La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 3

Capítulo 3

Si piensas que al día siguiente se largó un aguacero y eso salvó a nuestra Angélica de nadar en el corporativo con el jefe sádico, pues estás equivocadísima. La autora, por cierto, pensó en invocar la lluvia, pero semejante desgracia seguro no le haría gracia al dragón. ¡El dragón se habría puesto furioso como cien demonios! ¡O mejor dicho, como mil!

Así que el clima estaba perfecto: brillaba el sol, cantaban los pajaritos, soplaba una brisita ligera, y todos los widgets del tiempo, al unísono, anunciaban que el calorazo seguiría toda la semana. Vamos, que era el momento ideal para ir a la playita y pegarse un chapuzón.

Las tres secretarias iban a ser llevadas un poco más tarde a un precioso lago enorme, situado a las afueras de la ciudad. Stepán Nogard, el dragón, ordenó montar allí un pedazo de pabellón donde gente contratada especialmente colocó sillones cómodos, sofás inflables, mesitas y todo lo necesario para un evento de este nivel. Frutas variadas en cestas y bandejas, bebidas refrescantes y alcohólicas, comida de todo tipo, y al ladito un Kamado* de carbón, de esos de cien mil, para asar unas buenas brochetas al anochecer —¡vamos, todo un lujo! Ah, qué rico es ser multimillonario: todo para ti, todo lo que el cuerpo pida. Aunque, claro, lo que no puedes comprar se vuelve lo más deseado, y ahí es cuando piensas: ¿de qué sirven tantos miles de millones si hay algo que simplemente no puedes tener? Pues eso, paradoja del millonario. Pero sigamos leyendo.

El dragón, mientras esperaba a las chicas en ese calorazo, estaba sudando la gota gorda. Se quitó la ropa y se quedó en unos bañadores azul celeste que resaltaban… ejem… todo lo que tenían que resaltar. ¡Menuda suerte la de esos bañadores! Porque no todos tienen el privilegio de marcar semejante… en fin, tú ya me entiendes.

Así que el dragón se pegó un bañito y después se puso a esperar a sus secretarias. Ya dije que el día estaba precioso, y él pensó: “Perfecto, así las voy a ver bien claritas bajo el sol, voy a chequear todas las curvas y a disfrutar. Y, al fin, voy a descubrir cómo es realmente esa tal Angélica”.

Ahí estaba, el dragón, sentado, bebiendo un cóctel de esos súper top, esperando a sus futuras secretarias… Sus bañadores secándose al sol, todo bajo control, todo según el plan…

Y justo entonces apareció la furgoneta que traía a las chicas desde la oficina donde se habían reunido. El dragón había llegado antes para organizarlo todo a su gusto allí, en la orilla del lago. Todo un picnic deluxe, para gozar no solo mirando a sus guapas secretarias, sino también dándole al diente con frutas y bebiendo traguitos ricos.

La furgoneta se detuvo. El dragón dio un sorbo a su cóctel y se quedó con los ojos pegados a la puerta, expectante.

Primero bajaron dos de sus secretarias, modelazos de pasarela, que lo dejaron flipando con sus cuerpazos, sus pechotes enormes y espectaculares —ya me entiendes— apenas cubiertos con bikinis chillonísimos. Al jefe le encantó lo que vio, pegó otro sorbo a su cóctel y se quedó esperando a que saliera Angélica.

Y entonces del furgón salió algo… No, no, espera. ¡Del furgón salió ALGO! El dragón se atragantó con el cóctel y empezó a toser como loco. Pedro Tomate, que estaba a su lado como siempre, le dio unas palmaditas en la espalda para que se despejara. Pero hasta el gran manager se quedó algo sorprendido, y eso que él, normalmente, no se sorprende con nada.

Sí, era Angélica, pero ¡de qué pinta!

Iba vestida con algo rarísimo. No, no era el viejo batón, porque con eso no se nada ni a tiros, lógico. Esta vez se había enfundado en un chaleco salvavidas inflable color naranja chillón. Brillaba tanto que el dragón tuvo que cambiarse la visión con un hechizo para poder mirar sin quedarse ciego. El chaleco le quedaba tres tallas más grande de lo necesario, y encima lo sujetaba un cinturón inflable que lo apretaba contra el cuerpo. En los pies llevaba unas aletas azul eléctrico. En los brazos, manguitos amarillos con mariposas verdes dibujadas. Y en la cabeza, un gorro de natación rojo. Y para rematar la pinta, unas gafas de buceo enormes que se colocó enseguida. Parecía un tonel enorme, hipercolorido, con una cabecita con gafas asomando por arriba.

Pero no, no fue eso lo que le dio en pleno corazón al dragón, queridísimos lectores.

La chica, de alguna forma, iba camuflada. Y seguro que si el dragón le hubiera pedido quitarse todo aquello, ella se habría negado en redondo. Y si él se ponía pesado, como suelen hacer los jefes mandones, hasta podrían haberse peleado, y quién sabe si ella no mandaba todo a la porra y renunciaba al concurso por el puesto de secretaria. Pero nuestro dragón, que ya sabía información secreta sobre la muchacha, se dio cuenta de que no era tan simple y ratilla como decía su apellido, Ratilla. Más bien al contrario: resultaba escandalosamente interesante y rarísima.

Y justo en esa extravagancia pensaba el dragón guaperas, mirándola, cuando lo que le dejó muerto no fue el chaleco ni las aletas… sino lo que llevaba entre las piernas.

—Buenos días —chilló la chica-tonel. Bueno, digamos “chica-tonelito”, que suena mejor junto a “chica”.

—Angélica, ¿qué es eso que tienes? —preguntó el dragón, todavía sin saludar, mirando fijamente lo que ella llevaba entre los muslos.

—Un pull buoy —respondió la chica con orgullo.

—¿Un qué? —como si no hubiera oído bien, repitió el dragón.




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