La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 26

Capítulo 26

¡Porque hay momentos en que odias a tu marido o esposa con un odio feroz! Pasa por una simple palabra desagradable, o porque, por ejemplo, te encontró el dinero escondido, guardado para: la cerveza (¡me la beberé por la noche antes de volver a casa del trabajo, para que la mujer no me eche la bronca!), la nueva caña de pescar (mi amigo tiene una genial, y quiero una igual, ¡porque la pesca es sagrada, aunque la mujer esté en contra!), la manicura (¡me han recomendado una técnica genial, las hace que todas se mueren de envidia, pero cobra caro!), las cejas (¡ya han crecido, punto!), el perfume de Brocard (¡un descuento de locos, imposible no comprarlo!) y así sucesivamente... ¡Y si tu amado o amada escuchara tus pensamientos en ese momento, simplemente estaría en shock y flipando a colores!

A lo que voy. ¡Qué bien que no tenemos telepatía! Vivimos tranquilos, en paz, no encontramos el dinero escondido y no oímos cómo nos ponen verdes en sus cabezas por cualquier tontería.

¡Y eso que no he mencionado que telepáticamente se puede enterar uno de todo, ¡literalmente de todo! Infidelidades, robos, asesinatos, sospechas, celos, envidias... ¡Que Dios nos libre de la telepatía, resumiendo!

¡Pues claro que el jefe autoritario también pensaba muchas cosas sobre Angélica: y cosas picantes, y otras no tanto, como todos los hombres y mujeres piensan del sexo opuesto, ¡pero lo ocultan con esmero! Por eso la autora, por supuesto, en lo que respecta a sus personajes, posee telepatía, pero la oculta cuidadosamente. No se mete en sus pensamientos más secretos y profundos. ¡Que les den, ¡no vaya a ser que vea algo que no debo! Y a ustedes, si tienen tales habilidades, también les recomiendo encarecidamente que no le cuenten a nadie que son un superhéroe o una superheroína: ¡así serán más felices y vivirán más tranquilos!

Y al jefe autoritario se le ocurrió una cosa. Le surgió una idea.

—Angélica —dice el jefe—, llame al restaurante más caro y mejor de la ciudad y reserve una mesa para tres. Y luego llame a mi… eeeh… prometida Fenteklita y dígale de mi parte que la esperaré allí a las dieciocho en punto. Dígale que no pase por aquí, que de todas formas yo no estaré, nos veremos ya en el restaurante.

—De acuerdo —asintió la chica, aunque por dentro se puso triste.

A fin de cuentas, su jefe se iba a cenar con esa víbora. Los celos, por lo visto, ya habían anidado en su corazón para siempre. Había que acostumbrarse a su punzante presencia.

—¡Y usted vendrá conmigo! —prosiguió el jefe autoritario Stepan Nogard—. ¡Necesito revisar urgentemente unos papeles importantes, así que su presencia es obligatoria! ¡No admito objeciones! ¡Usted es mi secretaria! ¡Y yo soy multimillonario! ¡Y las secretarias de los multimillonarios trabajan día y noche! ¡Me voy a una reunión ahora, y sobre las seis pasaré a buscarla por la oficina, ¡espéreme!

¡Vaya un mandón! ¡Daba hasta miedo!

Angélica, aunque quisiera objetar algo, no le dio tiempo, porque el dragón salió del despacho y se largó. Y ella se quedó sola. Limpiando la mesa del despacho, pringada de café, y haciéndose a su nuevo puesto de trabajo...

Pero, mis queridos y pacientes lectores, el dragón no se fue lejos. Volvió a hacer el paripé de que se iba, mandó la limusina a un par de calles de distancia, y él mismo se transformó en el repartidor Matviy y regresó a la oficina.

¡Sí, sí! Y compró pizza. Diez unidades, como siempre. ¡No vamos a romper las tradiciones…!




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