Cuentan los madrigales que en los días más invernales
se suda un hielo que amenaza con la hipotermia psíquica.
Según los romanceros, cualquier época es de juglares pendencieros,
de animosidad, de catar y cantar demasiado a la imagen física.
Tardaremos en recorrer los nubarrones tétricos:
La danza del cortejo se baila sin tocar los lodazales antiestéticos,
pero hoy, ¿acaso alguien no ha hecho por amor hasta lo más patético?
Cuando los fenicios en Astarté derivaron su fe
no sopesaron la diferencia tan leve entre amor y guerra;
estos cultos solos nacen, por sí solos se entierran.
Basta con dejar descansar los pies sobre el asfalto,
aun así lo narramos los profanos bardos en pedestal alto:
no nos resignamos en el fondo, no nos resignemos al calco hondo,
de semejante deshonor me escondo...
o quisiera,
porque Aión escapa
y nada puede hacerse para burlar el anacrónico romanticismo de chapa.