La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 13

Capítulo 13

Angélica yacía con los ojos cerrados, respirando lentamente. Toda la información sobre su respiración, su estado general, la temperatura, la presión y demás detalles fisiológicos aparecía en una enorme pantalla suspendida del techo sobre unas varillas metálicas al lado de su cama. ¡Ya te digo que el equipo de aquel hospital era de lo más top! Seguro que solo en Kreptzia había hospitales así.

El dragón se acercó despacio, le echó un vistazo al rostro de la chica. Una muchacha común y corriente, nada del otro mundo. Naricita respingona, labios sin pintar, ni un poquito de rubor, pálida como una pared. Los ojos cerrados, pestañas cortitas — nada que ver con las de sus otras dos candidatas a secretarias, aquellas que parecían abanicos eléctricos cada vez que parpadeaban: con esas pestañas se podía provocar un vendaval.

Y, sin embargo, ¿por qué lo atraía tanto?, pensó el dragón. Si ni siquiera era guapa. ¡Una chica simple! Una ratilla gris…

El hombre extendió la mano para apartar la ligera manta que cubría a Angélica, con la esperanza —ejem— de tener suerte y descubrir que estaba, digamos… sin mucha ropa.
Tiró lentamente del borde de la sábana desde sus hombros hacia abajo, con las manos sudadas y temblorosas de la emoción…

—¡¿Y usted quién es?! ¡Prohibido que haya extraños en la habitación! —se oyó de repente detrás de él, y casi pega un salto.

Retrocedió enseguida, tratando de justificarse ante el grupo de gente que acababa de entrar, encabezado por un médico de mirada fulminante que acababa de gritarle al pobre dragón, impidiéndole descubrir a nuestra Angélica.

—Yo… —balbuceó el dragón— soy el jefe de esta chica, Angélica Ratilla. Vine a… eh… visitar a mi empleada, mi secretaria.
—¡Las horas de visita son de tres a cinco! ¡Fuera de aquí! ¡Estamos en ronda médica y usted estorba!

Y así, nuestro dragón fue expulsado de la habitación. Salió alterado, un poco furioso, porque otra vez nada le había salido bien: no había logrado ni destapar a Angélica. Caminó por el pasillo y se sentó en un banquito, suspirando y dándole vueltas a sus pensamientos.

De pronto, se sentó junto a él un hombre desconocido y le preguntó:
—¿Usted es el último de la fila? ¡Yo voy detrás!

El dragón salió de su ensimismamiento, miró a su alrededor… y se dio cuenta de que, sin saber cómo, se había sentado justo en la fila para ver a un médico.

—Yo, en realidad… —intentó explicarle que no estaba en la fila y que se iba ya, pero el otro no le dio tiempo: empezó a hablar, y hablar, y hablar… ¡Ni una coma podía meter entre sus frases!

—Mire, diga lo que diga la gente, la doctora Suspensia es una profesional de primera. Ayer estuve con ella, y me recetó unas pastillitas… ¡una maravilla! Verá, yo he tenido la presión baja toda mi vida: que si mareos, que si flojera, que si la cabeza me da vueltas… Pero ayer tomé una de esas píldoras y ¡zas! ¡La presión se me fue por las nubes! ¡Me sentí más vivo que nunca! No podía ni pasear tranquilo por el parque: ¡tenía energía para regalar! ¡Y las mujeres detrás de mí, como locas!

—¿En serio? —preguntó el dragón, intrigado—. ¿Y eso por qué?

—¡Por la sangre! —dijo el hombre, entusiasmado—. Los mosquitos que me picaban y probaban mi sangre, los pobres, ¡explotaban como globitos! ¡Imagínese la presión! Y… bueno… también otras cosas se me subieron, ejem. Pero hoy ya no me hace tanto efecto… así que vine a pedirle a la doctora algo más fuerte, más potente. ¿Quiere probar una? ¡Son buenísimas! ¡Y no te dejan dormir en toda la noche!

El hombre sacó una cajita de píldoras del bolsillo y se la metió casi en la cara al dragón. En la caja, con letras rojas, se leía: “Activian – Vitalidad total”.

—Claro que la doctora me advirtió que es un medicamento experimental —continuó el hombre—. Firmé un papelito donde decía que no pondría ninguna queja si me daba efectos secundarios. Pero yo, con tal de que esos “efectos secundarios” duren lo máximo posible, ¡aguanto lo que sea!

Entonces se inclinó hacia el dragón y le susurró al oído:
—Uno de los efectos secundarios es… la liberación masiva de feromonas. ¡Ayer en el parque no podía librarme de las mujeres! ¡Míreme bien!

El hombre se dio golpecitos en el pecho. Era bajito, delgaducho, más bien enclenque, con una pequeña barriguita, cejas unidas sobre la nariz y una nariz enorme que ocupaba medio rostro.

—Digamos que no soy precisamente un galán —añadió—. Pero ayer todos los guapos se quedaron atrás, ¡porque este medicamento es una bomba! Ooooh… —y puso los ojos en blanco—. El problema es que su efecto dura poco. Así que vine a preguntar si ya hay una nueva versión que dure más, para sentirme macho alfa todo el día. Claro, a usted seguro que no le hace falta —dijo mirando al dragón-millonario de arriba abajo—. Las mujeres deben volverse locas por usted. Pero a nosotros, los que no somos agraciados… esto nos salva la vida.

—Ay… —bostezó el dragón—. Créame, amigo, a veces hasta a los guapos nos dicen que no. ¿Cómo dijo que se llamaba, estimado…?
—Agamenón Manzanilla, —respondió el hombre con orgullo—. Mi padre era fanático de la mitología griega. A veces, ya ve, el nombre y el apellido no combinan muy bien…

Se rieron, charlaron un rato, se hicieron amigos y hasta intercambiaron números “por si acaso”. Agamenón Manzanilla le regaló al dragón un buen puñado de esas píldoras “milagrosas”, que no solo subían la presión sino también el ánimo y la autoestima masculina.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.