La Rosa del Criminal - 2

Sólo uno

Tras unos minutos de ducha fría, salió del baño, vestida con su pijama. Salió de su habitación para coger una botella de agua, y vio a Michael intentando dormir en el sofá, ya que su cama total estaba ocupada por el borracho Guren. 

—¡Michael! ¿Por qué estás aquí?— Preguntó entrecerrando las cejas. 

Se sentó derecho, irritado. Dijo —Su fea posición para dormir ocupó toda mi cama y además está roncando como una bestia. ¿Qué otra cosa puedo hacer?— 

Rose empezó a reír al notar su frustración, pero inmediatamente cerró la boca cuando él le dirigió una mirada seria. Se aclaró la garganta, intentó controlar la risa y dijo —Deberías haberle dejado en su casa—. 

—Su edificio está muy lejos. Estoy demasiado cansado para llevarlo y volver—. Luego se tumbó de nuevo en el sofá y dijo: —De todos modos, vete a dormir. Ya es muy tarde—. 

—Michael, puedes dormir en mi dormitorio—. Ella dijo y sus ojos cerrados se abrieron de par en par. Él saltó a la posición de sentado, preguntando —¿En serio?— 

Ella se encogió de hombros, diciendo —Sí—. Luego se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su habitación mientras él se mantenía erguido y la seguía detrás como un cachorro perdido. 

Al entrar en la habitacion, se dio cuenta de que Rose cogia su manta y su almohada para salir. Confundido con sus acciones, la detuvo, preguntando —¡Espera! ¿A dónde vas?—. 

—Yo dormiré en el pasillo, tú duerme aquí—. 

Su cara se puso pálida y los colores que brillaron en su rostro por un segundo, se desvanecieron inmediatamente. 

—¿Te referías a esto...? Pensé que tú y yo...— 

Los ojos de Rose se abrieron de par en par, y gritó sorprendida —¿Pensaste que los dos dormiríamos en la misma habitación? No puede ser—. Cuando ella estaba a punto de alejarse, él la detuvo, gritando —No puedo dejar que duermas ahí. Tú duermes aquí, yo salgo—. 

—Tus piernas son demasiado largas para caber en ese sofá y dormir cómodamente. Suéltame—. Ella intentó soltarse de su agarre pero él no la soltó. 

—¡No!— 

—¡No!— 

Tras unos minutos de disputa, Michael dijo —Dormiremos los dos aquí. Confía en mí, me portaré lo mejor posible—. 

Le cogió la almohada de la mano para ponerla en la cama y se tumbó sobre ella. Cuando ella intentó quitársela, él tiró de ella hacia sí y la abrazó con fuerza, diciéndole: —No te vayas. Duerme aquí. He dicho que me comportaré correctamente—. 

—¿Así es como te comportas correctamente?— ella levantó las cejas señalando las manos de él. —Hoy estás muy pegajosa. Déjame—. 

—No hasta que aceptes—. 

—¡Bien!— 

Él la dejó, dio un golpecito con la mano en la cama a su lado, diciendo —Duerme aquí—. 

Ella se tumbó en la cama a su lado y él se volvió hacia ella para mirarla con cara sonriente. Aunque ella lo notó por el rabillo del ojo, cerró los ojos esperando que él también se durmiera si lo ignoraba. 

Michael no pudo apartar la mirada de ella y siguió mirándola sin pestañear siquiera. El cansancio que sentía desapareció en el momento en que ella le invitó a entrar en su habitación y fue sustituido por una nueva energía al contemplar su hermoso rostro, que brillaba por el haz de luz de la luna que caía desde la ventana. 

Se relamio mientras miraba sus adorables labios rosados y el repentino deseo de saborearlos se apodero de su interior. Inmediatamente, cerró los ojos tratando de deshacerse de los pensamientos que lo estaban consumiendo pero su mente seguía jugando con él y volvió a abrir los ojos para notar que ella lo miraba fijamente. 

—Los dos no podemos dormir si sigues mirándome—. Murmuró. 

