La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 18

Capítulo 18

Y aquí, mis queridas lectoras, fue cuando el dichoso ganchito del pestillo de la puerta de Angélica salió volando por los aires. La sedienta de besos, Pequeñita, lo voló de un solo puñetazo con su poderoso brazo de enfermera, porque ya había entendido perfectamente que nadie pensaba abrirles por voluntad propia a ese grupo de mujeres desesperadas por encontrar a un solo y muy específico hombre con feromonas igualmente específicas.

El dragón entendió al instante que había llegado la hora de huir. A regañadientes apartó la mirada de Angélica, quien también dejó de desvestirse —para nuestra gran desgracia (¡y ni hablar de la del dragón!)—, y tiró con fuerza de la ventana.
Esta se abrió de golpe, dejando entrar el aire fresco de la noche de verano. El hombre subió de un salto al alféizar y se lanzó hacia abajo.

—¡Nooo! ¡Deténgase! ¡Espereeee! —le llegó a la espalda la voz dolida de la enfermera Pequeñita, acompañada por un coro de otras diez mujeres que acababan de irrumpir en la habitación y se lanzaban, desbocadas, hacia su ídolo.

El dragón cayó desde el segundo piso —donde estaba la habitación de Angélica— directamente en unos arbustos, arañándose bien las mejillas y los brazos. Pero, vamos, ¿qué es un segundo piso para un dragón? Podría haberse tirado desde el sexto sin despeinarse; tienen magia, pueden con todo...

El hombre salió de entre los matorrales, se sacudió las hojas y miró hacia arriba. Desde la ventana abierta asomaban varias cabezas de mujeres, ya bastante furiosas.
—¡Chicas! —tronó la voz potente de la enfermera Pequeñita—. ¡A la caza! ¡No se nos escapa! ¡Hay guardias en la puerta del hospital y la cerca mide dos metros! ¡De todas formas será nuestro! ¡Vamos, síganme!

Las mujeres rugieron de emoción y desaparecieron de la ventana, corriendo hacia la salida para continuar su épica persecución. Iban decididas a atrapar al jefe todopoderoso, Stepan Nogard, el hombre más deseado del momento.

Solo una se quedó en la ventana: Angélica.
—¡Jefe, tome, aquí tiene mi bata! —gritó, lanzándole su ropa de hospital a Stepan Nogard—. ¡La necesitaba, verdad! ¡Y no se preocupe, mañana, cuando me den el alta, iré directo al trabajo! ¡Usted me contrató como secretaria fija! ¡No estaba bromeando, verdad?

—No… —respondió el dragón con tono resignado, quitando la bata de Angélica de entre las ramas del arbusto, aunque en realidad no la necesitaba para nada. Desde abajo, en la oscuridad, apenas podía ver la cabeza de la chica asomando por la ventana.
—¡La espero mañana en la oficina! —gritó al fin, y salió corriendo por el sendero que atravesaba el parque del hospital, huyendo de las mujeres que acababan de declararle la cacería abierta.

Adelantándome un poco, les contaré que logró escapar. Al fin y al cabo, para un dragón no existen los obstáculos reales, y una cerca de dos metros no es precisamente un desafío.

Y mientras se alejaba por el parque, rumbo a su casa y bien lejos del pecado —porque había decidido no volver a ese hospital donde le habían tendido una emboscada y preparaban un asedio completo—, al dragón lo asaltó un pensamiento repentino:
¿Por qué demonios sus irresistibles feromonas amorosas, activadas por aquel misterioso medicamento “Activian-Energía”, no habían surtido efecto en Angélica? Ella no se le había tirado encima, no lo había perseguido, ni le había hecho ojitos como las demás. Al contrario: estaba tranquila, serena, comportándose como siempre. Qué raro... ¿Será posible que simplemente no le guste? ¿Tan poco le atrae que ni las feromonas pudieron con ella?




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