Lady Elizabeth se quedó dormida, con el libro en las manos, la carta en el pecho, la vela en la mesa. Soñó con su madre, con su hermano, con su casa. Soñó con el Cid, con su mujer, con su gesta. Soñó con un hombre, que la abrazaba, que la besaba, que la amaba.
El laird Duncan MacLeod volvió a la alcoba, al anochecer, después de atender sus asuntos. Estaba cansado, sucio y hambriento. Estaba tranquilo, satisfecho y orgulloso. Estaba curioso, impaciente y excitado. Quería ver a su esposa, quería hablar con ella, quería acostarse con ella. Entró en la habitación, abriendo la puerta con llave, encontrándola dormida, hermosa y dulce. La miró con sorpresa, con admiración, con deseo. La despertó con suavidad, con caricia, con beso. Le habló con ternura, con respeto, con amor. Le hizo el amor con pasión, con placer, con entrega.