Acercándose un poco más a ella, acariciándole la mano con la suya, que le subió la temperatura corporal, le susurró al oído —¿Cómo sabías que no dejaba de mirarte?—. 

La cara de ella se puso roja, la respiración se le entrecortaba con su cercanía, el corazón empezó a latirle deprisa y, respirando hondo, consiguió decir —Yo... lo sentí—. 

En lugar de apartarse, él le desabrochó el último botón de la camisa para posar la palma de la mano en su vientre y acariciarlo suavemente. 

Su cuerpo se estremeció con su contacto y las ganas de más caricias de él brotaron en su interior, y ella cerró los ojos, murmurando —Yo... pensé que estabas cansado—. 

—No para ti. Se cernió sobre ella y le dio un suave beso en el vientre, al tiempo que le abría el otro botón. 

Un pequeño gemido escapó de su boca y ella apretó las dos palmas intentando no perder el control sobre sí misma aunque lo cierto era que empezaba a desearlo más. 

—Gu... El señor Guren está aquí...—, balbuceó mientras él seguía desabrochándole lo que quedaba de la camisa mientras depositaba besos en su suave piel. 

—Está durmiendo en otra habitación—. Le quitó la camisa y empezó a llenar su cuerpo con sus húmedos besos. 

Ambos estaban perdidos en el placer que los atravesaba con el contacto del otro y las manos y los labios de él no la abandonaban. 

—Tú... dijiste que te portarías bien—. 

La miró por un momento a los ojos, que brillaban pidiéndole que procediera lo que hizo que sus labios se formaran en una pequeña mueca. 

—Perdóname esta vez—. Él estrelló sus labios en los de ella ganándose fuertes gemidos de ella, y continuó por lo que había empezado, llenando toda la habitación con sus gemidos de amor y pasión que sentían el uno por el otro. 

Nunca supuso que moriría por que un hombre la tocara hasta que él entró en su vida para ponerla patas arriba, aunque fue para bien. 

El era el unico que podia hacer que sus mejillas se sonrojaran, que estallaran placeres sensuales, que cometiera las cosas que siempre habia temido. 

El unico que la hacia sonreir mas, reir mas fuerte, hacer que sus ojos brillaran, e introducirla en nuevas experiencias. 

Él era el único nacido para ella. Sólo para ella. 

**** 

Mientras estaba sentado en la silla del balcón, comenzó a tener una pequeña charla con aquel, a quien había estado considerando como su padre. Guren estaba un poco nervioso desde que se dio cuenta de que Michael sabía la verdad y trató de defenderse a pesar de que Michael no se molestaba por eso al menos un poco. 

—Fue en el pasado. No tiene nada que ver con lo que sea que esté pasando ahora—. 

—¡Basta!— Michael estaba irritado. —No me molesta. Además, siento que hubiera sido bueno que mi madre estuviera casada contigo en vez de con un imbécil—. 

Relajado con sus palabras, Guren siguió sorbiendo su té, y cambió de tema. Mientras continuaban su charla, el zumbido de su celular lo interrumpió y se sorprendió al notar que Rafael lo llamaba. 

Tomando el celular en sus manos, contestó la llamada, y habló —¡Qué sorpresa! En vez de atacar o secuestrar, me has llamado—. 

—Parece que estás muy contento con tu vida, hermanito. Con guardias por todas partes a tu alrededor, Rose en tu casa, y el nuevo comienzo como supuesto artista...— 

—¡Rafael! ¿Qué es lo que quieres? ¿Estás pensando en algún duelo otra vez? Si es así, dímelo, estoy listo. Si no, ya te ofrecí algo, sólo necesito tu opinión al respecto—. 

—Ah sí, eso que dijiste de jugar con mi debilidad...—. 

Miguel se burló y se sujetó la frente con la palma de la mano dándose cuenta de que nunca cambiaría. 

—Rafael...— 

—Oh sí, déjame terminar. Tengo que decirte algo. Por lo que, he estado luchando toda mi vida, con lo que disfrutaste de tu vida, va a ser mío ahora. Nuestro padre me va a presentar al mundo como su hijo legal—. Rafael lo dijo con orgullo, previendo un poco de rabia y celos en la respuesta de Miguel. 

