El monstruo

Sólo en Alaska el clima podía ser tan impredecible, en una hora se desata la peor de las tormentas y una hora después el sol sale brillando, como si nada.
Michael nunca había visto un tipo de clima así, era desconcertante para él, para sus sentidos. Acostumbrado al orden, a planear metódicamente toda su vida, jamás pensó que la naturaleza podía ser tan impredecible.
El grosor de la capa de nieve había aumentado por la noche, así que procuro caminar con cuidado hasta la cabaña del tigre Alfa. Consciente de los centinelas ocultos a su alrededor, vigilando todos sus movimientos.
Una vez, recordó, cuando todavía era joven e inocente, se preguntó qué era lo que llevaba a un cambiante a proteger, había conocido el instinto cuando encontró a Valerie, había conocido la impotencia cuando la perdió a ella y a su hijo. Pero sólo cuando se encontró con Aria supo la respuesta, era la lealtad, que en silencio se profesa hacia otro. Los centinelas son leales al alfa, los guardianes son leales al clan, proteger y servir.
Owen, el centinela con el que se quedó por la noche le había dicho que caminaba en terreno peligroso. Porque él era un enemigo hacia su raza, por lo que había hecho debía ser condenado igual que Paul, no importaba la amabilidad de la pareja alfa, Michael era la encarnación libre de Paul.
El sujeto de la aguja. El cómplice.
Llevaría esa carga por el resto de su vida, si es que le quedaba algo...
Por la noche no había parado de pensar en su hijo, Hunter. Era su imagen viva, la mezcla exacta de Valerie, su descendencia. Pero no había logrado hablar con él, a pesar de que su alfa lo había hecho miembro del clan, Hunter sólo había intercambiado un par de miradas y nada más. Michael creía que si no fuese por Tarah, su hijo se habría ido muy lejos.
Su corazón se llenó de aflicción cuando pudo ver al pequeño cachorro de tigre, Sebastián, jugando en la nieve. Todo el tiempo que perdió, todo por culpa de los humanos...
—Michael —el tigre alfa lo saludó desde el porche de su cabaña—. Entra.
—Prefiero hablar aquí, contigo y tus centinelas.
El tigre se cruzó de brazos, lo miró con dureza. El leopardo se replegó en su mente, Michael ya no era el depredador más grande, su poder y fuerza eran minúsculas en comparación con las de Gabriel, fácilmente podría hacerlo pedazos.
—Jace, Lauren, Oliver, Sharon, Grace, Vincent, vengan aquí.
La serenidad del ambiente se llenó por los sonidos de las pisadas de los seis centinelas que aparecieron como fantasmas del bosque.
—Ya están aquí —la voz del alfa se enfureció ligeramente— ¿Qué quieres?
—Vengo a solicitar un cambio de planes.
Gabriel puso su mirada en la suya, el depredador más grande analizaba sus opciones.
—Continúa.
—Quiero que me juzgues igual que lo has hecho con Paul —procuró mantener un tono de voz sereno, ocultando la inquietud que le provocaba estar cerca de aquel tigre.
— ¿Que te juzgue? —Gabriel ahogó una risa—. Eso es absurdo. Eres un Ice Dagger, el código de un alfa exige que me mantenga alejado de los asuntos de los demás clanes, sólo se me permite intervenir si mi clan se ve perjudicado. Busca el juicio de tu propio alfa.
—Ya lo ha hecho, pero no desea darme su veredicto. Aria sabe lo que hice, tú lo sabes, todo tu clan lo sabe, ella está de acuerdo con mi decisión, ha depositado el juicio de mis errores en ti.
— ¿Y por qué necesitas tanto ese juicio si ya eres un hombre libre?
—Nunca seré libre, nada de lo que haga hará desaparecer mi culpa. Merezco una condena, los cambiantes a los que perjudique necesitan que se haga justicia.
Nada podía devolverles la vida a los que no había podido salvar a tiempo, a los que habían sucumbido a los mortales efectos del Amonium. Michael sabía que uno de ellos había sido su hermana, pero jamás podría decirle, su prudencia era más fuerte.
Gabriel lo miró con atención por un largo y silencioso momento.
—Muy bien, Michael —habló como si estuviese premiando una buena acción en un cachorro—. Me encargaré de tu juicio a partir de ahora. Eso significa que no puedes salir de mi territorio hasta que de la sentencia.
—Pero Gabriel... —habló un centinela.
—Es mí decisión Jace —le reprendió.
—Lo sé.
— ¿Alexei y Ashley saben de tu decisión? —se giró para mirarlo de nuevo a los ojos.
De nuevo esa fuerza abrumadora, ese poder y dominio que lo hacía querer retroceder, era más fuerte, incluso que la que tenía Aria.
No, pensó, estaba equivocado. El dominio de Aria era igual de fuerte que el de ese tigre.
—No, voy a decirles después de obtener lo que vinieron a buscar.
—Entonces no hay nada más que hablar, nos veremos en la cabaña cero.
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Editado: 31.10.2020