La oscuridad; era lo único que Rose veía. A su alrededor y dentro de ella. Cuando ella se olvidó de sonreír, él llegó a su vida para hacer que sus mejillas se sonrojaran, para hacer que sus ojos brillaran, para hacer que viviera su propia vida, y para traerla a la luz desde la penumbra, para luego empujarla de vuelta al pozo oscuro.
Todo lo que ambos crearon fue destruido. Todos los recuerdos y la felicidad se desvanecieron. Solo quedaba el vacio; un vacio, que ya no podía ser llenado con confianza o esperanza. No era visible a simple vista, pero las lágrimas que rodaban por sus mejillas mostraban claramente el dolor que llevaba en su corazón.
Estaba sentada en el suelo, junto a su cama, llorando a mares. Sólo necesitaba una cosa, una respuesta. Una explicación de Michael, pero él no estaba allí. Había desaparecido. La última vez que lo vio fue aquella noche en que se entregó a él. Había pasado más de una semana desde que ocurrió. Después de esa noche, no había rastro de él, en ninguna parte. Su camisa, su teléfono móvil y sus otros accesorios seguían en la casa de Rose, la cual no podía dejar de recordar aquella noche, a cada momento.
Eran muchos los pensamientos que daban vueltas en su cabeza. Su confianza estaba rota. Empezó a pensar que todo lo mencionado por Michael era mentira y que todo el esfuerzo que había puesto, fue solo para tenerla en su cama, voluntariamente. Aunque sabía que era un pensamiento estúpido, no podía evitar que su confianza se rompiera.
Nadie tenía idea de dónde había ido Michael. Ni Rose, ni Marcos, ni Luther, absolutamente nadie sabía nada de él.
Marcos preguntó a Rose por él, pero no obtuvo suficiente información. Aunque ella podía ver claramente que incluso su mejor amigo, no sabía nada sobre su paradero, pero estaba muy lejos de confiar en él. Ella seguía pensando que había sido cualquier otro plan de ellos dos. Cuando le preguntó a Marcos la razón por la que la había engañado, él simplemente la ignoró, lo que la rompió aún más. Estaba tan destrozada que dejó de contactar con él después de eso.
—¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué? —murmuró para sí misma, acercando sus rodillas al pecho. —Te amé tanto y a cambio me das esto? Me destrozaste, Michael, me rompiste—. Sollozó hablando consigo misma. —¿Dónde estás?
Su teléfono móvil vibró y, por un momento, deseó que fuera Michael, pero cuando vio el nombre de Melisa en la pantalla, se sintió muy decepcionada. Ignoró la llamada y cuando dejó de vibrar, envió un mensaje de texto: Te llamaré más tarde.
Lo único que había hecho desde ese día era ignorar. Siguió ignorando a todo el mundo. Incluso dejó de ir a la oficina. No salió de su casa desde ese día. Las ojeras hablaban de lo inquieta que estaba. La poca luz que tenía en su rostro estaba completamente apagada y podría volver sólo cuando Michael regresara a ella y le diera la explicación que necesitaba.
Con un fuerte golpe, la puerta se rompió y Marcos entró con una pistola en la mano. Apuntó su arma al frente, esperando que un enemigo lo atacara, pero no había nadie.
Estaba en uno de los escondites de sus enemigos, invadiendo con sus hombres. Estaba allí en busca de Michael, pero aún no conseguían dar con él. Siguió buscando a Michael durante una semana, pero no lo encontró.
Entró en una casa, donde supuso que Michael podría estar cautivo de su enemigo, pero se equivocó. No había nadie ahí.
Su arma apuntó a la cabeza de su enemigo.
—¿Dónde está?
Su enemigo estaba de rodillas, suplicándole con la mirada. Sus ojos brillaban de miedo.
—Marcos, te juro que no lo sé—. Negó con la cabeza.
—Tengo la información de que lo has capturado. Ahora dime la puta verdad. ¿Dónde está Mikey?
—Por favor. Te juro que no lo sé. No fue a Michael a quien capturamos, fue otro. Incluso lo liberamos cuando conseguimos el dinero de su familia.
Marcos no estaba convencido con su respuesta. Esperaba ver a Michael allí, pero sus esperanzas se desvanecieron. Buscó en la mayoría de los lugares de sus enemigos, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Michael no estaba en ninguna parte. No pasó mucho tiempo para que Marcos se diera cuenta de que Michael había desaparecido y desde entonces siguió tratando de encontrar dónde estaba.
—Por favor, déjame ir—. El hombre le suplicó a Marcos.
Lo observó detenidamente, Marcos le puso la pistola en la frente y le disparó sin remordimientos. Luego se fueron a su casa.
Exhalando su humo, Marcos siguió hojeando los archivos, papeles y fotos que tenía delante. Estaba muy asustado con la idea de que algo pudiera haberle pasado, pero tenía pocas esperanzas de dar con él, aunque estaba dispuesto a luchar con cualquier cosa que se interpusiera en su camino.
—¿Alguna información? —preguntó a uno de sus hombres, que entró en la habitación de Marcos. Ordenó a unos cuantos que buscaran en otro lugar mientras él atacaba el escondite de otro enemigo.
—No, señor—. Sacudió la cabeza en señal de negativa.
Empujando la mesa que estaba frente a él, gritó con fuerza: —¿Entonces por qué demonios estás aquí?
El hombre se estremeció con la ira de Marcos. Dio un paso atrás.
—Señor, están aquí. La banda con la que tenemos que reunirnos sobre las armas. Preguntan por usted.
—Ya te he dicho que no quiero.
Tragó saliva al escucharlo y asintió con la cabeza como respuesta.
Inmediatamente, se marchó, asustado por el enfado de Marcos. Marcos volvió a su silla y se sentó en ella. Sosteniendo su cabeza, murmuró: —¿Dónde diablos estás, Mikey? Espero que estés a salvo. Ojalá no te haya pasado nada.