Al oírlo, Michael se quedó desconcertado. Era increíble y una pequeña angustia empezó a brotar en él. 

—¿Q-qué? ¿Realmente lo aceptó?— 

—¿Por qué? ¿Sentir celos? Ahora entenderás lo que he estado sintiendo todos estos años—. 

Michael sacudió la cabeza y alertó su posición tratando de entender cuál podía ser el plan de Stanley. 

—¡Rafael! Escúchame. No confíes en él. Repito, no lo hagas. Puede estar planeando algo o puede necesitar algo a cambio definitivamente. No caigas en su trampa—. 

Se oyó una sonora carcajada al otro lado de la llamada, que enfureció a Michael. Apretó la palma de la mano y la mandíbula al escucharlo. 

—¿De verdad te preocupas por mí? ¿O sólo intentas manipularme? Sé que padre nunca hace algo sin el beneficio, y la trampa aquí es que tengo que casarme con esa chica, a la que él te pidió que te casaras—. 

Michael seguía sin sentirse a gusto, pero como sabía que era el típico Stanley, y que haría cualquier cosa, podía cambiar de opinión a cada segundo. Además, después de recordar su advertencia a su padre sobre hacer a Rafael como heredero, Michael sintió que podría ser una de las razones más allá de la decisión de Stanley y se convenció un poco. 

—Si realmente está dispuesto a hacerlo, estoy más que feliz por ti, Rafael—. 

Las palabras de Michael no satisficieron a Rafael. En lugar de sentirse feliz o satisfecho, su furia aumentó. Quería enfadar a su hermano, darle celos, sobre todo hacerle sentir todo el dolor, todo por lo que había pasado, y oír la respuesta de Miguel echó más leña al fuego. 

—Oh, no estés tan contento ya. Tengo más cosas que hacer contigo y créeme después de que el mundo sepa quién soy, te enfrentarás a mi ira. Y sólo porque vaya a casarme con otra persona no significa que vaya a dejar a tu Rosa—. 

—¡Rafael!— Gritó Michael poniéndose derecho, enfadado. 

—Tenlo en cuenta—. 

Al terminar la llamada, Michael dio una patada a la silla que tenía delante que sorprendió a Guren. 

—¡Michael!— Guren le puso la palma en el hombro. 

—¿Está loco? ¿No puede entender al menos un poco? Estoy preocupado por él, pero no deja de amenazarme. Deberían internarlo de verdad en un manicomio—. 

—Relájate Michael. Te está provocando. Déjale hacer lo que quiera, siempre estamos vigilados para que no pueda hacer nada—. 

—Todo es culpa de Stanley. Sea cual sea el caos, el dolor que hay en nuestras cabezas, todo es por su culpa.— 

—Michael, cálmate—. Guren le hizo sentarse mientras intentaba controlar su ira. —Aunque sea culpa de tu padre...—. 

—Él no es mi padre—. Michael gritó enfadado. —Sólo es Stanley—. 

—Vale, vale, aunque fuera culpa de Stanley, a la gente se le dio cerebro y debería saber usarlo. Stanley está equivocado, Rafael también—. 

Michael se puso las palmas de las manos en la cara, frustrado. —Sólo quiero que todo sea normal. Como... realmente normal sin estupideces como esta alrededor—. 

—Sucederá. Ahora, ve y descansa un poco. Has trabajado demasiado últimamente—. 

Michael simplemente asintió con la cabeza, se dirigió a su habitación y se tumbó en la cama, envuelto en sus preocupaciones, que no podía evitar. 

**** 

Rose se quedó con la boca abierta, al mismo tiempo, los ojos se le abrieron de par en par cuando vio a Melisa vestida de novia, que salía del probador. El largo vestido blanco que se ajustaba perfectamente a sus curvas, sumado al poco maquillaje que ya se había puesto la hacían lucir más que increíble, lo que dejó atónita a Rose. 

