Era el día que Rafael había estado esperando toda su vida. Aunque fue un anuncio discreto, dirigido sólo a unas pocas personas y sin implicar al público ni a ningún medio de comunicación, podía sentir cómo su corazón se aceleraba de felicidad y emoción. En pocos minutos, iba a pasar de ser un don nadie a ser el heredero de los Grayson y su entusiasmo era excesivo.
El lugar, donde llegaron, era inusual. Estaban destinados a llegar a la oficina, pero el coche se detuvo en medio de la nada.
—Señor, su prometida y su padre están en la casa de huéspedes. Su padre nos ha pedido que les acompañemos—.
Rafael dudó un momento antes de salir del coche. No había nadie en los alrededores, salvo Rafael y algunos de los hombres de Stanley, que lo custodiaban.
Dio un paso adelante, pero volvió a detenerse y dio media vuelta, preguntando: —Stanley se fue incluso antes de que me recogieran. ¿Por qué no les acompañó?—.
Un hombre se dirigió hacia él con una expresión seria que alertó a Rafael. Conocía esa mirada; la mirada del mal, la mirada antes de proceder a acabar con la propia vida.
—No lo sabemos—. Respondió el hombre acercándose a él y en un segundo, sacó un afilado cuchillo para apuñalarle pero fue alcanzado por el medio incluso antes de que golpeara a Rafael.
Deseó tener a sus hombres a su alrededor aunque él solo podía con ellos. Gritó para saber quién estaba detrás —¡No me digas que mi hermano pequeño te ha organizado para matarme!—.
Ignorando sus palabras, la gente a su alrededor empezó a atacarle y a cambio él les estaba dando una dura batalla. Intentó llamar a sus guardias pero su móvil se rompió en la pelea. Asfixiando a un hombre, gritó: —¿Quién os ha enviado?—.
Como seguían ignorando su pregunta, empezó a degollarlos con rabia. Parecía un toro furioso dispuesto a matar a todo el mundo hasta obtener su respuesta. En el fondo, sentía que era un plan de Stanley, pero no podía creerlo. Todo lo que podía creer y culpar era a su hermano pequeño o a cualquiera de sus enemigos del pasado.
Sujetando el cuello de un hombre, le gritó a la cara —Joder, dame un nombre o te rajo la garganta como hice con los otros—.
El miedo se reflejó en los ojos del hombre, que sacudió la cabeza rogándole que no lo hiciera mientras gotas de sudor resbalaban por su frente. Tartamudeó —S-su padre—.
El agarre de Rafael se aflojó bruscamente mientras su corazón se rompía en pedazos. Lo oyó correctamente pero volvió a sujetarse la camisa gritando —¿Quién es?—.
—S-Stanley. Tu padre—.
Estaba destrozado. Lágrimas de rabia, dolor y tristeza rodaron por sus ojos. A pesar de todo lo que había hecho su padre, confiaba en él. Realmente confiaba en él esta vez y nunca esperó que su propio padre quisiera matarlo.
Furioso, cogió la pistola que había caído a su lado y disparó al hombre hasta matarlo, gritando —¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?—
Se le encendió la nariz, los ojos se le pusieron rojos y se dio la vuelta para matar a todos los que estaban empeñados en acabar con su vida. Siguió esquivando las puñaladas, los palos e incluso las balas, pero no pudo ignorar el dolor emocional que ya empezaba a crecer en su interior.
Al matar a otro hombre, gritó: —Sólo quería un poco de afecto—.
Apuntó con la pistola a otro, harto tanto física como emocionalmente. Ya no podía sentirse a sí mismo. Cuando estaba a punto de apretar el gatillo, los continuos disparos a su cuerpo le hicieron caer de rodillas. Perdió toda su energía, todo a su alrededor empezó a desdibujarse dejándole sin esperanza. En ese caos y dolor, escuchó al hombre que hablaba por teléfono —Señor, ya está hecho—.
Rafael alcanzó a decir —Ponlo en altavoz—.
A la orden de Stanley, el hombre lo puso en altavoz y Rafael habló —¿Por qué no puedes amarme?—.
Se hizo un silencio absoluto al otro lado y Rafael no fue capaz de aguantarlo más. Siguió hablando en su tono bajo mientras sus lágrimas seguían cayendo —¡Papá! Me están matando... No quiero morir—.
