La saga del Heraldo

Capítulo 16

Memnoch llegó exhausto a Villa Hermosa.
Había corrido parte del camino hasta que pudo tomar un palanquín que lo llevara a la dirección que Yago le había hecho llegar, pero el continuo uso de la magia que estaba haciendo estos días requería de descanso y tranquilidad.
—Un lujo cada vez más lejano —pensó mientras pagaba a los porteadores y se dirigía hacia la verja.
Aquel era un barrio residencial, pero la ausencia de guardias le daba un aire tétrico al lugar, por lo que ralentizó sus pasos y prestó atención a su alrededor.
Justo cuando llegó a la puerta de entrada sintió cómo su cabeza explotaba y perdía el sentido del equilibrio.
Los escalofríos y un sudor frío le recorrían el cuerpo cuando recuperó el dominio de si mismo.
El sabor de la bilis que le subía por la garganta se mezclaba en su boca con el de la suciedad del suelo. Su primer impulso fue gemir, pero un pensamiento primitivo, nacido del mas puro terror, le hizo quedarse quieto y en silencio.
Escuchó los pasos de una figura rodeándolo para luego empujarlo con el pie y ponerlo boca arriba.
La relación entre la voluntad y los sentimientos es de las más complejas de la humanidad. Si bien comprender a los demás es difícil e importante, comprenderse a uno mismo lo es más. Y cuando se es un mago, los sentimientos, pueden usarse como "combustible" a la hora de hacer magia.
La voluntad del mago es la que le permite doblegar los elementos que le rodean. Si un mago no cree en lo que está haciendo o quiere hacer, no sucederá nada. Pero si alimenta esa creencia, esa voluntad, con sus sentimientos, por un momento, su magia puede alcanzar su máxima expresión.
Así que Memnoch reunió su dolor, su malestar y el miedo por su vida. Y cuando terminó de girar sobre su espalda lo dejó escapar todo al grito de "¡Kilat!" mientras levantaba la mano.
Una tormenta de rayos salió de la punta de sus dedos y golpeó de lleno a un encapuchado, lanzándolo al otro lado de la calle.
Soltar tanto poder sin intentar controlarlo tenía sus consecuencias. Acumular poder, intentar moldearlo y fallar iba en perjuicio del mago; en cambio, si fallaba a la hora de controlar sus efectos iba en perjuicio de lo que lo rodeaba. Acumular poder y simplemente expulsarlo afectaba a ambos.
Memnoch no sólo tenía dificultades para ver debido a que una gran mancha blanca ocupaba todo su campo de visión, si no que además notaba un hormigueo y un dolor sordo en la mano que no presagiaba nada bueno.
Mientras se levantaba deseaba fervientemente que el olor a tocino quemado perteneciera a su atacante y no a si mismo.
Una vez en pie volvió a dirigirse hacia la verja mientras rezaba para que no hubiera más guardias por la zona ni que el momentáneo resplandor hubiera llamado la atención de más indeseables.
Cuando pudo enfocar, las luces de la vivienda le permitieron ver a distintos atacantes asomándose por las ventanas, así como otros que entraban por los restos de la puerta principal.
Sólo por ese lado había podido contar a cinco asaltantes. ¿Quien podía saber cuantos más había dentro del recinto? El joven mago se imaginaba que mínimo habría diez personas implicadas en el asalto.
Y él debía ayudar a sus compañeros.
Ya había permitido que Iacobus se sacrificara para poder ayudarlo. Todos estaban allí para proteger a Yago y descubrir qué estaba ocurriendo, o eso parecía, ya que no había tenido ocasión de hablar en profundidad con ninguno de ellos.
Pero tenía claro que después de la noche anterior, y de la muerte del profesor Beaufort, no iba a permitir que aquella historia concluyera de esa manera.
No obstante ¿qué podía hacer? Eran demasiados y estaban tanto dentro como fuera de la casa. Además, sabía perfectamente que sería incapaz de iniciar un asalto en solitario sin que lo descubriesen, sobrepasasen o se quedara exhausto a mitad de camino.
Debía jugárselo a una carta y debía ser con magia, ya que, al fin y al cabo...
—Soy mago... o eso dicen —concluyó para sus adentros con una sonrisa cansada.
Un plan empezó a perfilarse en su cabeza, por lo que se dio la vuelta y fue en busca de su atacante al otro lado de la calle.
Los hilillos de humo lo llevaron hasta un cuerpo retorcido en el suelo, donde la piel que estaba a la vista tenía o un color rojo con las venas marcadas o un negro carbonizado cuya visión volvió a afectar a su estómago.
Pero Memnoch no podía entretenerse, por lo que rápidamente le quitó la capucha al cuerpo y volvió a la verja mientras rebuscaba en sus bolsillos.
