La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 7

Capítulo 7

En cuanto Angélica empezó a quitarse su capa, y el dragón-millonario vio su pantorrilla desnuda e incluso la rodilla, sucedió algo inesperado.

Resulta que, cuando se cambió la primera secretaria, el director inmediatamente la arrastró al set improvisado que sus asistentes ya habían montado a toda prisa. Quería terminar cuanto antes ese trabajo que le resultaba insoportable, por el que le habían pagado una pasta considerable, y de la que no podía escapar. Porque recientemente había conseguido una amante joven que necesitaba regalos por montones, lo que suponía gastos considerables. ¡Vamos, que el famoso director no podía regalarle a su protegida un juego de oro de treinta mil o un vestido de cincuenta mil! Kuzma Suflérico tenía otra escala: ¡regalaba coches y apartamentos a sus amantes! Y, claro, con eso se quedaba un poquito más pobre. Por eso necesitaba el dinero.

Pero ese trabajo no le daba placer: era un puro oficio. ¡Y encima no había escrito él mismo el guion del spot, sino que se lo habían dado hecho! Así que Kuzma, dicho sea de paso, cerró los ojos ante todos esos detalles molestos y solo quería rodar ese maldito video lo más rápido posible.

Colocó a la primera secretaria, una figura esbelta, piernas larguísimas, busto generoso, trasero redondo y cabello largo, contra la pared donde colgaba un espejo. Y junto al espejo ordenó que se pusiera Pedro Tomate, que hacía rato había metido su traje de lingote de oro y ya se estaba metiendo, digamos, en el personaje. Por alguna razón, al jefe de producción le parecía que un lingote de oro debía fruncir el ceño, arrugar las cejas y inflar las mejillas. Y eso era exactamente lo que Pedro hacía, hasta que la polvareda dorada se caía y las capas de maquillaje amarillo se desprendían de su cara.

El director obligó a Pedro a quedarse junto al espejo, en el que, reflejándose, se movían de manera caótica personas que no debían aparecer frente a cámara. Así que Kuzma ensayó con ellos y ordenó a todos que o salieran del salón de conferencias o se desplazaran a otra parte, para que no fueran visibles en el espejo. Porque el reflejo del lingote era la clave del comercial.

Según el guion, la secretaria, mirando el lingote de oro reflejado en el espejo, debía decir:

—“¡El oro verde, aquí y allá (señalando primero el lingote y luego su reflejo), nos trae alegría!”

Un enunciado totalmente absurdo e incomprensible, ¿no creen? ¿Qué sentido tiene el espejo? ¿Ese “aquí y allá”? ¿Y a quién le trae alegría ese oro? Solo al jefe todopoderoso Stepán Nogard, el dragón-millonario secreto.

Así que, por supuesto, el director estaba insatisfecho.

Entonces, cuando la cámara ya empezaba a grabar el primer video con la primera secretaria, y Angélica-Olenka comenzaba a quitarse su capa, y el dragón miraba con ansias la pantalla de su computadora… ocurrió la tragedia.

El lingote de oro cayó.

Pedro Tomate se había metido de lleno en su papel. Y el disfraz era blandito (de silicona, ¿recuerdan?), y su cara encajaba perfectamente en el agujero preparado en el lingote, pero las piernas… esas no se movían muy bien. Cuando caminaba, tenía que dar pasitos cortos, casi de ratón. Cuando le ordenaron ponerse junto al espejo, Pedro “ratoneó” hacia allí y se plantó. Pero entonces algo no le gustó al director, y le pidió a Pedro que diera un pasito a la derecha, más cerca de la secretaria.

Pedro obedeció y dio el pasito, pero justo bajo el “lingote” había una simple pluma de bolígrafo que, al parecer, se había quedado tirada ahí por accidente. Pisó el bolígrafo, su pie resbaló y el lingote cayó sobre la secretaria. La pobre chica no pudo mantenerse de pie y cayó sobre el director, que justo estaba revoloteando como gorrión a su alrededor, tratando de alcanzar el dobladillo de su blusa para acomodar el cuello sobre sus tentadoras curvas. Los tres cayeron juntos, formando un pequeño montón sobre el suelo, llevándose de paso al diseñador André Corchetín, que pasaba por allí rumbo a la salida y suspiró aliviado, porque ya había terminado su trabajo: todas las secretarias tenían su ropa lista y por fin podía irse a dormir después de una noche sin pegar ojo.

¡Y André Corchetín cayó de manera grandiosa!

Podríamos incluso decir que fue algo espectacular y fulminante, literalmente. Porque al caer, agitó la mano de forma torpe e imprudente y rozó el borde de un extraño jarrón sobre el escritorio en la esquina. Este jarrón, hay que decirlo, era una obra de arte de diseño. Seguramente lo había hecho un maestro genial, inspirado en ideas originales y en la belleza naïf de la madre naturaleza. Estaba hecho como un erizo con espinas largas y huecas, en cada una de las cuales se podía meter una flor. Ahora no había flores. Pero las puntas afiladas golpearon al diseñador Corchetín en la mano que tocaba el jarrón.

En principio, el diseñador solo se llevó un pequeño rasguño en la palma y, en ese momento, cuando el último participante del montón cayó, todo podría haber terminado ahí: las filmaciones del comercial de “Oro Verde” habrían continuado. Solo que todos estarían un poco golpeados, magullados, y el diseñador habría ido a casa con un rasguño en la mano, que podría curarse con un poquito de verdín, y listo…

¡Pero no!

El diseñador Corchetín no solo se había raspado la mano, sino que uno de sus múltiples brazaletes enganchó una de las espinas del jarrón. El hilo especial que sostenía las bolitas del brazalete eléctrico de moda se rompió de golpe, cortado por la punta de la espina. Las bolitas, que hasta entonces vibraban suavemente, cayeron al suelo como un pequeño ejército de guisantes…




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