Melisa puso la taza de café en la mesa, frente a Rose y se sentó a su lado. Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Melisa estaba a su lado.
—¡Rose! —la sacudió por el brazo. —Es para ti—. Señaló la taza de café.
Rose apretó las palmas de las manos, parecía muy nerviosa.
—Siento que Marcos está diciendo la verdad —dijo mirándola.
—¿Qué verdad? —Melisa frunció las cejas.
—No sabe dónde está. Parece frustrado. Lo está buscando hasta debajo de las piedras—. Rose se puso las palmas de las manos en la cara, frotándola, nerviosa. Se mordió el labio inferior mientras pensaba en los posibles lugares, donde Michael podría ir.
Gotas de sudor se formaron en su frente cuando la ansiedad la golpeó fuertemente con los escenarios negativos que se enmarcaban en su cabeza. Intentó convencerse a sí misma de que estaba pensando demasiado, pero los antecedentes penales de Michael la hacían temblar.
—¿Rose? —Melisa sostuvo sus manos temblorosas.
—Algo va mal, Melisa. ¿Y si… le ha pasado algo malo? —El corazón de Rose se aceleró.
—Puede que no haya pasado nada, Rose. No pienses demasiado.
—Entonces, ¿dónde está? —tragó saliva.
—No había necesidad de que dejara esta ciudad. Incluso si la hubiera, habría informado a cualquiera de sus amigos…
—¿Qué quieres decir con esto?
—Michael ha desaparecido—. Un escalofrío recorrió su columna vertebral. —No entiendo por qué la gente a la que quiero, siempre desaparece.
—Estás pensando demasiado, Rose. Puede que tenga trabajo que no ha podido comentar con nadie. Ni siquiera con Marcos—. Las palabras de Melisa se sentían convincentes, pero una parte de ella seguía inundando los pensamientos negativos.
—Melisa… —su voz comenzó a quebrarse. —En este momento, no quiero ni siquiera una explicación… —gimió. —Sólo rezo por una cosa, por la seguridad de Michael.
—Confía en mí, puede que no haya ocurrido nada malo. Lo creo firmemente.
Después de permanecer en la casa de Melisa durante unas horas, Rose se fue. Iba caminando por la carretera, mientras pensaba en Michael. Cada calle, cada lugar le recordaba a él. Todos los momentos que compartieron, golpearon su cabeza y sintió que su ya roto corazón, se hacía añicos.
De camino a su casa, vio a un hombre, que estaba de espaldas a ella. Hablaba por el móvil, ignorando el entorno. Ella sabía quién era. ¿Cómo podría olvidar a alguien que la persiguió durante muchos años?
—Sam… —murmuró.
Intentó alejarse antes de que su mirada se posara en ella, pero no tuvo tanta suerte. Se dio la vuelta y, en cuanto la vio, su expresión se transformó en un ligero temor. El miedo que Michael le infligió.
Ambos se mantuvieron en sus posiciones, mirándose el uno al otro. Ambos estaban asustados con diferentes razones, pero la causa era la misma; Michael. A Rose le asustaba la idea de que Sam le hiciera algo al no estar Michael con ella y a Sam le asustaba que Rose le contara a Michael su presencia en la ciudad. Sam dejó la ciudad el día que Michael le advirtió y no volvió a ver a Rose hasta entonces.
Rose trató de mantenerse fuerte y fingió que Sam no significaba nada para ella. Cuando estaba a punto de alejarse, Sam gritó su nombre.
—¡Rose!
Su corazón se aceleró al escuchar su voz, después de muchos meses. Ella se tragó todo su miedo y lo miró, con confianza.
—No estoy aquí por ti. Estoy aquí porque tengo que reunirme con alguien en relación con los negocios de mi padre. Espero que lo entiendas.
Un rayo de relajación la golpeó con sus palabras. Su estado de temblor se desvaneció y su corazón comenzó a moverse con normalidad. Simplemente asintió con la cabeza, sin mostrar ningún tipo de emoción en su rostro.
—Me alegro de verte de nuevo, Rose—. Sam esbozó una pequeña sonrisa y luego se dirigió a su coche sin esperar siquiera a que ella respondiera.
Rose reanudó su camino y llegó a su casa. Se sentó en la cama, sosteniendo su cabeza. Luego miró la foto de Robin y recordó el día en que se sintió emocionada por volver a verlo. Le trajo el recuerdo de aquella noche en la que tuvo su primera vez con Michael. Mientras recordaba su promesa de quedarse siempre con ella, su tristeza aumentó. Ahora tenía que añadir a una persona en su lista de búsqueda, eso la hizo reír de su propio destino.
A la mañana siguiente, decidió hablar con la policía sobre Robin. Aunque tuvo la idea de dar una queja sobre Michael, borró su pensamiento ya que decidió tomar la opinión de Marcos, primero.
Hacía muchas semanas que no visitaba la comisaría. Pensó que no volvería a ir allí, pero todas las situaciones se pusieron en su contra. Como esperaba, los policías estaban más que irritados al verla. Tras sus gritos y maldiciones a sus espaldas, se marchó.
Decidió ir a su oficina, ya que hacía muchos días que no iba. Aunque seguía recibiendo correos de su jefe, nunca se preocupaba por ellos. Le preocupaba la reacción de todo el mundo al verla y le asustaba pensar que había perdido su trabajo.
Mientras caminaba cerca de su oficina, un coche se detuvo repentinamente a su lado, lo que la hizo tropezar y el bolso que llevaba en las manos se cayó. Aunque quería gritar hasta que la persona saliera del coche, permaneció en silencio.
Se agachó para coger su bolso y su mirada se posó en las botas negras que se detuvieron frente a ella. Cogiendo su bolso, levantó la cabeza para encontrarse con un par de ojos verdes. Su mirada la hacía temblar un poco pero lo evitó.
—Es tan bueno verte agachada frente a mí —murmuró él.
Rose entendió que él hablaba algo, pero no le importó ya que no era lo suficientemente audible para ella. Aunque quería maldecirlo, no tenía energía para hacer nada. Cuando estaba a punto de alejarse…