Capítulo 6
En el pasillo ya los esperaba el gerente principal para llevarlos al salón de conferencias.
Mientras tanto, el dragón-millonario Serpántio, alias jefe mandón y a veces mensajero encubierto Matviy, encendió por fin la pantalla de su compu y se puso a mirar por las cámaras lo que pasaba en el salón.
Allí la gente correteaba: acomodaban cámaras, movían sillas, arrastraban mesas. Preparaban todo para la grabación…
Sus tres secretarias ya estaban sentadas en fila, esperando al director y al diseñador con la ropa, pues recién habían recibido la orden de Pedro Tomate.
Dos de ellas, curvilíneas y orgullosas de su pechonalidad y retaguardia, estaban felices de ser filmadas: se veían ya en la tele, en reels y shorts de todas las redes.
La tercera, en cambio, nuestra Angélica, con su eterno batazo verde-lodo, estaba sentada como sobre alfileres. Nerviosa de que le tocara cambiarse y mostrarse como realmente era. Y eso… no quería para nada.
Y el dragón, maldito desgraciado, se frotaba las manos frente a la pantalla, convencido de que esta vez sí lograría ver el verdadero rostro de la chica.
En la esquina de la sala de conferencias estaba plantado el traje para Pedro Tomate: un lingote dorado de dos metros, hecho a la carrera en un taller especial con silicona blandita. Muy ligero y cómodo, por cierto. Pedro Tomate ya hasta lo había probado en cuanto lo trajeron, cuando todavía no había nadie en la oficina. Porque, claro, el gerente principal de la empresa siempre llega el primero al curro y se va el último. Y además con su lema: “¡Al trabajo con alegría y del trabajo con orgullo!” ¡Así son ellos, los verdaderos jefazos!
El director Kuzma Suflérico se coló en la sala de conferencias el primero y enseguida empezó a mandar a su operador y al técnico de sonido, diciéndoles dónde poner cada cosa y cómo ajustar todos sus cacharros y trastos de cine.
El modista-diseñador André Corchetín repartió a cada secretaria un disfraz y ellas se fueron a cambiar detrás de una pantalla de proyección gigante de dos por dos metros: suficiente como para esconderse de los ojos de los hombres en la sala. Dos secretarias se cambiaron en un pispás, pero a nuestro dragón, curiosamente, ya le aburría mirar sus encantos apretados en esa lencería de lujo mientras se vestían, porque él estaba ansioso, pero ansioso de verdad, esperando a otra chica muy distinta.
Angélica-Olenka fue la última en irse detrás de la pantalla. Pobrecilla, se quedó ahí plantada. Pero ya no tenía escapatoria: había que cambiarse sí o sí… Levantó el dobladillo de su batón, que le llegaba más abajo de las rodillas, hacia arriba. ¡Hasta dejó ver una rodilla entera!
El dragón, en tensión máxima y con una impaciencia gigante, miraba fijamente a ver cuándo demonios se iba a quitar la chica ese maldito batón pesado. Abrió la boca de par en par, como si estuviera viendo la peli más interesante de todos los tiempos y de todos los pueblos.
Y de repente… ¡Sí, mis queridas lectoras y lectores! Pasó, como siempre, algo totalmente inesperado. ¿Qué fue? Pues eso, en el próximo capítulo se sabrá. Que os quede un poquito de intriga…