Tan pronto acabaron el austero desayuno, Ginebra se levantó de la mesa.
—¿Puedo salir al jardín un momento? —preguntó tratando de ocultar cualquier rastro de emoción en su voz.
—Sabes que el señor Schubert prefiere que te quedes dentro —dijo el abuelo pasando sus dedos por el plato, aún tenía hambre, pero sabía que estos no eran tiempos de comer hasta saciarse. Apenas les quedaba comida para un par de días más y luego tendrían que ver cómo se las arreglaban.
—Solo será al jardín. Por favor, la mañana está tan bonita —insistió ella poniendo un puchero para enternecerlo.
—Bien, ratoncita, solo no te alejes —cedió el anciano.
Ginebra tomó el libro que estaba leyendo y salió disparada hacia el jardín. Ni siquiera intentó disimular, de inmediato se precipitó hacia el lugar del muro donde Corian escondía su correspondencia clandestina.
La nota estaba esperándola dónde lo había visto anoche. Ginebra la tomó con manos temblorosas de expectativa y la abrió de inmediato.
Hermosa Gin:
No sabes lo que me alegra saber que estás bien, temí lo peor durante el ataque. Enterarme de que habías logrado huir me llenó el corazón. Aunque entiendo que no todas son buenas noticias, tu amiga Lorelei me contó del compromiso. Necesitamos hablar en persona. Esta noche te esperaré detrás del viejo sauce, por favor, encuentra la manera de llegar.
Tuyo por siempre, Corian.
Ginebra abrazó la carta contra su pecho como si fuera Corian mismo. De algún modo iba a escabullirse para verlo, por nada iba a faltar al encuentro.
Los cascos de un caballo aproximarse sacaron a Ginebra del trance de enamorada. Al abrir los ojos vio que el señor Schubert se aproximaba por el camino empedrado que llevaba a la entrada principal y de inmediato ocultó la nota entre las páginas de su libro.
En lugar de seguir cabalgando hacia la casa, el señor Schubert se detuvo junto a ella.
—Creí haber sido claro en que no debías salir de casa —dijo al tiempo que desmontaba.
—Sigo en la propiedad de mi familia, ¿acaso también se opone a que me dé el sol?
—Modera el tono de tus contestaciones, no pienso tener una esposa respondona —la amonestó él.
—En ese caso, erró en su elección de mujer —dijo Ginebra dándose la media vuelta para volver al interior.
Antes de dar el primer paso, el señor Schubert la tomó de la mano para detenerla y obligarla a encararlo.
—¿Por qué te empeñas en mostrar una actitud difícil? Solo logras postergar lo inevitable —dijo en tono de censura.
—¿Qué es lo inevitable según usted?
—Que te contentarás con ser mi mujer.
La determinación en su mirada lanzó un escalofrío por la espalda de Ginebra, parecía tan seguro de sus palabras, como si tuviera una ventana al futuro. Pero no, ella nunca se contentaría con ser su esposa.
—Jamás me contentaré con ser suya—respondió sabiendo que su corazón latía por otro hombre—. Seremos infelices el resto de nuestras vidas si insiste en casarnos. Usted mismo lo acaba de decir, tengo una actitud difícil.
—Eso se puede corregir fácil. Estoy convencido de que la mano firme todo lo compone —dijo tranquilamente, como si sus palabras no tuvieran un trasfondo inquietante.
¿La mano firme? ¿Exactamente a qué se refería con ello? Ginebra es estremeció solo de imaginarlo.
—¿Se escucha cuando habla? Quiere que acepte nuestro matrimonio, pero no deja de amenazarme. Resulta contraproducente, ¿no ve?
—Te equivocas, no son amenazas, solo…
De forma repentina, el libro en manos de Ginebra captó la atención del señor Schubert. Ella sintió oleadas de pánico, pensando que de algún modo había notado la carta que escondía entre sus páginas, pero al quitarle el libro, él solo se centró en la portada.
—Probablemente esta sea la causa de tu comportamiento rebelde —observó—. Pierdes tu tiempo leyendo novelas que te llenan la cabeza de fantasías románticas y eres incapaz de distinguir la realidad.
Ginebra trató de quitarle el libro, aterrada de que la nota de Corian pudiera caer, pero él lo alzó en el aire para sacarlo de su alcance.
—Es solo una forma de esparcimiento, está atribuyéndole más de lo que realmente es —se defendió sin quitar los ojos del libro.
—Te equivocas. Uno se conforma de cada actividad que realiza, te convendría leer textos más elevados para alimentar tu mente y no inventos que te harán pensar lo que no es. La vida es distinta a lo que se lee en las novelas de amor. Uno no cabalga al atardecer en brazos del ser amado. Un matrimonio conlleva compromiso, momentos duros y entrega.
—Ah, por qué no me sorprende enterarme de que usted no es un romántico —comentó sintiendo gotas de sudor frío bajando por su espalda. Si Schubert encontraba la nota estaba segura de que rompiera el compromiso en ese instante, pero sin duda también la haría del conocimiento del abuelo y aún cabía la posibilidad de que buscara a Corian para vengarse. Por más que deseaba deshacerse de Schubert, no podía suceder de este modo, el desastre sería incontenible.
—Soy realista. Las personas deben desposar a una pareja adecuada, alguien con quien compartan valores y convicciones, buscar sentir mariposas en el estómago es la receta para un desastre, la pasión no debe ser un factor a la hora de elegir pareja. Tal vez es que nadie te lo ha dicho y por eso actúas como lo haces.