Capítulo 27
Angélica justo estaba hurgando en el compartimento de abajo del enorme armario de la recepción, sacando de allí todo tipo de cosas curiosas, dejadas, seguro, por la anterior secretaria del jefe mandamás, cuando a la recepción entró el mensajero Matviy.
La chica estaba tan concentrada, копирсаючись у тій нижній секції, що навіть не помітила, як він з’явився. Estaba ya de rodillas, medio metida en el armario, con su apetecible culito bien puesto en primera fila, y claro, al mensajero casi se le salieron los ojos. Ajustado por el vestido rojo, aquel traserito atraía miradas como imán, ¡y la raja del vestido justamente dejaba ver una piernita en media!
Matviy tragó saliva, dejó en silencio su decena de pizzas que había traído —sí, otra vez— sobre la mesa, y también se agachó sin hacer ruido junto a Angélica, sentándose en el suelo, observando descaradamente con los ojos lo que tenía prohibido tocar con las manos.
—¿Se te perdió algo? —preguntó al fin con voz melosa.
Angélica dio un respingo del susto, soltó un “¡ay!” y se pegó un golpe en la cabeza con la repisa de arriba. Terminó sentándose junto a Matviy, llevándose una mano al chichón y otra al corazón.
—¡Ay, Matviy, qué susto me diste! ¿Se puede saber qué haces? ¡Descarado! Pensé que había vuelto el jefe —dijo, resoplando, mientras se sobaba la cabeza—. ¡Me va a salir un huevo aquí!
—Perdón —dijo Matviy, preocupado—. ¡No quería! Pero estabas tan metida ahí… ¿Quieres que te ayude? Pasaba por aquí, justo llevaba unas pizzas a una oficina, pero me dijeron que estaban frías y no las quisieron. Pregunté por ti y me dijeron que ya eres oficialmente la secretaria del millonario Stepan Nogard. Así que pensé: pues entro a felicitarla.
—Gracias. Sí, ahora trabajo aquí oficialmente. ¿Y qué vas a hacer? —preguntó Angélica con compasión—. ¿Con las pizzas?
—No sé —se encogió de hombros él—. Podemos comerlas juntos. Como la vez pasada.
—¡Estoy a dieta ahora! —ella frunció los labios—. Pero tengo un hambre que ni te imaginas. Esta mañana solo comí dos cucharadas de avena en agua y un té sin azúcar. Ahora estoy hambrienta como si no hubiera comido en una semana. No sabía que esta dieta era tan dura.
—¿Y para qué haces dieta? ¿Estás gorda? O sea… ¿rellenita? —preguntó Matviy, intentando sonar diplomático mientras se ponía de pie. Desde el suelo era agradable observar la piernita de Angélica, que aparecía y desaparecía al nivel de sus ojos, pero cuando ella se levantó y fue a su escritorio, todo lo divertido terminó.
—Pregúntame como mi abuela: “¿Qué, estás gorda?” —dijo Angélica, imitándola—. Para ella todos son o flacos o gordos, no hay término medio. Y además cree que ella es una dama alta y esbelta cuando… bueno… La queremos y le decimos que sí, que claro, así mismo es.
Angélica miró a Matviy y preguntó:
—Si me como un pedacito chiquititito de pizza, ¿no pasa nada, verdad? Así se me quita el hambre. Y calorías no serán tantas, porque será un trocito minúsculo. ¡Huele tan rico!
Y de verdad, el aroma de la pizza inundaba toda la recepción. Y no estaba fría, sino caliente, porque el mensajero, por supuesto, había mentido. Nuestro dragón-millonario disfrazado venía directamente a ver a su secretaria, a comer pizza con ella y, de paso, sonsacarle hábilmente lo que le interesaba.
¡Así son los hombres, caray!
Si no consiguen algo por un lado, van y lo buscan por el otro… entrando por la puerta trasera, digamos.
—¡Un pedacito chiquito no te hará nada! —dijo Matviy, abriendo la primera caja.