La felicidad en su rostro no provenía ni del costoso traje que llevaba ni del lujo que estaba pisando, sino del hecho de que iba a ser presentado al mundo entero no como un bastardo, sino como alguien respetable, como un hijo para su padre. Todo el odio que le tenía a su padre por las cosas que le había hecho, por las situaciones por las que le había hecho pasar, casi se desvanecía sólo por su única acción. Era como un sueño hecho realidad y haría todo lo posible por conseguirlo.
Mirándose una vez más en el espejo, Rafael salió de la habitación. Todo en él gritaba riqueza añadida a los encantos que ya poseía.
Mientras se paraba frente a Stanley sólo para complacerlo, Stanley lo escudriñó de pies a cabeza asegurándose de que lucía como un hombre de riqueza y no como un matón de rarezas.
—¿Recuerdas lo que te he dicho? Deberías hacer exactamente lo mismo—. Dijo Stanley antes de salir del salón principal.
Rafael se limitó a asentir con la cabeza y luego gritó: —¡Papá!—.
Stanley detuvo sus pasos, apretando la mandíbula. Incapaz de hacer nada, se quedó quieto y ni siquiera se molestó en mirar a Rafael, que se acercaba a él.
Rafael caminó hacia su padre y se detuvo a su lado, diciendo con una sonrisa orgullosa: —Puedo llamarte como papá, ¿no?—.
Él no contestó nada y guardó silencio. Rafael tampoco esperó respuesta de él y se puso las gafas de sol, diciendo —Vámonos. Ya se nos hace tarde—.
Tras una hora de viaje, llegaron a un lujoso hotel, donde ya les esperaba la familia con la que iban a reunirse. Antes de entrar, Stanley le recordó: —No olvides que Michael y Rafael son la misma persona. Si te preguntan por el nombre de Michael, debes mentir diciendo que solíamos llamarte Michael pero que tu verdadero nombre es Rafael. ¿Entendido?—
Rafael asintió con la cabeza y dio un paso adelante.
—Recuerda que te he enviado lejos por tus estudios y por las amenazas en mi negocio. Además, asumirán a la madre de Miguel como tuya. Debes actuar en consecuencia. Y sí, a partir de ahora nunca debes contactar ni involucrarte con tus anteriores guardias ni en tus preciados crímenes.—
Rafael tragó saliva intentando controlar sus emociones. Le parecía mal, sustituir a su madre no era algo que estuviera dispuesto a hacer, sin embargo, no le quedaba más remedio.
Al llegar al último piso, ambos entraron en una habitación y vieron a una muchacha, encarnación de la belleza y el orgullo, acompañada por su padre y unos cuantos guardias. Su mirada se posó en Rafael y sus labios se torcieron en una pequeña sonrisa. Cuando él se acercó, ella le tendió la mano, diciendo —Lisa—.
—Rafael—.
Ella entrecerró las cejas, miró a Stanley con su cara interrogante, diciendo —Si no me equivoco, todo el mundo sabe que se llama Michael, aunque no lo hemos visto—.
—Y tu familia te llama como Lily—. La cabeza de Lisa se dirigió hacia Rafael. —No hay nada malo en que una persona tenga dos nombres—. Rafael fingió una sonrisa.
La mirada de Lisa se posó en su padre, que los observaba en silencio. Entonces los interrumpió a todos, diciendo —Tenéis razón. Por favor, tomen asiento—.
Stanley se sentó frente al padre de Lisa, tratando por todos los medios de obtener de él el apoyo comercial, mientras Lisa y Rafael se enfrascaban en su pequeña charla.
—Parece que ambos se sienten cómodos el uno con el otro—. Dijo Stanley y el padre de Lisa asintió con la cabeza en señal de aceptación.
—Espero que pronto seamos una familia—.
Después de unas horas, Stanley y Rafael se fueron de allí. De camino a casa de Stanley, éste le dijo —Te las has arreglado muy bien, Rafael. Espero que seas así incluso en las próximas reuniones—.
Rafael hizo una pausa de unos segundos, no gustándole lo que había hecho, y dijo —Tendrás que recordar que me caso con ella sólo por el apoyo que te dan en tu negocio, todavía quiero a Rose—.
A pesar de todo, seguía queriendo a Rose. No era por la rabia que le tenía a su hermano, sino por los sentimientos que había desarrollado hacia ella. No podía dejarla.
