La Rosa del Criminal - 2

Como recién casados

21. Como recién casados 


Jugando con el mechero que tenía en sus manos, Rafael siguió escuchando a Stanley mientras contaba su visita a la casa de Michael. El hecho de que Rose y Michael hubieran estado viviendo juntos le ponía de los nervios y la descripción de su padre sobre su cercanía no le ayudaba en absoluto. 


—Dijiste que me ayudarías y confié en ti porque querías hacerlo por tu bien. Pero eso demuestra lo débil que eres. Ni siquiera puedes sembrar miedo en la cabeza de una mujer. Realmente me pregunto cómo te convertiste en un exitoso hombre de negocios —gritó Rafael. 


—¡Rafael! —Stanley le dirigió una mirada severa. —Haré lo que tenga hacer y no pararé hasta conseguir lo que quiero. Quiero que Michael se case con otra persona y sí… lo haré. 


—Odio los movimientos de tortuga. No puedo esperar mucho tiempo—. Tiró el mechero, apretando la mandíbula y sus ojos reflejaron dolor junto con ira. —Desde mi infancia, he estado esperando las cosas que no he podido conseguir, que no quieres darme. Y estoy harto de ello. No quiero esperar más, sobre todo en lo que respecta a ella. La quiero, no solo para vengarme… La quiero de verdad. 


Stanley frunció el ceño, notando la seriedad en el tono de Rafael, y preguntó: —La quieres, ¿verdad? 


Rafael engulló la bebida tomando el vaso de alcohol de la mesa.  

—La quiero y quiero que me quiera. Nunca pensé en matar a Michael, pero está complicando la situación—. Su mirada seria se posó en su padre, que le escuchaba con atención. —Siempre se interpuso en mi camino y nunca le hice daño. Ahora, no puedo simplemente ignorarlo, si eso significa matarlo, lo haré seguro. 


Una oleada de terror golpeó a Stanley después de escuchar a Rafael. Aunque le faltaba mostrar su cuidado, no quería que Michael muriera, ya que era su mayor inversión para gobernar su círculo de negocios. 


—No tienes que pensar mucho, Rafael. He visto el miedo en los ojos de Rose. Ella definitivamente tomará mis palabras en serio. Todas las chicas eligen la seguridad de su novio en lugar de estar con él y debilitarlo, y ella no es una excepción. Así que no pienses en dañar a Michael. 


Rafael dejó escapar una risita que lo confundió.  

—Lo dices sólo para alejarme de tu querido hijo—. Se inclinó más hacia su padre mirándolo con furia. —Sólo quería tu afecto, pero no te importaba. Ahora sólo quieres su seguridad… y no me importa. No me diste nada así que no tienes derecho a esperar algo de mí. 


—¡Rafael! —gritó con rabia. 


—Si has terminado con tu información, entonces puedes irte. Gracias por tu aportación, me hizo entender que tengo que hacer las cosas a mi manera. 


Stanley se levantó del sofá dándole una expresión de disgusto. 

—La actitud de un bastardo nunca cambia. Es una vergüenza que mi sangre corra por tus venas. Hubiera sido mejor que te matara con mis propias manos el día en que naciste. Siempre serás un hijo no deseado. 


Esas palabras le hicieron llorar y su mano que sostenía el vaso, tembló ligeramente. Podía parecer fuerte a cualquiera, pero era muy fácil quebrarlo. Derramar un poco de odio era suficiente para debilitarlo, cosa que Stanley sabía mejor que nadie. 


—Fuera—. Rafael gritó y sin perder un segundo, Stanley se fue de allí, enfadado. 


Con sus manos temblorosas, se acercó el vaso a los labios. El dolor que había llevado en el pecho toda su vida, se intensificó, haciéndole temblar, a la vez que las lágrimas inundaban sus ojos. Haber sido insultado cuando era apenas un niño, la falta de cuidado y afecto, y la muerte de su madre lo afectaron tanto antes de que se diera cuenta. Cada vez que veía a alguien llevar la vida que siempre había deseado, la rabia y el dolor crecían más haciéndole dar los pasos en la dirección equivocada. 


Privado de amor, encontrádose con el rechazo en todas partes, siempre odió su vida sumado a los celos que siempre tuvo de su hermano. Su padre siempre le dio prioridad, pero se mantuvo controlado hasta el momento en que vio a Rose cuidando de Michael. Eso le hizo sentir envidia. Por la belleza que poseía, o por la inocencia de la que carecía el resto del mundo, se sintió cautivado por ella, pero el hecho de que perteneciera a su hermano, su ya arruinada mente se fastidió. 


—¿Por qué siempre soy yo y no los demás? —murmuró cerrando los ojos, sintiéndose un paria, la miseria como su compañera de siempre, pero poco sabía, todo sucedía porque él lo elegía. Podía mantenerse feliz como su hermano pequeño que sufría igual que él, ignorando todo y llevando su propia vida en lugar de avanzar hacia su autodestrucción. 


—¡Oh, Dios! ¿Qué estás haciendo? — gritó ella sosteniendo el trapo de limpieza en la mano. 


Michael levantó la cara para encontrarse con sus ojos. 

—¿Qué más? Limpiando el suelo. 


Ella se llevó la mano a la cintura, dirigiéndole una mirada seria.  

—Ya he limpiado esa parte. 


