La Santidad

EL HOMBRE JUSTO

Completamente enojado y salido de casillas, Epifanio no puede soportar la idea de que lo quieran solo por la plata, y coge con su mano derecha la camisa de Mario, diciéndole:

— ¿De dónde sacaste eso?

Mario quita la mano derecha de Epifanio de su camisa, y le responde:

— De tu misma mujer, la cual le contó a la mía.

— Eso es mentira, eres un mentiroso.

— No tengo porque mentir.

En ese preciso momento, una extranjera de piel blanca, con un vestido de color beis, de cabello marrón y de ojos azul claro como de agua cristalina, se acerca a Mario y Epifanio...

La extranjera queda de frente a los dos, y le dice a Mario:

— Buenos días, ¿me puede ayudar con una dirección? Es que no soy de aquí y estoy perdida.

Mario y Epifanio la quedan viendo de arriba abajo. Cuando Mario le responde:

— Mujer, ahora no, estoy ocupado.

La extranjera mira a Epifanio, y le expresa:

— Buenas señor, ¿usted si me ayudará a orientarme?

— Estoy hablando con este señor aquí presente, no tengo tiempo para eso.

De inmediato, la extranjera se aparta de la presencia de Epifanio y Mario, y pasa la calle y se va caminando de largo. Cuando Epifanio le dice a Mario:

— Te crees santo y tu mujer anda con pelo que no es de ella. Y con pantalones.

Mario se indigna y se acerca más a Epifanio, y le responde:

— Eso fue un golpe bajo.

— ¿Tu mujer acaso no sabe que eso de usar peluca o esas cosas que se ponen en la cabeza vienen de Egipto?

— Esa es una lucha que yo tengo en mi casa, no tienes que tu restregarme en la cara los problemas de mi mujer.

— ¿No te gusta no?

— Así, Y qué me dices de la tuya.

— ¿Qué pasa? Mi esposa anda con su vestido y su cabello natural.

— Y anda toda pintoreteada, que ya no se parece más a ella de tanto labial y maquillaje y otras cosas que se echa en el rostro, y queda peor de lo que está, porque esa mujer es fea.

Epifanio pone sus dos manos en la cabeza, diciendo:

— Pero que hombre eres tú, ¿cómo le dices fea a mi esposa?

— Para que te metes con la mía.

— Mario, de verdad que yo no te conocía esos alcances, me demostraste que no eras el hermano que yo conocía.

— De que hablas Epifanio, hablas mal de mi esposa, ¿y cuando te digo la verdad de la tuya, te enojas?

Un veterano erguido, de edad muy avanzada y con ropa de trapos, se acerca a Epifanio y a Mario, y a paso lento y con mucho cansancio, se pone al frente de ellos, y les dice a los dos:

— ¡Jóvenes! Buenos días.

Mario y Epifanio lo miran, y responden al mismo tiempo:

— ¡Buenos días señor!

El anciano los mira a los dos, y les dice:

— Ustedes pueden hacerme el favor de darme un poco de dinero, para poder comprar un pan, ya que tengo mucha hambre.

En seguida, Epifanio le contesta al anciano:

— Yo no tengo dinero, lo gasté todo comprando algo.

El anciano mira a Mario. Cuando este le dice:

— Yo tan poco tengo, es mejor que entre allí al Mercado Nuevo, allí hay gente con mucho dinero que le puede dar, nosotros no tenemos.

El anciano les dice a los dos:

— Gracias por su tiempo...

De inmediato, el anciano se va y pasa la calle, y se va caminando a su paso lento y cansado, y se sienta al borde de la carretera a cien metros de Epifanio y Mario...

En ese momento, Mario le expresa a Epifanio:

— Que malo eres.

— ¿Por qué dices eso?

— Tu si tienes plata, a mí no me puedes engañar.

— Voy a comprar otras cosas, no tengo para darle a nadie.

En ese instante, el anciano mira a un joven con una tula de color café, y este viene pasando la calle...

El anciano alza su mano derecha, diciéndole al joven:

— Por favor, ayúdame.

El joven se detiene, y se agacha, preguntándole al anciano:

— ¿En qué le puedo ayudar?

— Necesito dinero para comprar un pan, es que tengo mucha hambre.

De inmediato, el joven abre su mochila y saca un pan y se lo da al anciano. Cuando este le dice:

— Gracias muchacho, pero este es mucho pan, ¿qué vas a comer tu?

— Prefiero que usted coma.

— Oh, que Dios te bendiga muchacho.

— Gracias, ahora tome esto...

El joven también saca una botella de agua, y dinero para que más tarde compre otras cosas.

Muy contento, el anciano le vuelve agradecer al joven y se despiden...

El joven sigue su camino. Cuando ve desde el otro lado de la calle a Mario y a Epifanio, y desde lejos les dice con voz alta:

— ¡HOLA HERMANOS! ¿COMO ESTAN?

Epifanio y Mario lo saludan con sonrisas fingidas, y luego que el joven se va lejos cerca de un gran árbol, Epifanio habla mal del joven, diciéndole a Mario:

— Este Francisco sí que se cree mejor que nosotros, no me gusta.

— A mi tan poco me gusta, este es un asolapado.

— Si, esos callados se ven como si nada y se están llevando el mundo por delante.

— Ah, para la muestra un botón, es nuevo en la Iglesia y se llevó a la mejor mujer como esposa.

— Si, este es muy nuevo y ha escalado mucho, solo tiene un mes de casado. ¿Cómo le hizo para conquistar a Lorie? Es la mujer más bonita de la Iglesia, y quien sabe de toda Villa Nueva.

— Bueno, de todas maneras, Lorie se va a dar cuenta tarde o temprano que Francisco no es digno de ella, Francisco es un farsante.

— Tiene una cara de yo no fui, pero a mí no me puede engañar, ese lo que es... es un mentiroso.

En ese instante, el anciano aparece en las espaldas de Mario y Epifanio, mientras estos siguen hablando de su hermano de la Iglesia...

El anciano ya no está erguido y está parado firmemente. Cuando les dice a Epifanio y a Mario:

¡¿Por qué hablan mal de Francisco?!

Estupefactos, Epifanio y Mario se dan vuelta al escuchar una voz que estremeció sus espíritus y todo su ser, y ven al anciano que antes les había pedido dinero, y se quedan atónitos. Cuando el anciano les dice:



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En el texto hay: dios, dios y perdon, concejos y otros

Editado: 13.01.2025

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