Las chicas —milagrosamente repuestas— cobraron ánimos como si “entrevistas” fuera un hechizo de resurrección.
El personal comenzó a guiarlas hacia otra sección del jardín.

Valeria dio un paso hacia atrás, lista para huir discretamente hacia cualquier dirección opuesta.

Y chocó con alguien.

—¡Auhc! ¿Qué haces? ¡No es por ahí! —espetó una concursante, frotándose el hombro.

Varias se quejaron al instante, como si Valeria estuviera intentando descarrilar a un tren entero.
Su fuero interno le suplicó que las mandara a callar, una por una…
Pero al notar la cantidad de cámaras enfocando al grupo, apretó los dientes y avanzó en silencio.

Rayos.

Tocaba improvisar.

Y mucho.

Y encima mientras avanzaba con el rebaño.

Avanzaba mirando a todos lados como si fuera un ventilador humano.

Las uniformadas abrían paso entre la multitud, guiándolas hacia una zona del jardín delimitada con cintas doradas y luces aéreas.

Parecía sacado de un cuento de hadas.

Encantador.
Maravilloso.
Perfecto para tomas hermosas…
y pésimo para pasar inadvertida.

No había árboles frondosos donde esconderse.
Los caminos secundarios estaban cubiertos con una lona que sellaba cualquier ruta de fuga.
Y los guardias —perfectamente ubicados como piezas de ajedrez— vigilaban el área con ojos de águila.

Solo tenía una cosa a su favor:
el caos humano.

Voces superpuestas, pasos cruzándose, discusiones susurradas.

Concursantes retocándose los labios a toda prisa, otras estirándose el vestido como si eso pudiera enderezar sus nervios.
La prensa ajustaba micrófonos y cámaras; el personal pasaba entre ellas con bandejas de champagne, recogiendo pequeños desastres antes de que se convirtieran en grandes.

No tendría una mejor oportunidad que esa.

Entonces lo vio.

Un par de miembros del personal empujaban un carrito de aperitivos vacío.
Grande. Pesado. Con ruedas silenciosas.
Y, lo más importante: avanzaba justo en dirección contraria al grupo.

Si era rápida… podía escapar.

Valeria no lo pensó dos veces.

—¡Ay! —exclamó, dejándose caer al piso como si se le hubiera partido el tobillo en tres dimensiones.

Varias concursantes rodaron los ojos tan fuerte que casi pudieron ver su propio cerebro, pero a Valeria no le importó.
Ya tenía lo que quería: un ángulo perfecto para escabullirse.




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