La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 9

Capítulo 9

—¡¿Qué ha pasado?! ¡¿Por qué la chica está tirada en el suelo?! —gritó, hecho un mar de nervios, el dragón.

Se agachó al lado de Angélica e intentó verle la cara, porque estaba de espaldas a él. Notó que, de algún modo milagroso, aquellas enormes gafotas de aumento todavía seguían aferradas a su nariz y no habían salido volando. Pero lo peor: la sangre se había corrido junto a su rostro.

—Cayeron rayos —soltó la voz de Pedro Tomate—. No eran tan fuertes, picaban como abejas, casi ni dolían. Pero vaya que hicieron destrozos: agujerearon muebles, reventaron paredes y hasta las puertas con ventanas. Ahí está, rompieron la pantalla —asintió el jefe de sala, señalando el monitor que yacía a un lado, chamuscado en tres partes—. Y el último rayo le pegó justo en el ojo a la chica. O bueno, en las gafas. El cristal se hizo añicos, las esquirlas le cortaron la frente y la ceja, y ella cayó redonda, como árbol talado. ¡Mírela usted mismo!

El dragón se inclinó más sobre Angélica: sí, uno de los cristales, el que tocaba el suelo, estaba hecho trizas. La sangre chorreaba justo desde la ceja y manchaba el piso. Y la pobre secretaria, completamente desmayada.

—¡Rápido, llamen a la ambulancia! —bramó el dragón—. ¡¿Qué hacen ahí parados?! ¡Hace rato deberían haber llamado a los médicos! ¡Atontados! ¿A qué esperan?

—Pues, eeeh… esteee… —se oyó una voz avergonzada—, la chica estaba delirando, así que todos nos quedamos escuchando —se atrevió al fin a confesar el diseñador André Corchetín—. Nos estaba contando el destino de cada uno. Seguro que con el rayo se le despertaron poderes ocultos. ¡Como en las pelis! ¡Sí! ¡Se volvió… una extrasexóloga!

—¿¡Una qué!? —preguntó el dragón, mientras tecleaba como loco en el smartphone para marcar a emergencias.

—¡Extrasexóloga! O extrasexólogista, extrasexólogika… ni sé cómo se dice bien. Es que los filólogos tramposos de ahora inventan tanto feminativo que yo me confundo —soltó el diseñador, alzando la voz para aclarar que Angélica no se había vuelto ninguna vidente, como pensó el jefe, sino algo mucho más jugoso.
—¡Sí! Ella nos estaba profetizando quién sería la próxima amante de cada cual, qué juguetes eróticos eran los ideales y hasta las mejores posiciones para darnos gusto. ¡Usted justo entró en lo más sabroso, don Nogard! ¡Estaba por hablar de usted! Pero apenas lo vio… zas, se quedó callada.

¡Ah, conque eso era! Así que no eran tristeza ni susto lo que se dibujaba en las caras de los presentes cuando entró el mandamás, sino la pura ansia reprimida de escuchar más consejitos de cama, esas cositas que, con la pose adecuada, podían mejorarles la vida sexual.

—¡La chica recibió un rayo en el ojo! —vociferó el dragón al teléfono, que justo había hecho conexión con la ambulancia—. ¡Vengan ya! —cantó la dirección a toda prisa y luego tronó contra los demás—. ¡Fuera de aquí, todos! ¡Se cancelan las grabaciones! ¡El dinero que pagué quédenselo como compensación por los rayazos!

—¡Y usted, don Corchetín, bien podría pagarme una multa por esas pulseritas ruidosas y peligrosas con las que me destrozó toda la sala de conferencias!

El dragón lo miró con un ojo de basilisco. André palideció: en efecto, parecía el responsable de todo aquel circo eléctrico.

—Pero como tengo mil asuntos más importantes y, comparado con mis millardos, su multa es menos que un átomo perdido en el universo, ¡no voy a rebajarme a ser tan mezquino! —rugió al final el jefe.

—¡Así que márchese y no vuelva a traer esas dichosas pulseras chillonas!




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