Los rituales mágicos eran otra de las aplicaciones de la magia. Era la más creativa, pero también era la que requería más tiempo y esfuerzo para llevar a cabo.
Pensando en el asalto a la Sal Dorada, él iba a intentar hacerlo sobre la marcha. Y sabía que no se le daba especialmente bien
—Me encanta mi trabajo —murmuró mientras se dirigía hacia la esquina del recinto para estar lo más a cubierto posible y toqueteaba una de las columnas de piedras y ladrillos en la que iba fijada la verja.
La teoría de los rituales era que, preparando una representación simbólica de lo que quería afectarse, con la suficiente energía (y motivación), se podían conseguir los efectos que uno desease.
De ahí venían los hechizos que usaban muñecos, pelo, uñas, sangre y similares. A mayor cercanía tenían los símbolos con sus originales, menos trabajo costaba realizar el ritual.
Además, había que tener en cuenta la distancia, la complejidad de lo que se quería conseguir, la energía necesaria, etcétera. Por todo ello los rituales se hacían con tranquilidad y preparación, agregando energía al constructo poco a poco hasta que tuviera la necesaria para funcionar.
Por fin encontró lo que estaba buscando: un ladrillo suelto. Metió una mano a través de la verja, tomó toda la tierra que pudo reunir y trazó con ella en el suelo un cuadrado de unos sesenta centímetros por cada lado. Luego, tomó una de sus dagas y apoyando la punta en el ladrillo, le propinó golpes secos con la palma de la mano, intentando hacer el menor ruido posible hasta que obtuvo varios fragmentos desiguales, los cuales colocó simulando la configuración de la villa, esto era (por lo poco que había visto): uno en cada vértice y dos más donde estaba la entrada.
Se sacudió las manos y puso en el centro del cuadrado la nota que le hiciera llegar Yago aquella tarde, donde debería estar la casa, y la rodeó con pedazos de la capucha de su asaltante.
Memnoch se quedó pensando mientras miraba su pequeña obra.
— Esto no va a salir bien —murmuró mientras pensaba rápidamente cómo poder darle más fiabilidad al constructo.
Tomó otro puñado de tierra y lo repartió por el interior del cuadrado e incluso debajo del papel y los pedazos de capuchas.
— De acuerdo —murmuró—, esto debería funcionar para la primera parte, pero para la segunda...
Sacó otra de sus dagas y dispuso ambas dentro del cuadrado, una a cada lado de la nota, y siguió pensando maldiciendo para sus adentros.
Al final dio un respingo y sacando una tercera daga de su brazal cortó de su indumentaria todas aquellas piezas que fueran metálicas: el broche de la capa, la hebilla del cinturón, los pasadores de sus botas (esto le dolió más que ninguna otra cosa), y toda aquella chatarra que pudo encontrar en su zurrón para ponerla luego sobre cada pedazo de capucha.
El joven mago suspiró aliviado debido a la presión y se dispuso a acumular energía, aunque en el último instante se acordó de sus compañeros y se dio cuenta de que no podía asegurarse de que fueran a estar aislados del hechizo.
—Yago —dijo sonriendo a la vez que sacaba la bolsita con la pipa y demás—, bendita providencia.
Cortó los cordones de la bolsa, hizo con él un círculo dentro del ritual y colocó dentro de él la bolsita.
— Ahora si —murmuró satisfecho mientras miraba a su alrededor. No iba a poder distraerse en los próximos minutos, pero seguía sin haber nadie por las calles—, vamos allá.
Memnoch se sentó sobre sus talones y apoyó las manos sobre sus muslos mientras calmaba su respiración y dejaba en blanco su mente.
Minutos después, tomó la daga, se hizo un corte en la mano y dejó que la sangre goteara sobre el constructo para vincularlo con él, haciéndolo a él la fuente del poder del hechizo.
Visualizó en su mente la Villa, la tierra que tenía debajo, buscando la humedad que contenía y cómo quería que ésta se manifestara en el terreno.
Luego visualizó la casa y la ligó al papel que contenía la dirección, incluyéndola dentro se su imagen mental.
Seguidamente pensó en los atacantes, como todos llevaban capuchas parecidas a las de su agresor, pero como no sabía cuántos eran simplemente los ligó de forma general haciéndolos objetivos de su hechizo, junto con toda aquella pieza de hierro que llevaran encima: las hebillas, las tachuelas, las espadas y las dagas, y lo que quería conseguir con ello.
Y finalmente visualizó a sus compañeros, a Conrad, Melissa y Yago, y los ligó al contenido de la bolsita, a la muñeca, el pañuelo, la pipa y... ¿qué era aquello?
Algo que no debía estar estaba dentro de su ritual, y a partir de ahí todo empezó a ir mal.




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