Por un campo cubierto de nieve se conducía la figura de una anciana de largos cabellos grises y el rostro cubierto de arrugas, era Freya y junto a ella iba Alfyr, un joven elfo de cabello rojizo y orejas puntiagudas. Iban en busca de un conejo que vivía en las praderas, pues en los bosques se decía, que aquel conejo era muy sabio y podía guiar a otros a encontrar lo que buscaban.
Después de marchar por mucho tiempo, se detuvieron a descansar, pero fueron interrumpidos por un rugido feroz. En la distancia, Freya vio un enorme jabalí envuelto en llamas, que corría hacia ellos.
- ¡Nos encontró! -gritó Freya y ella junto al niño se echaron a correr.
Aquel jabalí era una criatura salvaje que desprendía ardientes llamas y siempre estaba persiguiéndolos. Freya y Alfyr escapaban y se escondían, pero siempre volvía a encontrarlos, además, la anciana ya no tenía la fuerza de su juventud y le resultaba difícil correr para huir de la bestia.
En medio de aquella pradera, una figura blanca pareció moverse en la nieve, Alfyr logró ver dos grandes orejas y se dio cuenta que era el conejo que los llamaba. Corrieron en dirección del conejo y este los llevó hasta un agujero en la tierra donde se ocultaron. Los gruñidos del jabalí se escuchaban muy cerca y la bestia feroz los buscaban con insistencia, pero no pudo encontrarlos.
Cuando no hubo más ruido, el conejo asomó por el agujero y comprobó que el jabalí se había ido. Freya estaba temblando y parecía que sus ojos se llenaban de lágrimas. Alfy estaba junto a ella y la abrazaba intentando calmarla.
-Se pone así siempre que vemos al jabalí -le explicó al conejo- la persigue desde antes que ella me encontrara.
Freya había salvado a Alfyr, a quien encontró cuando aún era muy pequeño, perdido y solitario en un bosque. Desde entonces, el elfo viajaba con ella y había prometido ayudarle a cumplir con su deseo. Ahora, con el conejo frente a ellos, ese deseo estaba un poco más cerca.
- ¿Tú eres el conejo sabio, tú podrías ayudarnos? -preguntó Alfyr.
-Yo soy Ostara -dijo el conejo- y si me dicen lo que buscan, quizá pueda ayudar.
Cuando Freya se calmó, pudo explicarle a Ostara lo que ocurría. Hace tiempo, cuando aún era joven, ella tuvo un hijo, pero cayó el invierno y los espíritus que vagaban en las ventiscas se lo arrebataron. Ella lo buscó con desesperación, pero el invierno la fue desgastando y poco a poco le quitó su juventud y todo cuanto tenía, lo único que nunca perdió fue la esperanza de encontrar a su hijo Ingunar.
Ahora, el conejo representaba esa esperanza y él aceptó ayudar, le dijo a Freya que podría llevarla hasta su hijo, pero debía enfrentar un camino difícil. Si llegaba hasta el final, vería cumplido su deseo.
Freya aceptó y emprendieron el camino. Ostara los condujo hasta un río congelado y les dijo que debían cruzar, pero debían tener cuidado, pues el río se aprovechaba de su miedo.
Sin dudarlo, el conejo cruzó, seguido de Alfyr, pero al momento que Freya iba cruzando, el hielo se partió y ella cayó al agua. El joven elfo corrió para tratar de ayudarla, pero el hielo se resquebrajó y todo el río congelado se convirtió en una turbulenta corriente. Entre las aguas, Freya escuchó el rugido del jabalí al que tanto le temía y sintió que no podía hacer nada para escapar de la corriente, pero vino a ella el recuerdo de Ingunar, tal como lo había visto por última vez, un pequeño niño de cabellos dorados y ojos azules. Recordó la necesidad de protegerlo y que luego le había sido arrebatado de sus brazos. Si quería encontrar a su hijo y protegerlo, no podía seguir sintiendo miedo.
Alfyr corría junto al río intentando localizar a Freya, pero no la veía por ninguna parte, hasta que la figura de una mujer de largos cabellos dorados emergió del agua y fue hasta la orilla. Le tomó un momento darse cuenta que se trataba de Freya, pero ya no era una anciana, su cabello era dorado con pocos rastros de color gris y muchas arrugas habían desaparecido de su rostro.
El elfo se alegró mucho y fue a abrazarla, Freya había vencido el miedo y ahora debían continuar su camino. Mientras caminaba, Freya notó que había algunos capullos de flores por el camino y algunas incluso ya habían florecido, cada vez parecía haber menos nieve y el invierno por fin se iba terminando.
Ostara los llevó a un alto acantilado y dijo que, para continuar el camino, había que saltarlo. El precipicio ponía a prueba la fuerza así que debían dar su mejor esfuerzo para cruzarlo. Dicho eso, el conejo dio un salto y cruzó hasta el otro lado.
Alfyr tomó impulso, saltó y también cruzó. La última fue Freya, pero a intentar saltar, no tuvo la suficiente fuerza y no logró llegar hasta el otro lado, sino que quedó prendida del borde del acantilado.
Alfyr intentó ayudarla, pero no lograba subirla. Freya miró hacia abajo, al enorme abismo a sus pies, pero se sorprendió al no sentir miedo. Entonces supo que podría ser más fuerte. Si caía, nunca podría ver a su hijo, así que se impulsó, se sujetó con fuerza y logró llegar hasta arriba. Alfyr estaba muy emocionado y la ayudó a ponerse en pie, mientras Ostara la felicitaba, pues había superado un nuevo obstáculo.
Cuando Freya estuvo del otro lado del acantilado, se dieron cuenta que todas sus arrugas habían desaparecido por completo y su cabello era brillante y dorado, sin rastros del color gris que una vez tuvo. Freya había recuperado su juventud y ahora podían continuar.
Editado: 05.11.2020