La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 2

Capítulo 2

Pues nada, al segundo día llegan tres secretarias a la mega transnacional “Oro Verde”, vestidas como diosas. O sea, prácticamente en bolas. Bueno, dos de ellas, claro… esas que el dragón eligió solo para hacer contraste. Porque la tercera volvió a plantarse con su bata horrible, solo que de otro color. Marrón. Tampoco es que sea un colorazo. Más bien recuerda a… en fin, no viene al caso ahora.

Así que allí estaban, formaditas las tres delante de su carismático jefe, derritiéndose por él. Dos de ellas lo hacían a lo grande, en plan súper evidente. Y la tercera también suspiraba, pero sin mostrarlo, porque ya entendió que no tenía chance: al boss le van sus compis. Ella ya está curada de espanto, se queda calladita, apenas acomodándose las gafotas que le ocupaban medio rostro.

—Pues miren, chicas, —dice Stepan Nogard, el jefe mandón—, les doy su primera tarea. Tengo tres salas, llenas hasta el techo de papeles. Tipo archivos. Ustedes tienen que digitalizarlos todos.

Las dos bellezas se le quedaron mirando, como si saborearan la palabrita, porque ni papa entendieron qué quiso decir. En cambio Angélica, nuestra cerebrito, suelta:

—¿En qué formato hay que digitalizarlos?

(Ojo al dato: ¡ni se trabó en la palabra! A ver, inténtalo tú rapidito… ¿ves? ¡Pues eso!).

—En el que quieran —responde el dragón, con cara de pillo. Porque en realidad ni él mismo entendió la pregunta…

El boss las llevó a las tres habitaciones, que estaban ahí nomás. Llenas de telarañas, papeles y mugre. Basura, arañas, todo el pack completo. Él mismo las había “decorado” con magia, mientras esperaba a las secretarias y se inventaba la prueba. Y detrás de él, como sombra, caminaba Pedro Tomate, su mano derecha.

Ni sabía de la existencia de esas salas. Pero un buen manager nunca deja ver que el jefe a veces se saca cosas de la manga. ¡El boss siempre tiene razón y punto!

Así que las metió allí, y con voz altísima anunció que se iba a una reunión mega-importante y volvería solo por la tarde a revisar su trabajo. Y se piró.

Se subió a su limusina de lujo, que tenía bar, asientos reclinables, sofás mulliditos para… emm… para ir cómodo a las reuniones, claro. ¿Tú en qué estabas pensando?

Pues nada, le dijo al chofer que se tomara el día libre, dio unas vueltas por la ciudad y se bajó. Se escondió tras una esquina, y con su magia draconiana se transformó otra vez en repartidor: se cambió un poco la facha, se encasquetó la gorra naranja hasta las cejas y regresó a la oficina. Decidió echar un ojo a sus secretarias. Y ya de paso, vigilar a todos los demás empleados.

Llevaba otra vez una docena de cajas de pizza y recorría los pasillos de su imperio, observando todo: quién rascaba la barriga, quién curraba de verdad, quién roncaba en el escritorio, quién chismorreaba por teléfono…

A los grandes jefes les encanta hacer estas inspecciones sorpresa, ¡no lo dudes! Así que ojo, mejor aparentar que trabajas. Hay truquitos: abres un solitario o un juego en el ordenador, o lees alguna novela romántica en Booknet, pero con cara de estar redactando un proyecto importante. Que alguien entra: clic rápido al ratón y ¡zas! en la pantalla ya no hay jueguito ni millonario sexy, sino la orden número seiscientos cincuenta y cuatro sobre la baja de materiales o una transferencia oficial. Ese es un buen lifehack, guárdatelo. Pero bueno, que me estoy yendo por las ramas.

A lo que iba. Nuestro dragón-cartero avanza, mira en la primera sala: las bellezas pintándose las uñas y rajando por el móvil. Segunda sala: igual. Y en la tercera… ¡milagro! Ahí estaba nuestra Angélica, con el polvo volando y la faena avanzando. Ya tenía medio cuarto vacío de papeles.

Ella lo vio, se alegró y se tomó un descansito:

—¡Hola, Matviy! Entra. El jefe se largó por ahí y yo aquí currando. Pesada la tarea, pero voy a poder con ella, necesito mucho este trabajo. ¡Necesito la pasta!

—¿Y para qué la necesitas? —preguntó curioso Matviy-Stepan-Serpántio.

—Para una operación urgente en el dedo gordo del pie derecho de mi mamá. Y en las clínicas te clavan, ¡ni te imaginas! Y justo mi papá perdió el curro, así que no tengo a quién más recurrir, solo a mí.

—Vaya marrón de operación… —se compadeció Matviy—. Eres una campeona. Pero oye, ya es hora de comer y tú no has probado bocado.

Se pusieron a devorar pizzas. Las diez. Y ojo: Angélica se zampó ocho solita. Matviy solo miraba boquiabierto, flipando con su buen diente. Y hasta lo dijo en voz alta, porque le encantaban las mujeres con apetito.

—¡Bah, estas pizzas son poca cosa! —resopló Angélica—. ¡Lo bueno es meterle un perol de varenikes* y una palangana de golubtsi** de una sentada! Eso sin contar pepinillos, un tarro de nata agria y una hogaza de pan. Y tú, Matviy, no me delates, pero yo no soy quien digo ser. En realidad me llamo Olenka. Y vengo de un mundo paralelo, de un país llamado Ucrania. Mi madre se casó aquí, pero mis abuelos siguen allá, en el pueblo de Gorbanivka. Yo casi siempre vivo allí, porque soy ciudadana ucraniana y trabajo en una empresa muy conocida… bueno, pagan poquito, así que vine a hacer dinero acá. Aquí me llaman Angélica, pero en verdad soy Olenka. Y esta bata fea la uso porque, si me la quito, todos se desmayan al ver mi belleza sobrenatural. ¡Todas las ucranianas somos diosas! Así que tengo que disimular… Pero a ti, no sé por qué, te lo conté. ¡No se lo digas a nadie!




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