El encanto de los sumisos
—¿Esto es seguro?
Ashley le preguntó eso por tercera vez a Alexei, dudando en subirse a aquella monstruosa motocicleta negra.
—Descuida linda, tengo mi licencia de conducir, no estoy ebrio y definitivamente no manejo como un desquiciado —le guiñó un ojo antes de ponerse su casco—. Sube, a no ser que quieras ir a pie los próximos treinta kilómetros.
A través del hueco del casco pudo sentir la intensidad de esa mirada azul, cálida pero también calculadora, con un poco de recelo Ashley se subió al asiento, era incómodo y no tenía buen equilibrio, tampoco no ayudaba que sus pies quedaran colgando sin llegar al suelo.
—Tienes que ponerte esto. —Le entregó un pequeño casco rojo—. Confía en mi linda —su voz sonó amortiguada—. No pienso hacerte daño.
“Sí, como no. A la primera me comerá viva” se dijo mientras se acomodaba en el asiento y ponía sus manos alrededor de la cintura de él, tratando con sumo cuidado de no tocarlo demasiado.
Pudo oír una suave risa, pudo ver cómo su espalda se estremeció ligeramente.
—Vamos, debes sujetarte bien. —Alexei tomó sus manos y se aseguró de tenerlas bien sujetas a su cintura, en un movimiento que la obligó a apoyar su pecho contra su espalda—. Así esta mejor.
Arrancó el motor y la vibración le pareció horrible, tanto como la inestabilidad que le obligaba a aferrarse a Alexei para no caerse. Ashley no quería ni respirar, un debate se producía en su interior mientras viajaban por las calles de la ciudad que ni siquiera conocía ni sabía su nombre, ella luchaba entre la tentadora idea de relajarse en su cuerpo o seguir su prudencia y mantenerse distante, ella no podía decidirse cuando se aferraba a una pared sólida de músculo, podía sentirlos por la camisa sin mangas azul que llevaba puesta.
Tantas contradicciones no podían albergarse a la vez en su interior.
Una parte de ella quería acurrucarse en el reconfortante calor que desprendía y la otra parte, la que era dueña del miedo, quería alejarse lo más posible.
Sabía que Alexei era un cambiante, eso lo tenía confirmado y doblemente reconocido cuando obtuvo un vago recuerdo al despertar por la mañana, recordó que él había arrancado la cerradura de su jaula y con un gran estruendo había hecho trizas la puerta haciéndola chocar contra un extremo, tal demostración de fuerza no podría provenir de un humano normal, ella en medio del pánico se había hecho un ovillo, retrocediendo hasta la esquina más lejana.
—Descuida, linda —le había dicho cuando se le acercó con cautela—. No voy a hacerte daño.
Ella había pensado que iban a matarla, por lo que, resignada, metió su cara entre sus rodillas y esperó el golpe final.
—Ya eres libre, todo terminó, ven conmigo.
Sacó su cabeza de su escondite y se atrevió a mirar al extraño, para comprobar que no estaba teniendo una alucinación. Si Alexei se le apareciera a cualquier mujer, bien podría ser una alucinación, pero en ese momento ella todavía estaba bajo la influencia de esa droga que llamaban Amonium, sus sentidos apenas se estaban recuperando para cuando él había aparecido.
Recordó haberlo mirado a los ojos, el color azul claro, de alguna manera, le había indicado confianza, por esa razón ella le había dejado cargarla. El resto de la historia seguía siendo borrosa.
—¿A dónde vamos? —tuvo que gritar su pregunta por el ruido del motor.
—Cerca del lago Saint Jerome —le respondió en el mismo tono—. Ahí es donde vivo, yo y mi clan.
Clan. Entonces él la llevaría con su clan, la punzada de nervios le provocó náuseas.
Ella nunca había experimentado la vida de un clan, sabía que había nacido en uno pero no recordaba mucho. Luego de que su vida fuese transformada de una manera brutal, ella investigó a pesar del miedo que le provocaba pensar siquiera en su antiguo clan.
Después de lo que sucedió cuando apenas era una frágil niña, sepultó los escasos recuerdos sobre su clan de nacimiento.
Sin embargo, sentía curiosidad por saber sobre ese estilo de vida. Los pocos datos que había obtenido era que los clanes estaban liderados por un alfa y un lugarteniente, ellos protegían y mantenían al clan formado por cambiantes del mismo tipo.
Fue en esa línea de pensamiento en que su nivel de alerta subió.
—¿Qué eres? —necesitaba saberlo, la incertidumbre de pronto la volvió un poco paranoica, y el miedo retornó.
¿Y si Alexei era un puma?
—Soy un leopardo de las nieves.
Su respuesta le dejó alivio, asombro y curiosidad. Nunca había oído de un cambiante así, ni siquiera sabía como se veía un leopardo de las nieves salvaje.
—¿En serio?
Su pregunta sonó tonta, avergonzada apretó su agarre mientras se mordía el labio inferior, si él lo decía era porque era verdad... ¿O tal vez no? Él podría mentirle.
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Editado: 31.10.2020