—¡Oh! —él esbozó una sonrisa nerviosa y se giró hacia el otro lado para evitar su mirada y comenzó a limpiar la otra parte. 


Ella se burló mirándolo mientras limpiaba la casa como un novato que no estaba acostumbrado a hacer esas cosas. 

—¿Así es como lo haces? Vamos, Michael, te has estado cuidando desde hace muchos años. 


—Claro que me he estado cuidando… pero no ocupándome de la limpieza de la casa. Soy realmente malo en ello y por eso pago a las criadas para que lo hagan semanalmente. 


—Realmente me pregunto cómo te ocupas de tu pequeño jardín cuando ni siquiera puedes hacer esto. 


—Eso es diferente—. Puso los ojos en blanco. —Tengo mi rosa en el jardín, así que debería cuidarla—. Le guiñó un ojo, haciendo que ella se sonrojara un poco. 


—Deja de coquetear—. Gritó ella caminando hacia él. —Desperdicias mucho dinero, ¿lo sabes? Es sólo un pequeño trabajo y pagas a otro para que lo haga por ti. 


Ella le quitó el paño de limpieza de las manos. 

—Ve a tu dormitorio. Yo me ocuparé de la casa. 


Cuando ella estaba a punto de alejarse, él la atrajo hacia él haciendo que sus ojos se abrieran de par en par. Acariciando su mejilla con el pulgar, le acomodó el mechón de pelo que le caía en la mejilla detrás de la oreja. 

—Si tú te ocupas de estas cosas, ¿quién se ocupará de mí? 


—Dijiste que has estado cuidando de ti misma desde hace muchos años, así que creo que ahora no necesitas a nadie más. 


—Pero ahora me he vuelto dependiente. Tan dependiente que mi corazón se olvida de latir cuando no estás a mi lado. 


—Michael… — se rió. —¿No tienes otro trabajo que hacer esto? 


—Puedo evitar cualquier trabajo con tal de hacer esto—. Él depositó un rápido beso en su mejilla que enrojeció sus mejillas. 


—Suéltame—. Murmuró controlando la sonrisa que empezaba a aparecer en sus labios. 


—Nunca—. Él la acercó más a él, sin dejar espacio entre ellos. —Esta es mi promesa. 


Olvidando todo lo que habían enfrentado por un minuto, ambos se perdieron en las miradas del otro, siendo testigos del amor que sus ojos brillaban. 


—Te quiero, Michael—. Dijo ella, rodeando su cuello con los brazos. —Te quiero mucho. 


Pasaron los segundos pero se quedaron quietos hasta que fueron interrumpidos con un grito femenino  

—¡Ahhh! 


Ambos giraron la cabeza para ver que Melisa se había caído de culo por culpa del suelo resbaladizo. 


—¡Qué demonios! —Murmuró Michael irritado cuando ella interrumpió su pequeño momento. 


—¡Melisa! —Rose dejó a Michael haciéndole fruncir el ceño, y se dirigió hacia su amiga para ayudarla a ponerse derecha. —¿Estás bien? 


Melisa asintió tocando su espalda.  

—Creo que sí. 


—¿Qué haces en mi casa? —preguntó caminando hacia ellos. 


Melisa le dirigió una mirada cansada. 

—Desde que Rose vive aquí, sus visitas tienen que venir aquí sin importar de quién sea la casa. 


Rose se puso la palma de la mano en la frente, dejando escapar un suspiro.  

—¿Por qué se pelean siempre los dos? 


—Es él, que siempre empieza—. Se quejó Melisa, señalándole con el dedo. 



Ignorándola, se dirigió a su dormitorio, dándoles privacidad. 


—Parece que te gusta quedarte aquí. Pareces muy feliz, Rose—. Melisa sonrió sintiéndose feliz por su amiga. 


—Me cuida mucho—. Contestó ella. 


—Te estás sonrojando—. Melisa se burló de ella, tocando su mejilla sonrojada. 


Ambas siguieron charlando de cosas al azar, sobre todo Melisa hablando de Peter y de sus planes de casarse. 


Michael salió de su habitación, bien vestido. Antes de salir de la casa, le informó a Rose que iba a encontrarse con Luther, ya que necesitaba hablar con él sobre el próximo evento de carreras de motos. Rose siempre se asustaba cuando él mencionaba ese tema, ya que se había lesionado muchas veces a causa de las carreras. 


—¿Carrera? ¿Otra vez? Hace poco participaste. ¿No fue suficiente? 


—¡Oh, Rose! Sólo voy a hablar del evento. 


Ella no tuvo que hablar más, ya que su cara mostraba claramente sus emociones. 


—Está bien, Rose. Esto no es nuevo para mí. Vendré pronto—. Le cogió las manos, asegurándola. —Y tú, no salgas con tu estúpida amiga. Cuando se vaya, cierra la puerta con llave y ábrela sólo para mí, ¿entendido? 


Rose asintió con la cabeza y entonces él le depositó un beso en la frente, haciendo que Melisa diera un salto de emoción. 


—Parecéis una pareja de recién casados—. Su voz les hizo girar la cabeza hacia ella. —Una linda mujercita y un… marido guapo y enamorado. 


Rose sonrió sonrojándose aún más y Michael simplemente la ignoró, alejándose, pero en el fondo deseaba que sus palabras se hicieran realidad. 








 




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