—No hay nada malo en tener dos mujeres en la vida—. Luego se volvió hacia su hijo para acariciarle el pecho, y habló seriamente —Pero por ahora, bórrala de tu mente. Debes concentrarte en el anuncio que voy a hacer muy pronto—.
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—¿Y?— Rose se puso la palma de la mano en un lado de la mejilla y enarcó las cejas.
Dejó a un lado el bol de helado, que vació, y se volvió hacia ella, preguntándole: —¿Y qué?—.
Ella se acercó más a él, ignorando el drama que ambos estaban viendo. Siguió mirándole esperando que dijera algo que sólo le confundió.
—Rose, ¿qué pasa? ¿Qué debo decir?—
Envolviendo sus palmas alrededor de su brazo, ella le pregunto —Dime, que le has dicho a Marcos. Ayer habló muy orgulloso de ti—.
Él resopló al oírla y murmuró: —¿Por qué no puede cerrar la boca?—.
—Oye, dime, dime. ¿Dijiste que me tratarías como a una reina?—
—Creo que sí...—
Ella llevó sus brazos para envolverlos alrededor de su estómago y apoyó su cara en su pecho, gritando emocionada —¡Ahh! ¿Por qué me quieres tanto?—.
Pocas lágrimas escaparon de sus ojos a pesar de que reía de felicidad y emoción. Michael le puso la palma de la mano en la cara para secárselas, diciendo —Deberías dejar de llorar por pequeñeces—.
—No estoy llorando—. Ella trató de negar. —Es sólo un poco de agua—.
Él se rió al escucharla y tiró de ella más cerca, preguntando —¿Qué más ha dicho? ¿Y por qué dijo eso?—
—Estábamos hablando casualmente y dijo que estaba muy orgulloso de en lo que te has convertido y luego añadió esa frase. Eso es todo—.
Michael tarareó como respuesta y luego se quedó callado.
Ella lo miró, preguntándole: —¿Qué más dijo?—.
Él le sonrió mientras la acercaba más y dijo —Que quiero mucho a mi Rose—.
—Y yo quiero mucho, mucho a mi Michael—. Ella le besó la mejilla.
Tras unos segundos de silencio, él preguntó —Rose, ¿tienes algún deseo o algo que te encantaría tener?—.
—Te tengo a ti, ¿qué más puedo pedir?—.
—¡No! Quiero decir, como tener un gran apartamento lujoso para ti, oro, diamantes... algo así—.
Ella movió la cabeza como negativa. Luego se sentó derecha y dijo: —Pero sí quiero algo más—.
Sin darle la debida explicacion, entro en su habitacion, y luego salio con un marco de fotos en las manos.
Mostrándole el cuadro de su cara, que él le regaló cuando le propuso matrimonio, le dijo: —Quiero que pintes algo parecido a esto, pero que nos incluya a ti, a mí y a nuestro bebé.—
—¡Vamos, Rose! Esto no es lo que esperaba—.
Ella sonrió suavemente ante su enfado y apoyó la cabeza en su regazo para descansar un rato pero lo único que podía hacer era mirarle a la cara sintiéndose tan afortunada de tenerlo con ella.
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Todo iba bien, al menos eso pensaban, hasta que Marcos conoció a Michael.
—Michael, el anuncio será hoy, no el lunes—.
No era algo que debiera importarle a Michael pero no podía dejar de pensar en Rafael. Podía sentir la locura de Rafael ya que él había pasado por lo mismo en el pasado.
—Por fin, Rafael va a conseguir lo que quiere—. Miguel cogió un cigarrillo y le dio uno a Marcos. Empezaron a fumar mientras hablaban despreocupadamente. Al cabo de unos minutos, Marcos dijo: —Ha dejado de hacer sus antiguos trabajos. Está realmente desesperado—.
—Sí que lo está—. Recostó la cabeza en el cojín, exhalando el humo. Su ceño se frunció cuando un pensamiento le vino a la cabeza y se sentó recto, alerta. —Si el anuncio es hoy, ¿por qué no hay noticias al respecto?—.
—Quizá lo anuncien al público más tarde. Hoy podría ser cualquier reunión oficial...—
—Necesito hablar con él—. Michael sacó su móvil preocupado por Rafael.
—Estás pensando demasiado. No tienes que pensar en él—.
Ignorándole, siguió intentando ponerse en contacto con él pero no lo consiguió.
—Está apagado—.
—Mikey...—
—Marcos, deberíamos irnos.—