Capítulo 8
Sí, la caída tampoco se esperaba, pero a veces uno se cae, se levanta y sigue su camino. Lo que no se puede prever son esas cosas raras que ocurren muy de vez en cuando.
Por ejemplo, ¿les ha caído un rayo dentro de su casa? Exacto. Caerse puede pasar en cualquier sitio, pero un rayo en casa es difícil de conseguir. Claro, electricidad hay, lo sé (cuando la luz no se corta por mantenimiento o emergencia). Y si hubiera cables pelados… bueno, podrían electrocutarte como un rayo de verdad… Pero eso casi nunca pasa. Porque ustedes son buenos dueños y la instalación eléctrica está perfecta, no dudo.
Entonces, una de las bolitas, al caer, se rompió. No se sabe si los científicos que las hicieron la sellaron mal, o si la fuerza del campo eléctrico se calculó mal, pero de esa bolita salió un pequeño, pero potente, chispazo eléctrico. Chispazos que impactaron a las bolitas vecinas, que hasta entonces estaban intactas, aunque ya habían rodado por el suelo alrededor de Corchetín. Las chispas rompieron la hermeticidad de otras bolitas, y esas empezaron a lanzar rayos también.
¡Qué caos se armó! No se puede describir. Todo el salón de conferencias se convirtió en un campo de batalla, con bolitas del brazalete de André disparando rayos a todo lo que podían.
Y justo una de esas chispas, pocos segundos después del inicio del ataque fulminante (qué bien usó la autora esa palabra, ¿verdad? 😁), alcanzó la videocámara desde la que el todopoderoso Stepán Nogard seguía el salón de conferencias.
La repentina desaparición de la seductora Angélica de la pantalla del ordenador desató la furia del dragón. ¡Casi rompe su ordenador del enojo! Todo se había interrumpido justo en el momento más interesante: Angélica casi se quitaba la capa… y allí comenzaron a volar chispas por todo el salón. ¡Desastre total!
Entonces recordó que podía cambiar las cámaras. Empezó a hacer clic frenéticamente con el ratón y luego en el teclado, pero todo fue en vano: probablemente no solo la cámara, sino alguna pieza clave del sistema de vigilancia estaba dañada. ¡Vaya lío!
Enfadado como cien demonios, el todopoderoso dragón se levantó de la mesa y corrió al salón de conferencias, esperando poner orden, lidiar con esos extraños rayos que arruinaron todo su placer y mandar que la filmación continuara. Y quedarse allí él mismo, a ver el rodaje. ¡Que así fuera!
Nuestro dragón-millonario, dicho sea de paso, no quería mostrarle a nadie su interés por Angélica. Temía que, si estaba presente, se delatara con la expresión de su rostro o con alguna frase.
¿Se imaginan? Le daba vergüenza admitir que le gustaba una chica tan… ratilla y feucha. Bueno, antes pensaba que ella era fea. Ahora ya no sabía qué pensar… Sí, el dragón estaba sonrojado, ¡qué desgracia! Él, tan guapo, y allí esta Ratilla… Pero mientras caminaba por el pasillo hacia el salón, tuvo que reconocer honestamente que Angélica le gustaba mucho. Tenía un deseo irrefrenable de verla tal como era. Aunque fea…
Pero incluso así, con su horrible y amorfa capa, parecía atraerlo… ¿o no?
A esa pregunta, el dragón aún no tenía respuesta. Con un movimiento brusco abrió la puerta del salón de conferencias y entró, quedando boquiabierto.
El salón estaba silencioso, casi como de duelo.
Todos los presentes —los actores (las dos esbeltas secretarias y Pedro Tomate con su lingote de oro, que ¿cómo llegó allí?), el director Kuzma Suflérico, el diseñador herido André Corchetín, y varios asistentes del director— estaban alrededor de algo que yacía en el suelo, junto a la pantalla volcadas y agujereada en varios puntos por los rayos.
El corazón del dragón comenzó a latir aceleradamente, y sus alas (mágicamente ocultas, pero siempre presentes) dolieron de nervios. Corrió hacia el trágico grupo, apartó a todos y vio la escena…
Su candidata a secretaria, Angélica, envuelta en su infame capa, yacía en el suelo como un bulto amorfo, inconsciente. Y a su lado se extendía un charco de sangre…