Miquel tenía la llave de la casa de su vecino Braulio, ya que le hacía recados y le ayudaba en multitud de tareas a cambio de unas pocas pesetas. Con el agua a la altura de los talones, miró a su alrededor. Sabía con total certeza que no había nadie que pudiera verle pues hacía horas que el barrio había sido evacuado debido al desbordamiento del río que cruzaba la ciudad. Pero Miquel era un hombre que sabía agarrar las pocas oportunidades que se presentaban en su vida
Introdujo la llave en la cerradura y con dificultad consiguió girarla por completo. Tras varios intentos y empujando con todas sus fuerzas, consiguió que la puerta cediera unos palmos y pudo acceder a la vivienda.
La planta baja daba a un jardín con pozo al fondo, un pequeño aseo y una habitación de invitados. El dinero con el que le pagaba Braulio estaba en el primer piso de la vivienda.
El corazón le palpitaba fuertemente debido al esfuerzo y el miedo. Se dirigió hacia las escaleras y empezó a subir lo más rápido que pudo. Al girar la esquina se paró en seco. Una figura a contraluz estaba de pie, sujeta a la barandilla por un fuerte brazo pero tambaleándose debido a su pierna coja.
-¿Qué haces aquí?- preguntó sorprendido Braulio, al reconocerle.
Miquel apartó su húmedo cabello de la frente, notando como su ropa mojada se pegada a la piel. Y con una ligera sonrisa contestó con toda la sinceridad fingida que de la que fue capaz.
-Pues venir a ver si necesitabas ayuda para salir, hombre.
-¡Ja! Yo de mi casa no me muevo. De aquí saldré sólo con los pies por delante... Pero ya que has venido pasa, pasa. Ven a calentarte a la estufa.
Miquel indeciso siguió a Braulio en el siguiente tramo de escalera, hasta llegar al amplio comedor. Se sentó en el sofá al lado de una estufa de leña que consumía un gran madero y aspiró el acre olor a humo que impregnaba todo la estancia.
-Tienes la estufa rota, vecino- dijo Miquel, mientras restregaba las manos delante del fuego- Cualquier día te ahogarás por la noche como un gato metido en un saco.
Braulio se dirigió a la estufa que hacía a su vez de cocina y puso una cafetera para poder calentar el estómago con algo. La lluvia sonaba feroz en el exterior, y pronto empezó a filtrarse agua por una de las ventanas del salón.
-Tenemos que salir de aquí. Dime qué quieres que coja y nos lo llevamos con nosotros. Yo te ayudo, que para eso he venido.
-Ni muerto salgo yo de aquí- repuso Braulio entre dientes mientras cogía dos vasos y empezaba a servir el café.
Miquel sujetó su taza y sorbió el amargo líquido negro. Justo enfrente vio que la puerta de la habitación de matrimonio estaba entreabierta. Seguramente el viejo había estaba acostado cuando escuchó el ruido de la puerta de la calle.
Se lamió los labios con cierta avidez. Allí, en uno de los cajones interiores del armario guardaba Braulio unos buenos fajos de billetes. Era tan sencillo como entrar en la habitación, abrir el armario y coger el dinero. Sólo tenía que ser paciente y esperar el momento apropiado.
-¿Por qué no me has llamado desde abajo?- preguntó Braulio mientras sorbía ruidosamente su café.
-Pensé que con el ruido de la tormenta no me ibas a oír- respondió rápidamente Miquel- Y que no ibas a bajar a abrirme, viejo loco.
-Me conoces bien- replicó el anciano- Ya puede caer el diluvio universal y hundirse la casa. Ya me da igual todo.
Miquel se sirvió otra taza de café mientras el agua de la ventana corría por la pared y empezaba a generar un charco en el suelo. La tormenta arreciaba y se escuchaba multitud de crujidos y ruidos por todas partes. El estruendo era enorme y Miquel notó que le temblaba la mano. Si se quedaba era muy posible que el edificio se les viniera encima a los dos, tal y como Braulio había pronosticado.
A lo lejos se escuchó el aullido lastimoso de un cánido moribundo. El joven dejó la taza encima de la mesa y tiritó a pesar de encontrarse al lado de la estufa.
-Venga, yo te ayudo a salir. Vamos, tenemos que irnos, ¿no ves que la casa no aguantará? Mira la ventana, el agua ya empieza a subir de nivel en la calle. No seas tan cabezota y entra en razón. Mira lo que le pasó a tu mujer por...
-¡A mi Amparo ni la nombres!- gritó furibundo Braulio alzándose sobre su pierna mala con cierta dificultad- Ni una palabra más sobre ella o el que se irá de esta casa serás tú.
Miquel cerró la boca y miró al frente. La puerta de la habitación seguía entreabierta y los rayos iluminaban la cama y el armario.
-Tengo frío- dijo Braulio intentando alzarse del asiento.
-Ya voy yo- le dijo con calma- ¿Por qué no te pones al lado de la estufa y descansas un poco la pierna, hombre?.
Miquel rápidamente se dirigió a la habitación de matrimonio. Entonces abrió el armario de par en par y cogió un par de mantas. Sin titubear abrió el cajón y metiendo la mano hasta el fondo, tanteó su interior. Al fondo del todo, tocó con la punta de los dedos una cajita de madera y estirando el brazo pudo alcanzarla. La madera estaba hermosamente trabajada y sus bordes estaban lisos debido al roce. Despacio abrió la tapa y vio un fajo de billetes atados con un cordel fino. Con rapidez se metió el dinero en el bolsillo del pantalón y dejó la cajita donde estaba, cerrando el cajón y la puerta del armario.
Llevó la manta a Braulio que le miraba fijamente y dejó la suya en el sofá, sentándose a continuación con un suspiro y apartando sus cabellos de su frente sudorosa.
Un golpe sordo y seco levantó de su asiento a Miquel de un salto. Parecía que los cimientos de la casa temblaban y con precipitación se dirigió a la escalera decidido a escapar con el dinero.
Cuando bajó, vio que la puerta estaba abierta de par en par y la planta baja completamente inundada. El agua entraba a borbotones y seguía subiendo. Era imposible salir por ahí.