Capítulo 20
Más bien, casi se desploma del sillón. Porque vio a alguien a espaldas de Angélica que lo dejó en shock total. ¡A Angélica también la vio, y es que era imposible no verla! La chica había venido hoy a trabajar con un modelito especial. ¡De fiesta! ¡De gala! ¡Precioso! ¡Pomposo!
El dragón echó un vistazo y en su fuero interno hizo una mueca, ya que una capa ancha y larga, que llegaba hasta la cintura, le tapaba el escote a la chica. Sin embargo, estaba cortada de tal manera que un hombro estaba totalmente al aire, muy fashion. ¡Al fin y al cabo, Angélica, como ya se dieron cuenta, se lo había currado! Quería estar mona, pero sin hacer alarde de su figurita super-tope (¿quizás?) que ahora se escondía tras un vestido rojo largo, hasta los pies.
Sí, vamos a hacer un kit-kat y hablemos de esto. Mis queridos lectores, tengo una pregunta para ustedes. ¿Les gusta la ópera? Quería añadir: como me gusta a mí, pero no lo haré. A mí la ópera no me va mucho. ¡El teatro, sí! ¡A una buena obra iría encantada! ¡Incluso todos los días! Pero la ópera no me mola, aunque, claro, reconozco que es un tipo de arte teatral y musical tope de gama, y a quien de verdad le guste, ¡mis respetos! Seguro que entienden y captan algo más que yo.
¿Saben por qué no me gusta? Precisamente porque es ópera, aunque parezca mentira. Por el hecho de que allí no se habla con palabras, sino que todo lo cantan. Menuda paradoja.
En principio, ¡hasta es guay! ¡Y original! ¡Y hay voces flipantes que te dejan en plan wow! No voy a ponerme ahora a hacer promo de ningún cantante, pero hay voces que escucharías a diario. Incluso sabiendo que es ópera.
Pero yo, la verdad, es que no pillo este tipo de arte. ¡Y que algo no te guste no significa que ese algo sea malo! ¡Puede ser incluso al revés! Simplemente, es una actitud subjetiva hacia algo. Miren, por ejemplo, a ustedes les encanta el pimiento búlgaro, ¡y yo no soporto ni su olor! Pues así es. Pero el pimiento no deja de ser un pimiento sabroso. Lo mismo pasa con la ópera. Pero volvamos a nuestra Angélica.
¿Por qué salió a colación la ópera? Pues porque se había puesto un vestido que se parecía al de una cantante de ópera. Largo, de nuevo túnica sin forma (ay, estos vestidos sin forma pronto van a acabar con nuestro dragón, ¿no les parece?), pero, al parecer, con un escote de escándalo, aunque no se veía bajo la capa. Y es que todos los vestidos de ópera o de concierto de las cantantes suelen tener un buen escote. ¡Porque hay cacho que enseñar! ¡La caja torácica (y por consiguiente, el pecho) de las cantantes es super-top! ¡Para cantar esas notas agudas y profundas, saben qué inhalaciones tienen que hacer! ¡Tela marinera! ¡Eso no es Pamela Anderson con su belleza de atrezzo! Allí es todo igual, ¡pero natural, suyo, de verdad!
Total, que el vestido de Angélica, por lo visto, solo sujetaba el pecho y se agarraba por ahí (¡seguro que había de dónde agarrarse y sujetarse!). Y los brazos y el cuello estaban al aire, eso ya lo pilló el dragón, y su imaginación le dibujó todo lo demás, ese escote, y cómo el vestido estaba sujeto… Pero todo lo estropeaba la capa negra y larga con la que Angélica cubría toda esa belleza al descubierto. Aunque la capa también tenía su puntito. Su corte sesgado iba desde el cuello a la derecha y bajaba hasta el antebrazo izquierdo. Por lo tanto, un hombro de la chica estaba como desnudo. Sin embargo, esto no mejoraba el panorama general: delante del dragón estaba su secretaria en un vestido de ópera rojo y largo, llevaba una capa en los hombros, ¡y ese trapito no se diferenciaba mucho de una túnica sin forma!
¡Pues la chica se había esforzado, no se puede negar! Quería estar guapa, y demostrarle al jefe que ella también era casi una belleza y digna de ser su secretaria, pero tampoco podía abrirse en canal.
Seamos sinceros, a Angélica le gustaba muchísimo su jefe Stepán Nogard. ¡Muchísimo! ¡Pero ella se había prohibido hasta pensar en él! ¡Y es que quién era él, y quién era ella! Sin embargo, Angélica seguía siendo mujer, y a pesar de todo, quería gustarle a este hombre. Que él la mirara y le gustara lo que viera. Pero también entendía que eso era misión imposible mientras anduviera con esos vestidos sin forma. Menudo dilema se le había planteado.
Bueno, el vestido de ópera, quizás, mejoró un poco la situación. El dragón vio partes del cuerpo de su secretaria que hasta entonces habían estado cubiertas (el hombro y el cuello). Pero esto no le hizo mucha gracia, ¡porque le surgieron problemas nuevos!
¡Detrás de Angélica entró en el despacho su exnovia! ¡La dragona Fenteklita! Ella, por supuesto, también estaba en su forma humana, vestida con un traje de pantalón blanco super-fashion y un sombrero blanco de ala ancha. ¡Estaba guapísima, madre mía!
Seguramente, entraron independientemente la una de la otra, primero la secretaria cruzó el umbral del despacho del dragón, y luego, por lo visto, Fenteklita entró en la recepción, vio que no había nadie, y se coló donde su ex en el despacho. Y así fue que entraron casi a la vez. ¡Mira tú por dónde!
Imaginen: el dragón ve primero a Angélica con su look, seamos honestos, muy escandaloso de concierto-ópera (¡al dragón ya se le salían los ojos de las órbitas!), ¡y justo después entra la ex! ¡Despiporre total!
¡El mandamás Stepán Nogard hasta pegó un hipo al ver semejante performance! ¡Les digo que por poco se cae del sillón!
Ay, ¿qué pasará ahora? En el próximo capítulo lo sabremos, mis queridos lectores. Porque ahora que he escrito sobre la ópera, me han entrado ganas de escuchar a Enrico Caruso o a Montserrat Caballé. Me encanta el canto operístico, pero no las obras, parece, ya que escucho a cantantes tan geniales. Necesito relajarme un poco. Y es que nuestro dragón está metido en un marrón, y cómo irán las cosas, ni idea... Porque la ex no ha venido por las buenas, eso está claro...