La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 4

Capítulo 4

Ah, seguro que ustedes se están riendo del pobre dragón-millonario, que lo único que quería era ver a Angélica sin ese batón horrible, aunque fuera con un vestido normal, ni hablar ya de un bikini. ¡Pero resulta que eso de desvestir a una mujer es cosa complicada! ¿Cómo rayos se hace, eh? ¿Cómo lograr que una mujer se quite la ropa solita, sin presión, naturalito, así como si nada?

Pues claro, hay varias opciones. Por ejemplo, cuando la mujer se va a dormir, ahí fijo que se cambia de ropa: se pone pijama, camisón, o derechito se lanza en pelota a la cama... Eso está claro.
Otra situación puede ser cuando una mujer se va de shopping, que si para comprarse un vestido nuevo, una blusita o una falda. Entonces, en la tienda elige una prenda, entra al probador y ahí mismo se quita lo que llevaba para probarse lo nuevo… ¡y claro que ahí hay desnudada de por medio!

Y justo en eso se puso a pensar en la noche nuestro dragón, el mandamás, el boss millonario, Stepan Nogard. Y encima se le ocurrió darle a sus secretarias una nueva “tarea empresarial” para el día siguiente: matar dos pájaros de un tiro, que trabajen para la empresa y, de paso, que se exhiban para su jefe. Y para que todo saliera perfecto, sin cagadas como la del lago ese día, el dragón hasta inventó una doble “póliza de seguro”. Muy listo el cabrón, de eso no hay duda. De balde sus propios hermanos lo trataban de tontuelo. ¡Ni de coña!

Ya casi al final de la jornada llamó a su despacho al gerente principal, Pedro Tomate, y le soltó:
—¿Quién es el director más de moda y más famoso en nuestra ciudad? Necesito que para mi gran y poderosísima empresa me filme un comercial publicitario. Y si al director todavía estoy dispuesto a pagarle por su trabajo, a los actores o modelos que saldrán en ese comercial, ni loco les voy a soltar mucha pasta. ¡Ya sé que cobran un ojo de la cara! Así que, en lugar de actores, ¡ustedes serán los que actúen!

—¿¡Yo!? —se cagó de miedo Pedro Tomate, casi se le atraganta el alma.

Hay que decirlo: el tipo era una persona tranquila, callada y súper tímida, aunque, obvio, lo disimulaba. Para todos parecía un ogro malhumorado y calculador. Y claro, solo así se puede sobrevivir en el mundo de los negocios. No por nada se habla de “tiburones de negocios”. No son ni carpas, ni pececitos, ni siquiera escalaris… ¡son tiburones de verdad, tiburones que muerden! Y Pedro hacía todo lo posible por parecerlo. Ya de por sí le costaba un huevo mantener esa fachada delante del jefe y los empleados, ¡y ahora en un comercial! ¡Casi en cine! ¡En pantalla grande delante de millones! Nuestro gerente principal no estaba nada preparado para semejante golpe del destino.

—¡Sí, usted! —confirmó el jefe, metiéndolo en shock total—. Usted, y mis candidatas a secretarias. Llame ya mismo al director. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Hay alguien así? ¡Que sea el más top! ¡Nuestra empresa debe tener siempre lo mejor!

—Sí… —dijo Pedro, inventando excusas mentalmente para no presentarse a trabajar al día siguiente. Pero, mala suerte: se sentía bien de salud y no tenía ningún viaje planeado. —Sí, hay un director famosísimo en nuestra ciudad. Kuzma Suflérico. Ganador de premios internacionales en cine y publicidad.

—Contrátelo por la pasta que haga falta. Tiene que filmar mañana en mi oficina un comercial de nuestro producto. En los papeles: usted y las chicas. Las tres secretarias. Pero habrá un detallito más…

Pedro Tomate ya estaba pensando en lanzarse bajo las ruedas de un coche para conseguir una fractura leve y así no presentarse mañana al trabajo, y de paso imaginando a qué conocido pedirle que lo atropellara suavemente. Mientras tanto, el boss continuaba:

—Quiero que los actores vayan con trajes nuevos en los colores de la compañía: verde y dorado. Así que contrate también a un diseñador de moda, que les haga los trajes a las chicas para mañana mismo. Si le pagamos bien, en una noche lo tiene listo, de eso ni dudo.

—¿Trajes? —repitió como eco Pedro, ya más blanco que la harina, imaginándose a sí mismo en un taparrabo dorado-verde.

—¡Para las chicas los trajes! Blusas doradas, entalladas. Y faldas verdes, bien por encima de la rodilla. ¡Sí! —el dragón se emocionó como un adolescente. —¡Mini-faldas! Asegúrese de decirle al diseñador mis exigencias personales. Las tallas de ropa están en sus expedientes personales, búsquelas ahí. Las secretarias vendrán mañana temprano, se cambiarán y directo a filmar. ¿Hay alguna sala decente donde puedan cambiarse? ¿Algo que pueda servir de camerino temporal? —preguntó el dragón con cara de malo.

¡Oh! Esa era la pregunta clave. Porque justo en esa sala de camerino el jefe planeaba espiar cómo se cambiaban las chicas. Pero necesitaba saber con certeza dónde estaría ubicada esa “camerina” improvisada.

—Sí —asintió apático Pedro, entendiendo que ese día probablemente era el último de su vida laboral, porque él no iba a sobrevivir a semejante tortura de filmación. Si hasta detestaba las fotos, casi nunca se dejaba fotografiar. ¡Lo odiaba! ¡Lo aborrecía! Y ahora esto… —En la sala de conferencias se puede armar un vestidor temporal. Ahí hay espacio de sobra y un espejo enorme.

—Perfecto —dijo el dragón, frotándose las manos con deleite—. Y para usted que le hagan un traje especial. En forma de un gran lingote de oro. Ese va a ser usted, Pedro. Solo se verá la cara. Y también se la pintarán en dorado, para que no desentone con el conjunto. Lo siento, pero su papel será solo ese…




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