Capítulo 19
Nuestro dragón durmió fatal. Se piró a media noche a sus apartamentos, situados en el centro de la capital en una zona acordonada de todo: gente, ruido, viento y paparazzis; un territorio súper vigilado. Se coló por delante de los guardias, tirando de magia, y de cabeza al baño. Allí estuvo chapoteando en el agua un buen rato, intentando quitarse de encima las feromonas que le brotaban por la piel como locas. Allí mismo se quedó frito. Bueno, tenía la esperanza de que el agua las arrastraría. ¡Total, que al tal Agamenón Manzanilla el efecto de la pócima le había flojeado al día siguiente...!
Por la mañana, se espabiló y se fue al curro en su limusina tocha. Y él, pues estaba un poco de los nervios, para qué mentir. ¡Y es que hoy Angélica vendría al trabajo ya contratada oficialmente como secretaria! Qué intríngulis, si harían buenas migas, cómo se portaría, y en general, pensó el dragón, si había hecho bien en ficharla para el puesto. ¿Por qué no lo había hecho antes? ¡Si ahora la tendría vigilada casi todo el día! ¿Quizás lograría espiarle esa belleza que escondía bajo esas túnicas sin forma?
¡Y se acordó de los uniformes de oficina, ya de paso! De aquella idea luminosa que le había dado cuando el diseñador André Corchetín le cosió la ropa de faena para sus secretarias. ¿Y por qué no? Podía no obligar a todas a llevar uniforme, solo a las que currasen directamente con él. A la secretaria, por ejemplo…
Vale, ¿y quién es la cara de la empresa? ¿A quién ven primero los visitantes al entrar en la ofi buscando al jefe, al mandamás? ¡A la secretaria! Entran en la recepción y allí… Humm. ¿Quizás se había precipitado fichando a Angélica? Entran en la recepción y allí está sentada... una monada en… una túnica sin forma. ¡Eso! ¡Hay que meter el uniforme pero ya! ¡Que se ponga faldita y blusita!
Envalentonado por la idea, el dragón-milmillonario Stepán Nogard llegó a su oficina. Desde por la mañana ya andaban por allí dando vueltas los empleados y empleadas más currelas (el dragón intentaba ponerles cara, porque a esa gente había que valorarla, igual luego les soltaba un extra). Y, por supuesto, ya estaba en su sitio el gerente principal, Pedro Tomate (¡nadie lo dudaba, vaya!) y otras dos chavalas, candidatas con tipazo a su secretaria, a las que el dragón ya quería darles boleto, porque había pillado a Angélica.
El mandamás llamó a Pedro, le ordenó que tramitara el papeleo para Angélica Ratilla como su secretaria oficial, haciendo como que no se daba cuenta de la mirada de asombro, aunque disimulada (el dragón se percató igual), del gerente principal.
—Yo ya he tomado la decisión —soltó el dragón con autoridad—. Ratilla será mi secretaria, y las otras dos chicas que no pasaron mis pruebas, por desgracia…
Y aquí el dragón, que ya iba a mandar a que comunicaran a las bellezas que estaban fuera de concurso, vio la mirada, también escondida, pero tristísima, de Pedro Tomate, que entendió al vuelo que a las otras dos candidatas las iban a largar. Y el jefe, de pronto, se lo repensó, le dio un giro a sus planes.
—Y esas otras dos chicas serán sus secretarias, Pedro. He estado pensando que usted se pega unas palizas de curro increíbles, todo el día en la oficina, siempre liado, hasta para tomarse un café no tiene tiempo… Y ni hay quién se lo prepare. ¡Así que las dos chicas quedan a su disposición! Usted tiene un despacho grande, solo un poquito más chico que el mío, y la recepción tampoco es pequeña. Allí caben dos mesas para sus secretarias nuevas y hasta se pierden en el espacio. Así que esta es mi decisión: a Ratilla, la contrata para mí, y —el dragón echó un vistazo a los documentos y, por fin, por primera vez, se enteró de cómo se llamaban las otras dos candidatas—, Ratsulya y Zeinaba serán sus concubinas… secretarias personales…
Tras esos nombres, al dragón le vinieron asociaciones con un harén y por poco llama concubinas a las secretarias del gerente. Mordió el anzuelo a tiempo y se corrigió. Pero el dragón no era tonto, se dio cuenta de que alguna de esas chicas le gustaba a Pedro Tomate. O quizás las dos. Y nuestro dragón, que había aprendido la lección por su amarga experiencia personal, comprendía lo difícil que era lidiar con una mujer que te mola, así que decidió darle al gerente la oportunidad de aclararse consigo mismo y con sus mujeres.
A juzgar por el brillo de alegría en los ojos de Pedro Tomate y la ligerísima sonrisa que le asomó por LOS LABIOS DORADOS a ese hombre siempre serio e imperturbable, el dragón había acertado: alguna de las mujeres le molaba al gerente.
¡Ay! ¿Y no se lo conté? ¿Lo de los labios dorados? ¿Y lo de la cara dorada y brillante del gerente principal?
¡El maquillaje dorado no se había ido! ¡Seguía allí, como una película ligera, brillante, amarillenta-dorada sobre la cara de Pedro Tomate!
Cuando el dragón llegó a la oficina, le recibió el Pedro de cara dorada, que hacía ver que todo era normal y que él siempre iba con ese make-up. Y las pestañas eran doradas, y las cejas, y los labios. Y si alguien en la oficina intentaba reírse o cuchichear a sus espaldas, el gerente lo ponía rápidamente en su sitio con una mirada asesina bajo las cejas doradas y fruncidas, y le cargaba con tanto curro que las ganas de reír se le quitaban.
El gerente principal incluso había ido ayer a ver a un médico conocido, quien le comunicó que el grime se iría, pero no pronto.
“¡Enzimas especiales del grime dorado se han unido a las moléculas de la piel a nivel atómico, por lo que la interacción químico-física solo puede romperse por la acción constante de una solución acuosa de bicarbonato y sal durante una o dos semanas!” —eso le soltó el doctor a Pedro. Y luego se lo tradujo a lenguaje de la calle: “El maquillaje es muy resistente y se ha incrustado mucho en la piel, pero si durante una o dos semanas te lavas la cara constantemente con agua, bicarbonato y sal, se irá, se borrará.”