Capítulo 11
—¿Quién es la paciente? —tronó la doctora—. ¿Esta de aquí?
Se acercó a Angélica, palpó el pulso, le arrancó las gafas de un solo cristal y las tiró sin piedad, le levantó los párpados y movió la cabeza en desaprobación…
El dragón miraba todas esas maniobras aterrado. Y cuando vio ese gesto negativo de la médica, casi le dio un infarto pensando que lo de Angélica iba en serio.
—¡La llevamos al hospital! —dictaminó la doctora—. ¡Shock profundo! La vamos a sacar del shock en un dos por tres. En dos días corre como galgo. Cuénteme qué pasó.
Los camilleros empezaron a poner a la chica en la camilla, lanzando miradas curiosas al jefe dorado, que sudaba tanto que su cara brillaba todavía más dorada, gracias al calor y los rayazos. El gran jefe respiró un poco más tranquilo y empezó a contar, desde lo más enredado:
—Verá, lo que pasó es que le cayó encima un lingote de oro…
—¿Un lingote de oro? —se interesó la médica—. ¿De cuánto peso?
—¿El mío? ¿O el de la chica? —replicó el dragón.
—El lingote, ¿qué peso tenía? —aclaró la médica, anotando algo en una tablilla.
El dragón echó una mirada a Pedro Tomate, calculó y contestó:
—Unos ochenta kilos. Tal vez un poco menos.
La médica levantó la vista, chasqueó la lengua, y volvió a escribir.
—¿Y de dónde salió el rayo? Hoy estaba el cielo limpísimo. Ni tormenta había.
—Salió del brazalete. Pero eso fue después —soltó el dragón.
Pedro Tomate se sorprendió de que el jefe supiera todo lo que había pasado en la sala, aun sin estar allí, pero se calló. Era hombre listo y sabía cuándo cerrar la boca.
—El lingote cayó sobre mi secretaria, ella encima de Corchetín, y ese, gracias a un erizo, soltó sus rayos y lo destrozó todo. ¡Y uno de esos rayos le dio a mi secretaria en el ojo! ¡Le reventó las gafas! —intentó narrar el dragón, pero todo sonaba un enredo de telenovela barata.
La doctora volvió a chasquear la lengua. Y de pronto preguntó:
—¿Y usted no quiere venirse también con nosotros? Le ponemos unas gotitas intravenosas. Tenemos unos sueros relajantes maravillosos. En dos días tendrá la cabeza como nueva, sin inventos ni fantasías. ¡Hasta el alcalde viene los fines de semana a ponerse su suerito! ¿Qué dice?
Claro, oyendo semejante relato absurdo sobre por qué la secretaria estaba desmayada, la médica pensó que al dragón también se le había cruzado un cable. Que estaba nervioso, en shock y con las neuronas fritas. Y, la verdad, si hubieran oído lo que le contó a la doctora, ustedes también habrían pensado que al hombre le faltaba un tornillo.
El millonario Stepan Nogard quiso ofenderse, incluso rugirle a la doctora, pero…
Ya estaban sacando a Angélica en camilla, y de repente pensó que en el hospital tendría la oportunidad de estar más cerca de ella y, con suerte, verla sin el batón. Porque, ¿a que sí? En los hospitales de Rumbantía nadie anda con su ropa normal. A todos les ponen pijama hospitalario.
—Pues, ¿sabe qué? —se tocó la frente el dragón, como dolido—. Con todo este lío, me duele un poco la cabeza. Dice que en su hospital hay gotitas relajantes de lujo…
El dragón recogió del suelo las gafas de Angélica, las de un solo cristal, y se las guardó en el bolsillo. Luego siguió a la doctora, y tras él se arrastró Pedro Tomate, como sombra dorada. Pero su jefe no lo dejó entrar al hospital. Le ordenó vigilar la empresa, controlar todo y encargarle a las dos secretarias una montaña de papeleo, para que no se aburrieran.
Así fue como nuestro dragón-milmillonario acabó en el hospital junto con Angélica, con la esperanza de verla sin el dichoso batón. De eso va el próximo capítulo.
Lo que a mí me intriga ahora, queridos míos, es si en esos dos días logrará Pedro Tomate quitarse el maquillaje dorado de la cara. Porque cuando intentó limpiárselo con una toallita de papel, no salió nada. Luego se lo talló con jabón, con productos cosméticos especiales, ¡y tampoco! Vaya maquillaje teatral waterproof le tocó. Seguro carísimo…