Al borde

Alexei se quedó tan quieto que parecía una estatua, solo su respiración le indicaba que estaba ahí, vivo. La tensión en su cuerpo era casi tangible, su rostro sereno había pasado de ser amable a ser un muro de seriedad.
Ashley no entendía su reacción, era como si su respuesta hubiese sido el peor insulto, pero ella entendía lo que era la vida y la muerte. Y esto, esa mujer que veía en el espejo todos los días... Eso no era vida, no era una mujer.
— ¿Por qué no querrías? —las palabras salieron forzadas, reprimiendo una emoción que conocía muy bien.
Ashley debería haber desviado la mirada, reconociendo su inferioridad, calmando al depredador. Pero no podía dejar de mirar el azul calmo de sus ojos, no podía dejar de sentir esa extraña atracción hacia él.
—No vale la pena. Tú mismo lo dijiste, mi cerebro no funciona.
Era un hecho, no bastaba con tomar su sangre, su ADN y su cuerpo, sus captores también habían tomado su mente, su animal y su cabeza. Dejándola sin nada.
Ahora estaba en manos de la muerte y eso en vez de asustarla como lo haría cualquiera, le daba una sensación de paz, porque sabría el punto de su final. Los recuerdos del encierro los revivía todas las noches, las secuelas eran otro tipo diferente de tortura, algo de lo que ella quería escapar, y si la muerte le daba ese escape, ella la recibiría con los brazos abiertos.
—Tiene solución. —El sonido de su voz... Tan suave... Tan tranquilo... La atraía.
Alexei permanecía con su cercanía, tentándole a cambiar de opinión, la confundía, le invitaba a acercarse más, a creer que su bondad y cuidado eran reales.
Pero Ashley no podía refugiarse en él. Seguía siendo un completo extraño, aun cuando la había cuidado por más de siete días, cuando la había llevado con el corazón de su clan, cuando se había preocupado porque no se saltara las comidas que él mismo le preparaba con un afecto que le parecía extraño.
Alexei sólo era otro carcelero que la trataba con amabilidad, con una dulzura que le desconcertaba, aparentando una inocencia de la cual no estaba segura. Le hacía dudar. Siempre. Desde la dedicación con la que la alimentaba hasta la sutileza y el encanto con el que le hablaba. Un hombre como él no podía tomarse tantas consideraciones, tanto tiempo y atención hacia una mujer como ella. Una mujer rota.
—No, no quiero hacerlo, prefiero esperar mis últimos días.
Alexei puso un puño sobre la mesa y una mano sobre el respaldar de su silla. Ella estaba acorralada y era incapaz de elevar su mirada de la mesa de madera roja.
—No puedes y no debes.
Su voz tenía una ligera tensión que ella podía sentir a la perfección, eso debería haber atraído el miedo en su interior pero lo único que hacía era intentar contenerlo, calmarlo.
Eso le dio fuerza para enfrentarse a su mirada:
— ¿Quién eres tú para decidir sobre mi vida? —protestó, la calidez de sus ojos no cambió
El silencio fue crudo, una brecha los mantenía a ambos separados, ella mantuvo el poder de sus ojos, decidida, por una vez no iba a desistir. Había sufrido demasiado, él tenía que entenderlo, ya no quería más.
—Soy el que te salvó —respondió sin esa furia que tensionaba su cuerpo, un poco más calmado—. El que quiere verte seguir adelante, el que quiere ver a la mujer valiente que se oculta detrás del miedo.
Esas palabras calaron profundo en su corazón, ella sintió el afecto de cada una, un nudo se ajustó en su garganta pero fue la impotencia lo que le hizo reaccionar.
— ¡Es mi decisión! —gritó, de inmediato se llevó una mano a la boca.
Pero Alexei permanecía tan cerca que podía escuchar los latidos de su corazón, sentir el calor de su cuerpo, oler su masculino aroma. Él debería haber reaccionado acorde al dominio que tenía, acorde al depredador que era por dentro.
Pero en vez de eso, se inclinó, cerrando aún más el espacio, acorralando su ser, un leopardo al acecho, poderoso, fuerte, letal. Ella estaba jugando en terreno peligroso, y lo estaba llevando al borde ¿Cuánto más podría presionar?
—No debería serlo —habló, la suavidad de su voz se había convertido en seda líquida, el sonido era tan seductor como inquietante—. No deberías hablar de ese modo, tienes que vivir.
Cuanto más quería distanciarse, él hacía algo que le incitaba a acercarse, a ignorar la prudencia y fundirse en él, en las aguas calmas de sus ojos, en la tibieza de su pecho, en la fuerza de su corazón. Y eso la confundía, le daba miedo.
— ¿Por qué? ¿Por qué te importa tanto si vivo o muero?
¿Qué significaba ella para él? ¿Por qué estaba decidido a mantenerla con vida? Cuando ahora no era más que una cáscara vacía en cuyo interior, una vez, hubo alegría, pasión, amor...
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Editado: 31.10.2020