LA RUEDA DE LA FORTUNA.
El cerrojo resonó como un signo de interrogación en el rellano vacío del tercer piso de aquel bloque de apartamentos del centro de Perth. Cuando Akhen empujó la puerta, las bisagras chirriaron con levedad a pesar del esfuerzo. Inspirando hondo, el mago se adentró en el oscuro recibidor y cerró tras de sí con suavidad.
La casa estaba en absoluto silencio a aquella hora de la noche. Ruth debía dormir, pensó a la vez que se apretaba el puente de la nariz con dos dedos. Tenía dolor de cabeza, la nebulosa del alcohol empezaba a remitir dejando solo un hondo vacío en su interior. Se sentía perdido, como si alguien lo hubiese cogido por los pies y hubiese sacudido todo su cuerpo hasta no dejar nada en su sitio. Solo… frustración. Dolor. Inseguridad. Un profundo desgarro que, según su cerebro, nada ni nadie podría restañar jamás.
En silencio, de memoria y sin encender ni una sola luz, el hombre rubio avanzó por el pasillo hacia el dormitorio, como si sus pasos lo condujesen por instinto, aprendido el camino de memoria durante aquellos años. Al llegar, su corazón dio un vuelco al observar, bajo la luz de la luna, el pelo rubio y casi platino de Ruth cayendo sobre la almohada. Parecía una cascada de plata unida a una figura en completa paz. Pero Akhen sabía que aquello solo era una ilusión.
Ruth había perdido a su primer hijo el día anterior.
¿Qué había salido mal?, pensaba su marido una y otra vez aunque temiera la respuesta como a la propia muerte. Ella lo había culpado a él, a sus salidas nocturnas… Y él no había sido capaz de contarle la verdad. ¿Habría cambiado algo? Akhen sacudía la cabeza negativamente con firmeza cada vez que llegaba aquella duda. No. Ruth jamás lo hubiese entendido. “Entonces, ¿por qué lo hacías?”
“Quiero darle un futuro seguro”, se convencía a sí mismo. Y si la profecía de los Elementos se cumplía, ¿quién le aseguraría que el mundo seguiría girando cómo debía? ¿Con una criatura inmortal regiendo los destinos de todos? ¿Y si la tiranía de un solo ser se imponía por los siglos de los siglos sin nadie capaz de pararlo? Respecto a eso, no había ni profecías ni esperanza posible. A ojos de Akhen, dicho futuro representaba un agujero negro e insondable en el que no quería ver implicado a nadie de sus seres amados.
Pero sabía que Ruth jamás lo entendería. Por algún absurdo motivo, prefería que pensara que sus huidas nocturnas se debían a… otra cosa.
Mientras seguía reflexionando, en plena resaca y con un principio de lo que parecía un interesante dolor de cabeza, Akhen se sentó en el borde de la cama, dando la espalda a Ruth pero girando apenas la barbilla para observarla dormir. Después de todo lo que habían peleado por su relación, de haberse casado por fin dos años antes en Avalon, acompañados de sus más allegados, ¿era aquel el punto final de todo? ¿Debía hacer caso a Gregor e irse con él?
Gregor… Akhen apretó los dientes en un gesto involuntario. Si al menos pudiese probar que él tenía algo que ver con todo aquello… Que solo era una artimaña para atraerlo a su lado y alejarlo de Ruth. Pero, ¿por qué? Esa era la gran pregunta.
El mago de Tribec estaba hecho un mar de dudas. Odiaba ver sufrir a Ruth, ya fuese física o psicológicamente. La pérdida de su hijo, a pesar de que el embarazo era apenas incipiente, le había costado una gran pérdida de energía y de ganas de vivir. Lógico, si se pensaba en lo que habían esperado para dar aquel paso. Su vida en común había sido tal montaña rusa desde que se conocieron que cuando llegó la noticia, Akhen pensó que aquel era su billete para una nueva vida. Para olvidarse de Gregor, de sus planes locos y sus aspiraciones de poder.
Y sin embargo, ahí estaba aún. Esa pequeña llama de duda que le hacía plantearse la posibilidad de ser el co-artífice de un mundo mejor. No más esconderse, retomar el lugar que los magos se merecían en el mundo… Cada vez que lo pensaba, aquellas palabras eran como dulce miel sobre sus labios, tranquilizante y definitiva.
Akhen siguió observando la silueta de Ruth durante mucho rato, con la vista fija en sus cabellos rubios. Qué diferente era de su hermana mayor. Akhen estaba enamorado hasta la médula de su valentía, su fina ironía, la forma en que brillaban sus ojos de cristal cuando tenía una nueva idea. Además, la enfermería llenaba su vida, pero sobre todo el impartir cursos en el hospital. Cuando daba charlas o clases, era otra persona nueva. Decidida y firme, pero atenta al mismo tiempo. Y eso no había nadie que no pudiera verlo. Tenía dote de mando, pero sin brusquedades. Jamás le había escuchado utilizar el Tono, propio de los Hijos de Júpiter, para que alguien hiciese lo que ella quería. Y eso la hacía aún más especial.
Akhen Marquath suspiró y se levantó para cambiarse. No es el mejor momento para pensar, decidió mientras se quitaba la camisa y dejaba que la luna bañara su cuerpo. Su influjo, fuese para el mago que fuera, siempre era reconfortante. Se cambió los pantalones vaqueros por otros más finos, de pijama, antes de apartar las sábanas y adentrarse en la cama. Ruth se removió ligeramente, pero no cambió de postura y siguió dándole la espalda. Akhen enroscó despacio un mechón platino en su dedo con aire distraído.