—¡Oh Dios!— Rose se puso la palma de la mano en la boca mientras Melisa seguía girando sobre sí misma sujetándose el vestido. La felicidad y la emoción eran claramente visibles en sus ojos y en el tono en el que gritaba —Voy a ser la novia—. 

—Estás impresionante—. Rose avanzó hasta detenerse frente a ella. 

Melisa puso cara de orgullo y dijo —Ni siquiera me he maquillado de novia pero dices que estoy preciosa. No me imagino el día de mi boda—. Empezó a saltar, emocionada. 

—Estás diciendo como si estuvieras lista para el matrimonio sólo porque puedes ser capaz de aparecer como una novia—. Ella se burló. 

—¡Oh, da igual! Tú y Michael también deberíais casaros pronto. Los dos queréis compartir vuestra vida el uno con el otro así que no le veo sentido a esperar—. 

Rose se mordió el labio inferior agachando la cabeza. Aunque soñaba con el día en que ambos se convirtieran oficialmente en una familia, no quería meterle prisa con el matrimonio. Por el momento, ella quería poner su atención sólo en la carrera de Michael y por encima de eso, aunque habían pasado muchas semanas desde que Rafael creó cualquier perturbación en sus vidas, todavía necesitaban resolver sus asuntos por completo. 

—Céntrate en tu boda, Melisa. La mía puede esperar—. Sonrió suavemente. —¿Necesitas algo más para comprar o probarte?— 

Recordando todo lo que había comprado, sacudió la cabeza como negativa, diciendo —Creo que... nada más—. 

—¡Perfecto! Vámonos.— Salieron de la habitación para ver a Michael esperándoles. 

—¿Terminaste?— preguntó impaciente. 

—Queda pizza—. Dijo Melisa. 

—¿Eh? Pues vete sola, cómete la pizza. Nosotras nos vamos—. 

Melisa cogió la mano de Rose para arrastrarla hacia atrás, diciendo —Incluso a ti también se te antojó hace unos minutos. ¿Qué dices?— 

La aceptación de Rose hizo callar a Michael y se dirigieron a Domino's para cumplir el pequeño deseo de Melisa. 

—Me siento como un chófer para ti—. Se burló. 

—Soy amigo de tu novia así que deja a un lado tu odio hacia mí y trátame con el debido respeto—. Melisa puso los ojos en blanco. 

—Primero deja de odiarme. Luego me lo pensaré—. 

—Si realmente te odiara, habría hecho algo para impedir que mi mejor amiga saliera contigo—. 

—Claro, cómo puedes odiar a un hombre tan guapo y cariñoso—. Michael sonrió satisfecho. 

—No me des las razones, ¿vale?—. 

—Tú...— 

Cuando su discusión estaba a punto de acalorarse, Rose los interrumpió. —Dejadlo ya los dos. ¿Por qué siempre os gritáis cuando la verdad es que los dos no os odiáis?—. 

Ambos guardaron silencio ignorando sus gritos. Aunque ambos no se llevaban bien en muchas cosas, en el fondo, ambos se querían por la amistad invisible que había florecido entre ellos con el tiempo. Para Michael, ella era como una buena amiga, que era el símbolo del fastidio, y en realidad nunca la odió. 

Rompiendo el silencio después de unos segundos, Melisa preguntó —Me vas a llevar al altar, ¿verdad? Ya lo hemos hablado antes—. 

—No, no lo haré—, respondió en tono molesto. 

Furiosa, cogió su bolso y empezó a golpearle, gritando con fuerza —Sabes que no tengo padre, ni parientes, y que la única persona que tengo eres tú para eso, pero eres tan grosero, malvado, irritante...— 

—¡Ah! Basta. Estaba bromeando—, se burló. —No querrás que nos encontremos con el ángel de la muerte, ¿verdad?—. 

—Eres una corredora, ¿no puedes con esto?—. 

Rose dejó escapar un suspiro cansada de ambos. Ignorándolos totalmente, continuó mirando al exterior, sintiendo el aire fresco que golpeaba su cara, suponiendo lo guapa que estaría Melisa el día de su boda. 
 




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