La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 5

Capítulo 5

En la ciudad de Rumbantía, el famoso director y guionista, laureado de los premios internacionales más top en cine y comerciales, Kuzma Suflérico, resultó ser un hombrecito bajito y flacucho, de esos que ni adivinas la edad. Se parecía un poco a un gorrión: igual de nerviosito, revoloteaba por el despacho del gran jefe Stepan Nogard, agitando las manos y chillando:

— ¡Solo yo puedo decidir lo que va en el guion del spot! ¡Solo yo debo crear la exposición y poner las reglas en el rodaje! ¡Solo yo debo inventar la conceptualización artística del anuncio! ¡Ustedes me atan de pies y manos! ¡Esto será un fracaso, se lo advierto, excelentísimo señor! ¡Solo yo lo hago todo! ¿Y usted?!

A Kuzma Suflérico no le dio el aire para seguir con su monólogo a toda velocidad. Se quedó sin respiración, jadeando y mirando indignado al dragón.

— Pues yo ya armé el guion —dijo tranquilo Stepan Nogard, empujando de nuevo por la mesa un papelito, donde había garabateado lo que quería en su spot.

Apenas el afamado director echó un vistazo a aquella “notita”, entró en shock total, como si le hubieran soltado un ladrillazo en la nuca.

— Ahí está escrito lo que quiero ver. En primer plano, un lingote de oro. Al lado, una de mis secretarias. Ella dirá esta frase —el millonario golpeó con el dedo el texto escrito— y sonará la música. ¡Ya! Ah, y mis secretarias estarán con uniforme especial. Con los colores de mi empresa. ¡Ya lo dije todo!

Así era el jefe: un dragón con tal autoridad que hasta un artista famoso como Suflérico tenía que tragar saliva y callar.

Por cierto, la idea del uniforme ese día le pareció a Serpántio tan, pero tan genial, que decidió que todos los empleados debían llevar ropa corporativa. ¿Y por qué no? Así su marca se distinguiría por originalidad, y la oficina se vería mucho más seria. Bueno… un poco sonaba a disciplina militar y uniforme obligatorio, pero el dragón mandó al diablo esas dudas cuando se imaginó a las chicas con minifaldas verdes. Ahí se relajó de golpe.

En esa transnacional, cada quien se vestía como le daba la gana. Pero ahora… pues ya todo pintaba distinto.

Kuzma Suflérico se agarró la cabeza, hundió sus dedos flacos —cargados de anillos— en su melena larga (un peinado super de moda entre metrosexuales, que costaba cincuenta mil sin peinado extra), y soltó un grito desgarrador:

— ¡Yo no asumo ninguna responsabilidad! ¡El verde y el dorado no están de moda! ¡Si no me creen, pregúntenle a mi colega!

El señor Suflérico señaló con el dedo a un hombre vestido chillón que estaba en la puerta, cargando varios percheros con ropa para las secretarias, que había cosido en una sola noche. Ojeroso pero con el espíritu intacto, el famosísimo diseñador de la ciudad, André Corchetín, asintió en silencio. Los cascabeles en forma de estrellitas cosidos al borde de su chaqueta morada también sonaron como diciendo “sí, bro, tiene razón”.

— Ahora se lleva el “fres” y el índigo eléctrico —murmuró, mirando su chaqueta morada y sus pantalones rosados—. Y también accesorios originales… —le echó un vistazo a los montones de pulseras que llevaba, hechas de bolitas transparentes con piedritas dentro, que crujían como si fueran granitos de maíz. — Por ejemplo, pulseras eléctricas, donde los pedazos de hierro están bajo presión y voltaje. Es un invento nuevo de los genios de Kreptzia. Como a la ciencia el gobierno no le da ni un peso, los pobres científicos tienen que rebuscarse inventando cositas secundarias para ganar plata y financiar sus investigaciones serias. ¡Y oye, se venden re bien!

— ¡A mí no me importan sus pulseritas, su moda ni sus críticas! ¡Yo solo quiero mi spot publicitario! —gruñó ya bastante molesto el dragón. Estaba que se moría por ver a Angélica cambiándose de ropa, y tanta cháchara fashionista lo estaba retrasando. — ¡Al salón de conferencias ya! —miró su reloj y vio que eran las nueve en punto—. Mis tres secretarias y Pedro Tomate, el gerente, llegarán enseguida. ¡Maquíllenlas, vístanlas según el guion! Hay un espejo enorme, será parte de la escena. ¡Y ahí mismo filman! ¡Vamos, señores, trabajen! ¡Les pago demasiado para tener que aguantar sus quejas sobre mi trabajo en vez de obtener lo que quiero!

Así contestó el jefe-dragonazo a la crítica de los “bohemios fashionistas” de Rumbantía.

El director, agitando las manos, salió volando del despacho. Detrás fue André Corchetín, moviendo la cabeza con desaprobación pero guardándose sus pensamientos. Sus pulseras tintineaban con un sonido grave, y las piedritas dentro de las bolitas vibraban como un cable eléctrico. La ciencia, cuando quiere, inventa cosas de lo más curiosas…

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