Lady Elizabeth estaba furiosa. Su padre, el conde de Northumberland, acababa de anunciarle que debía casarse con el laird Duncan MacLeod, el líder de uno de los clanes más poderosos y rebeldes de Escocia. Según él, era una orden del rey Eduardo, que quería asegurar la paz entre los dos reinos y evitar una nueva guerra. Pero para ella, era una traición y una humillación. ¿Cómo podía casarse con un bárbaro que no conocía, que hablaba con un acento incomprensible y que seguramente la trataría como a una esclava? Ella había soñado con casarse por amor, con un caballero noble y cortés, que la respetara y la hiciera feliz. No con un salvaje que solo sabía pelear y beber.
No puedes obligarme a hacer esto, padre. Es una locura. Yo no quiero ir a Escocia. Yo no quiero casarme con ese hombre. - protestó ella, con lágrimas en los ojos.
No tienes elección, hija. Es por el bien de la familia, del reino y de ti misma. El laird MacLeod es un hombre honorable y valiente, que te protegerá y te dará una buena vida. Además, es muy rico y tiene muchas tierras. No es un mal partido para ti. - dijo él, con voz firme.
No me importa lo que tenga o lo que sea. Yo no lo amo. Yo no lo quiero. - insistió ella, con desesperación.
El amor vendrá con el tiempo, hija. Lo importante es que cumplas con tu deber. Mañana partirás hacia Escocia, con una escolta de soldados. El laird MacLeod te estará esperando en su castillo. Allí se celebrará la boda. Y no quiero oír más quejas. Es mi última palabra. - sentenció él, con severidad.
Lady Elizabeth se quedó sin habla. Sabía que su padre no cambiaría de opinión. Era un hombre duro y autoritario, que siempre hacía lo que creía conveniente, sin importarle los sentimientos de los demás. Ella era su única hija, y la quería, pero también la veía como una pieza de ajedrez, que podía mover a su antojo para conseguir sus objetivos. Ella se sentía atrapada, sin salida, sin esperanza. Solo le quedaba resignarse y aceptar su destino. O quizás, escapar y buscar su propia felicidad.