En La Sabaneta, cada día era una lucha por la supervivencia. Con hacinamiento extremo, escasez de alimentos y la violencia siempre latente, los reclusos vivían bajo un sistema de terror impuesto por los pranes. Aquí, la ley de la selva era la única norma.
El hacinamiento y la miseria
Construida para albergar a 700 reclusos, La Sabaneta llegó a tener más de 3.700. No había camas suficientes, por lo que muchos dormían en pasillos, baños o simplemente en el suelo. El agua potable era un lujo, y las raciones de comida apenas alcanzaban para sobrevivir.
Los internos con dinero podían pagar a los pranes para recibir mejores condiciones: acceso a una celda privada, comida externa y hasta televisión por cable. Pero quienes no podían pagar, quedaban expuestos a la violencia y al hambre.
La ley del más fuerte
Las reglas de La Sabaneta no las dictaba el Estado, sino los pranes. Cualquier falta era castigada brutalmente:
El miedo era constante. Testimonios de exreclusos describen cómo algunos prisioneros eran asesinados solo para enviar un mensaje a los demás.
El rol de las familias
Las visitas familiares eran clave para la supervivencia. Muchos reclusos dependían de la comida y el dinero que les llevaban sus seres queridos. Sin embargo, para entrar, los visitantes debían pagar "peajes" a los pranes y a los propios guardias.
Las mujeres que visitaban el penal también eran víctimas del abuso. Se han reportado casos donde eran obligadas a mantener relaciones con los pranes a cambio de protección para sus familiares encarcelados.
Testimonio de un exrecluso
"El que entraba sin dinero estaba muerto en vida. No podías enfermarte, no podías quejarte, no podías demostrar miedo. Si lo hacías, te convertías en presa fácil."
Sobrevivir en La Sabaneta no dependía de la justicia, sino de cuánto podías pagar y a quién le convenía que siguieras con vida.