En Villa Hermosa, después del refrigerio, cada uno había ido a familiarizarse con la casa y luego a su cuarto para descansar.
Melissa aprovechó que el ama de llaves había preparado un baño en la habitación de cada uno para lavarse y relajarse. No sabía cómo aquella mujer había conseguido en pocas horas tener dispuesta una bañera para cada uno, pero no se quejaba. Pensó que podría acostumbrarse a los pequeños lujos como aquel.
Justo cuando terminó de disfrutar del agua caliente y terminaba de vestirse, sonó una campanilla desde piso inferior. Se asomó a la ventana y dedujo que ya debía ser la hora de comer, por lo que se pasó una vez más una toalla por la cabeza para no bajar con el pelo demasiado húmedo y se dirigió al comedor.
Allí se encontró a Conrad, que también se había bañado y afeitado. Llevaba una muda limpia que consistía en una camisa de lino y unos pantalones de gamuza sujetos con un amplio cinturón negro y unas botas de cuero a juego. Estaba impresionante.
- Vaya vaya -dijo ella sonriente mientras se sentaba-, das toda una impresión ahora.
- Umf -contestó el bárbaro mirándose a si mismo-, la señora Puig insistió... está feo llevarle la contraria a nuestros mayores.
- Entiendo -dijo Melissa sonriendo.
No llevaban más de diez minutos sentados cuando el ama de llaves entró con un carrito y ponía la mesa para tres.
- ¿Donde está Yago? -preguntó Melissa.
- Quizás el señor Yago esté arriba -contestó la señora Puig mientras colocaba una sopera en el centro de la mesa-, parecía muy inquieto cuando fui a llevarle unos útiles de baño.
- ¿Cuando fue eso? -inquirió Conrad.
- Quizás un par de horas -contestó la mujer mayor-, fue justo antes de llevarle a usted la ropa, señor.
Conrad tenía las comisuras de los labios apuntando levemente hacia abajo cuando se levantó y se dirigió hacia la escalera. Melissa se levantó detrás de él.
El bárbaro no se paró para llamar a la puerta, si no que entró directamente en la habitación y la recorrió rápidamente con la mirada.
Las ropas blancas y caras de Yago estaban tiradas sobre un sillón mientras que parecía haber vaciado el resto del armario sobre la cama. Melissa lo llamó en voz alta y repitió la acción en el pasillo, esperando que quizás estuviera en otro sitio, pero nadie contestó.
Conrad pasó a su lado haciendo retumbar el suelo de madera mientras recogía su escudo además de su zurrón y se dirigía hacia la puerta.
- Maldito imbécil -gruñó mientras abría la puerta y rebuscaba entre sus posesiones. Se paró de golpe para abrir el zurrón con ambas manos- ¿pero qué demonios?
Melissa iba detrás de él poniéndose nerviosa al pensar que en menos de dos horas ya habían fallado en su misión.
- ¿Qué pasa?
- No encuentro el muñeco que Basandere me dió para encontrar a Yago -contestó el bárbaro.
La ladrona ya había renunciado a comprender a Conrad cuando éste decía más de dos palabras seguidas, pero era consciente del apuro que se cernía sobre ellos.
- ¿A donde puede haber ido? -preguntó Melissa en voz alta para ambos.
Conrad se giró hacia ella y la encaró diciéndole:
- ¿Donde puedo encontrar drogas?
Melissa se lo quedó mirando hasta que comprendió qué quería decir.
- ¿Desde aquí? En muchos sitios, aunque me gustaría pensar que no ha sido tan estúpido como para volver a La Sal Dorada.
- Yo si querría que lo fuera, así sabríamos donde encontrarlo -gruñó más que contestó Conrad. Se dió media vuelta y empezó a dirigirse hacia la salida de la villa- Vamos a rehacer sus pasos, así que piensa.
La ladrona aceleró el paso para ponerse a su altura y cuando salieron a la calle recordó que no lejos de ahí paraban cocheros regularmente como servicio a los que entraban o salían del barrio. Se dirigió hacia allí y Conrad la siguió sin decir palabra.
Cuando llegaron allí sólo había un carruaje parado mientras su dueño estaba sentado en un pequeño muro disfrutando de los rayos del sol.
Melissa se acercó a él.
- Disculpe buen señor, pero ¿ha venido por aquí un hombre rubio, con el pelo largo y unos anteojos violetas?
El cochero los miró a ambos de arriba a abajo, fijando la vista un par de veces seguidas sobre el enorme bárbaro.
- Si, vino hace un par de horas. Un compañero mío lo llevó a... un club de caballeros.
- ¿Donde? -gruñó Conrad dando un paso adelante. Melissa lo miró de reojo preguntándose si era consciente de lo intimidador que resultaba o lo hacía sin querer. El cochero tragó saliva mientras se levantaba y señalaba su carruaje.
- Os puedo llevar allí si queréis.
Melissa le dio las gracias y sacó varias monedas de plata pidiéndole disculpas. Ambos se subieron al carruaje y se pusieron en marcha.
Poco después se paraban delante de un opulento edificio cerca del centro del barrio noble, casi pegado a las murallas del castillo. Estaba rodeado de guardias con distintos blasones y todas sus ventanas estaban cubiertas con cristaleras de colores.
Nadie podía ver lo que ocurría dentro desde la calle.
Una vez que se bajaron el cochero se apresuró en volver a ponerse en marcha mientras Conrad y Melissa encaraban el edificio. Su llegada no había pasado desapercibida, haciendo que varios de los guardias se arremolinaran en la entrada.
- Esto se complica -le susurró Melissa al bárbaro mirando lo que tenían delante.
- Umf -gruñó Conrad como única respuesta.
- ¿Intentamos hacerlo civilizadamente? -preguntó la ladrona mientras empezaba a andar hacia la entrada.
- Puedes intentarlo -contestó el bárbaro poniéndose a su lado.
Como era de esperar, apenas habían pasado la verja que rodeaba el edificio cuando uno de los guardias se interpuso en su camino y les daba el alto.
- Disculpen, ¿donde creen que van?