La casa de mi tío Sebastián… quiero decir, mi padrino, es bastante pequeña si la comparo con la mía. Incluso la habitación que me prestó es chiquita, con una sola ventana y una cama que cruje un poco cuando me muevo. El pobre Vainilla no tiene mucho espacio para estirarse como le gusta, y mi padrino debe dormir en el sofá. Intenté una vez dormir en un sofá, y terminé en el suelo con la nariz aplastada contra la alfombra. Desde entonces, lo evito.
La rutina en la casa de mi padrino es muy distinta a la que yo tenía en mi casa. Él se despierta tarde, a veces cuando ya es de día completo, y hace los quehaceres con más calma que mi papá. Le gusta poner música mientras limpia y canta bajito mientras barre. A veces hasta baila un poco, ignorando que tiene a una niña de ocho años mirándolo con cara de «¿qué está haciendo?». Pero por lo menos me hace reír.
Buscar el siguiente dibujo de mamá se ha vuelto complicado. En lo que ella dejó escrito solo menciona «un parque de la ciudadela Las Orquídeas», y eso es como decir «busca una piedrita en un campo de fútbol». Los primeros días, mi padrino y yo recorrimos varios parques en su auto. Algunos eran bonitos, con árboles grandes y juegos oxidados. Pero nada pasó. La rosa de mamá no brilló, no se calentó, no hizo ninguna de esas cosas raras que hace cuando estamos cerca del siguiente lugar.
Ahora estamos decidiendo por dónde seguir. Ya revisamos una parte de la ciudadela, y solo falta explorar el resto. A veces siento que estamos buscando a ciegas, pero no puedo perder la fe. Sin embargo, tengo miedo de que, cuando encuentre unos dibujos más, mi padrino llame a mi papá y me dé la regañada del siglo.
Tomo asiento en el sofá donde mi padrino suele dormir y empiezo a ordenar mi mochila, que la tenía completamente desordenada. Abro el cierre despacito y comienzo a sacar mis cosas una por una. Primero, mi suéter azul; después, mi impermeable y la manta que guardé para Vainilla. También saco el diario de mamá, mi cuaderno en el que anoté los lugares donde están escondidos los dibujos y, por último, los dibujos que ya he encontrado.
Coloco todo con mucho cuidado sobre el sofá y me detengo un momento a mirarlos: el del gatito con binoculares es mi favorito y el del barco pirata navegando en la tormenta tiene un aire de valentía y aventura, como mi aventura de dibujos. Vuelvo el rostro hacia dónde está mi padrino. Él está sentado en su escritorio, escribiendo algo en la computadora. Me acerco despacio, sin hacer ruido.
—¿Tienes alguna fundita para guardar los dibujos? —le pregunto, sin dejar de observar la pantalla. Está llena de letras y fotografías, pero no entiendo nada.
—Déjame ver... —dice él y comienza a buscar entre los cajones del escritorio. Saca una carpeta transparente azul—. Esto te puede servir, solo ten cuidado con la vincha.
—Gracias.
Agarro la carpeta y regreso a mi lugar. Para no volver a molestarlo, busco por mi cuenta un bolígrafo. Me doy cuenta de que fui tan distraída que olvidé guardar mi lápiz de gatito. En un pequeño estante encuentro un vasito lleno de bolígrafos, pero están todos cubiertos de telarañas. Me asomo con cuidado y ahí está: una arañita chiquita escondida en un rincón.
—Lo siento, señora araña —le digo en voz baja, sonriendo—. Necesito tomar prestado uno de sus bolígrafos... misión secreta de dibujos.
Agarro uno de los bolígrafos con mucho cuidado, sin mover el vaso. Me imagino que no le molesta que tome solo uno. Regreso a mi lugar con el bolígrafo en mano y abro mi cuaderno. Paso las hojas hasta encontrar la parte donde escribí las direcciones de los dibujos. Debajo, empiezo a anotar los mensajes que venían con ellos, letra por letra, para asegurarme de que no se me escape nada.
Luego, tomo mi suéter azul, lo doblo bien junto con mi impermeable y los guardo dentro de la mochila de conejo. Me quedo mirando la manta de Vainilla. No sé si debería guardarla también o dejarla fuera. Pero pienso que, si alguna vez llueve o hace frío, él la va a necesitar. No quiero que mi mejor amigo pase frío mientras me ayuda en la búsqueda.
Tomo mi botellita con la rosa de mamá y voy al baño a desechar el agua y llenarla de nuevo con agua limpia. No sé cómo es que no se marchita; cada día parece volverse más fuerte. Supongo que mamá le hizo algún hechizo mágico. Limpio la botella y regreso para colocarla en el bolsillo destinado a botellas de mi mochila.
Después guardo mi cuaderno y la pluma que tomé prestada. Finalmente, coloco los dos dibujos que tengo en mi poder dentro de la carpeta. Sin más que hacer, me acomodo en el sofá y abro el diario de mamá, buscando las fechas siguientes. Paso las páginas y reviso una a una cada entrada. Me doy cuenta de que, nuevamente, mamá estuvo un tiempo sin escribir, pues la siguiente anotación es del 10 de abril de dos mil quince. Sin perder tiempo, empiezo mi lectura:
10 de abril de 2015
Las cosas entre Daniel y yo se han vuelto un poco incómodas, aunque todavía hablamos como siempre... hay algo distinto. No es que hayamos peleado ni nada parecido, pero existe una tensión suave, como un hilo invisible que nos mantiene atentos el uno al otro. A veces lo miro sin querer, y cuando él me devuelve la mirada, siento que el corazón se me sube hasta la garganta.
No puedo evitar sonrojarme. Me tiemblan un poco las manos. Es ridículo, lo sé, pero no logro controlarlo. La última vez que salí a dar una vuelta, pensaba tanto en él que terminé poniéndome dos zapatos distintos: uno azul y uno negro. No me di cuenta hasta que estuve en la calle, y claro... la vergüenza fue tan grande que, en lugar de llorar, me eché a reír como una tonta.
#1195 en Otros
#17 en No ficción
dibujos, diario personal, aventura humor amistad viajes drama
Editado: 14.09.2025