Corría buscando los callejones. Llevaba varias semanas internándose en el territorio de Luca Brisa informándose y saboteando algunas de sus operaciones, pero la suerte se le había acabado. Si no fuera la fiesta de la cosecha podría ampararse en la oscuridad, pero con tantos puestos situados por las calles, tantas antorchas y tanta gente le estaba costando trabajo despistar a sus perseguidores. Se esforzaba por esquivar a los transeúntes sin perder velocidad, su pequeño tamaño suponía una ventaja en un sitio como aquél, pero llevaba demasiado tiempo en marcha y no la habían pillado en su mejor momento.
Reconoció el lugar donde se encontraba y giró bruscamente en una calleja oscura y que olía a lo peor de la ciudad, pero era una línea recta que daba a una pequeña zona de casas destartaladas que rodeaba el barrio de los artesano y que conformaban un laberinto. Aceleró el ritmo mientras el ruido de sus pisadas se sobreponían en sus oídos a los gritos de sus perseguidores.
No contaba con perderlos de forma inmediata, pero un plan empezaba ya a fraguarse en su mente. Había recorrido demasiadas veces la ciudad y no dudaba en ser una de las personas que mejor la conocía.
Un montón de basura con retazos de madera y otros materiales conformaban una rampa improvisada. Tomó impulso y saltó, agarrándose a un techo de madera, aupándose y rodando sobre el mismo en un fluido movimiento con el que, sin perder velocidad, siguió corriendo.
- ¡Está ahí! ¡Sobre aquel tejado!
Sabía que no la habían pillado por casualidad, le habían tendido una trampa y ella había caído como una idiota. No contaba con que los que tenía detrás fueran sus únicos perseguidores. Como si las circunstancias quisieran mofarse de ella, dos figuras encapuchadas como ella misma se estaban subiendo al edificio que tenía en frente. Eran altos y ágiles, pero el terreno estaba de su parte.
Esperaba poder perderlos gracias a algunos edificios de grandes dimensiones que había por la zona; una pequeña destilería, una herrería, una tintorería. Se centró en sus dos enemigos y aceleró de nuevo el ritmo para actuar antes de que recuperaran totalmente el equilibrio. Saltó y, agarrándose al travesaño de una grúa, se balanceó golpeando a uno de ellos en la cabeza con ambos pies. Su víctima cayó a plomo con la cabeza por delante mientras la inercia la balanceaba hacia atrás y el otro encapuchado saltaba agarrándola de la cintura y tirando hacia abajo. Se agarró con ambas piernas como pudo mientras se soltaba, resultando que mientras una pierna pasaba por encima de un hombro el otro estaba bajo la axila, pero aún así se lanzó y se estiró hacia atrás con todas sus fuerzas golpeando al segundo encapuchado con la parte de atrás de la cabeza a ciegas.
El quejido del segundo perseguidor y el que la soltara de golpe para agarrarse la entrepierna le remordió un poco la conciencia. Se puso de pie y escuchó atentamente para saber de donde vendrían sus próximos problemas mientras intentaba recuperar el aliento.
Otro grito azuzándola le vino por la derecha, por lo que volvió a emprender la carrera en dirección contraria.
- ¡Para ahí hija de puta!
El insulto iba acompañado de virotes de ballestas que escuchaba silbar a su alrededor. Había más encapuchados por los tejados vecinos que habían subido mientras ella se entretenía con sus compinches, por lo que volvió a acelerar el paso, aunque esta vez trastabilló antes de volver a recuperar el equilibrio. Se estaba cansando rápidamente. De pronto en frente suya se alzó un edificio que conocía bien y una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.
- ¡Fuego! ¡Fuego! -empezó a gritar alarmando al vecindario.
Cruzando los dedos para que su velocidad bastara, apretó los puños y se lanzó a través de una ventana mientras volvía a gritar fuego.
Los perseguidores que iban a nivel de la calle se detuvieron poco después enfrente del edificio. Se trataba de una pequeña capilla que hacía las veces de orfanato. La ciudad tenía unos cuantos. La puerta de éste se abrió de golpe y una jauría de niños gritando acompañados de algunas mujeres con hábito salieron a lo que parecía un patio rodeado de una cerca de madera que se abría a una calle secundaria. Los niños habían salido de la cama y los encapuchados se vieron rodeados de una marea de figuras bajitas vestidas de blanco. Sólo se veían cabezas mientras los vecinos de los alrededores salían a la calle y los más avispados se dirigían a la fuente más cercana con cubos en ambas manos.
El líder de la persecución miró a su alrededor mientras maldecía para sus adentros.
Unas horas más tarde una figura encapuchada se internaba en un callejón a espaldas del Hospital de San Pantaleón, patrón de los enfermos, en dirección a la puerta trasera. Era un edificio de dos plantas de piedra de aspecto solemne, cuyo primer piso se adivinaba alto por la posición de sus ventanas así como por la pequeña cúpula con estrechas cristaleras de colores que señalaban que también tenía una capilla. El callejón se estrechaba en algunos puntos por la presencia de los mendigos y enfermos que esperaban la atención que ofrecería el Hospital por la mañana, aunque algunas de las figuras seguían al encapuchado disimuladamente con la cabeza a medida que esta avanzaba.
Cuando el encapuchado llegaba a la puerta y se disponía a llamar, otra figura salida de la oscuridad se puso detrás de ella mientras le ponía un cuchillo en el cuello.
- ¿Quién eres?
El encapuchado no pareció amilanarse mientras levantaba las manos y una voz femenina contestaba:
- Va, Monroe, ¿cuántas personas de mi altura conoces que llamen a esta puerta?
- Melissa -dijo mientras retiraba y guardaba el cuchillo con una sonrisa-, ¿cómo te fue?
- Mal, Monroe, muy mal... -contestó al meridional observando sus rasgos afilados -,no creo que vayamos a poder seguir como hasta ahora. Por poco me pillan.