Lo único que pudo oírle decir antes de cortar la llamada fue —Lo siento, Rafael—.
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Para cuando Michael y Marcos llegaron al lugar después de encontrarlo gracias a los recursos de Marcos, encontraron cadáveres por todas partes, y a lo lejos Michael pudo ver a Rafael de rodillas y a un hombre apuntándole con su arma a la frente. Sin perder un segundo, Miguel apretó el gatillo y la bala impactó directamente en la cabeza del hombre.
Ambos corrieron hacia Rafael, que estaba tan cerca de la muerte. Inmediatamente, Michael se agachó para sujetar a Rafael y le dio una palmada en las mejillas, gritando: —¡Eh! No cierres los ojos. Yo estoy aquí. No te pasará nada—.
Por alguna razón, Michael se sintió abatido al ver a Rafael así. Aunque la ira que sentía era más que real, sólo quería cambiarlo, borrar el caos en el que estaba atrapado.
La visión borrosa de Rafael pudo visualizar a Michael. Levantó la palma de la mano para tocar la mejilla de Miguel y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—¡Marcos! Trae el coche. Tenemos que llevarlo al hospital—. Gritó Michael.
Cuando Michael estaba a punto de levantarlo, Rafael tiró del cuello de Michael, moviendo negativamente la cabeza. —No sobreviviré. Yo soy el débil—.
—No digas eso. Tú eres el más fuerte—. Michael apretó los dientes.
—Yo... soy un tonto. Confié en nuestro padre. No te creí a ti—.
—Te dije que podríamos convertirnos en una familia—. Sin darse cuenta, las lágrimas se formaron en los ojos de Michael al ver el estado de Rafael.
Un fuerte jadeo escapó de la boca de Rafael que asustó a Michael. Dijo —¡Mi-Michael! Salva a Rose—.
—¿Rose?— El corazón de Michael comenzó a latir rápidamente.
—Una vez Stanley dijo que la mataría. Me borró de su camino... Estoy seguro de que ahora va tras Rose. No es... seguro dejarla sólo con sus guardias—.
Michael consiguió colocar a Rafael en el asiento trasero del coche, murmurando en tono hiriente —Nunca pensé que nuestro padre fuera un asesino—.
Una pequeña sonrisa de satisfacción apareció en los labios de Rafael, y dijo —¿Entonces de quién crees que ambos tenemos esta sangre asesina?—. Luego empujó a Michael, diciendo —Ve con Rose—.
Michael quería quedarse con él, pero nunca podría poner a nadie por encima de Rose y las palabras de Rafael lo asustaron hasta la médula. No podía ni imaginarse que algo parecido le ocurriera a ella.
Asintió con la cabeza y gritó —¡Marcos! Lo quiero vivo. Llévalo al hospital. Rápido—.
Cuando Miguel estaba a punto de alejarse, Rafael le cogió de la mano, le miró con cara de disculpa y sus labios temblaron mientras decía —Lo siento hermano—.
—No tienes por qué estarlo—.
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Apresuradamente, Michael llegó a su casa, asustado por Rose aunque siguió hablando con ella por teléfono durante todo el trayecto.
La sangre en su camisa y manos asustó a Rose y antes de que pudiera preguntar nada, él la abrazó fuertemente dejándola confundida y asustada.
Sólo después de verla a salvo, Michael pudo recuperar el aliento y siguió murmurando —Estás a salvo—.
Ella rompió el abrazo, preocupada por él, y le puso las palmas de las manos en la cara, preguntándole —¿Qué te ha pasado?—.
Sus manos recorrieron su cuerpo en busca de heridas, pero no encontraron ninguna. Ignorando sus preguntas, la sujetó por los hombros, diciendo en su tono autoritario —A partir de ahora no vas a salir de casa. Renuncia a tu trabajo, renuncia a joderlo todo, y quédate aquí, quédate siempre a mi lado. ¿Lo has entendido?—
—Michael...—
No quiso saber nada de ella. Salió llamando a su seguridad, que en pocos segundos se reunió frente a él.
—Dupliquen la seguridad. Informadme de todos los detalles—.
Pudo notar la mirada interrogante de Rose, su cara de confusión, y pudo entender su miedo pero no estaba en posición de explicar nada.
Cuando estaba comandando su seguridad, la llamada de Marcos lo interrumpió y lo siguiente que escuchó lo quebró.
—Rafael ha muerto—.