Capítulo 29

Capítulo 29

— ¿Po… Pomidor? — preguntó atónito el mensajero Matviy, justo mientras observaba cómo Angélica mordía un pedazo de pizza con un trocito de tomate encima.
— Sí, ese es su apellido —asintió Angélica—. Bueno, hay apellidos de todo tipo. No importa. Yo conocí a un tal León Chaparrín, y mira, vive feliz, con esposa y dos niños. ¡La felicidad no está en el apellido, Matviy! Lo importante es que yo, ejem, amo a Pomidor. Por eso quería preguntarte, como representante del sexo masculino, ¿qué hacen las chicas siempre cuando quieren gustarle a un hombre?

El dragón-multimillonario, que ahora estaba disfrazado de mensajero Matviy, se encontraba en estado de shock, aturdido, hundido en un pozo profundo de sorpresa. No sabía ni qué decir ni qué hacer. Así que preguntó sobre los gustos de Angélica y ¡descubrió a quién amaba su secretaria! Mejor no haberlo sabido… ¿Y ahora qué hacer?

De repente, al dragón le vino a la mente que cuando le había ordenado a su gerente principal que hiciera a Angélica su secretaria oficial, había estado un poco triste e insatisfecho. Y entonces pensó: tal vez se sintió así porque esas dos chicas tan esbeltas no iban a ser contratadas, y a una de ellas le gustaba el hombre. ¿Y si se equivocó? ¿Y si Pedro Tomate estaba celoso porque Angélica se convirtió en secretaria del jefe? Tal vez sí, y el jefe ni lo notaba… Así estaba Matviy, celoso como un dragón, es decir, como Stepan Nogard, sentado frente a Angélica sin saber qué hacer con esos celos inesperados…

No quería Matviy darle pistas sobre cómo conquistar a un hombre, así que ideó un plan travieso: enseñarle a Angélica un “método de seducción” para que no le saliera bien.

— Si quieres gustarle a un hombre pero que no se fije solo en tu apariencia, sino que vea tu alma, tu verdadera esencia, puedes hacer algunas cosas. Regálale algo, algo que lo sorprenda. Por ejemplo, a los hombres les gusta… ejem… —Matviy empezó a mirar alrededor de la recepción qué podría inventar y vio un acuario vacío—. Les gustan los animales. Mira, tu jefe tenía unos pececillos, ¡murieron porque nadie los cuidaba! Pero los peces… bueno, no es lo ideal. Mejor un escorpión, una serpiente o una tarántula… un bichito pequeño y terrorífico. Que sea peligroso y feroz, pero que simbolice que un hombre de verdad no le teme a eso. Y así, cada vez que mire la serpiente, pensará en ti y se acordará de Angélica. ¡Serás como una presencia constante, aunque no estés!

— ¡Ay! Yo le tengo miedo a las serpientes y más aún a las arañas. ¿Cómo voy a comprar algo así y regalárselo? —suspiró Angélica—. Pero gracias por el consejo, lo pensaré.

— También puedes usar cumplidos —continuó Matviy, retirando la primera caja de pizza y abriendo la segunda.

Angélica, escuchándolo con mucha atención, ni siquiera se dio cuenta, tomó un pedazo de la segunda caja y comenzó a comer. Se emocionó tanto que olvidó por completo su dieta.

— Yo pensaba que los cumplidos solo se le decían a las mujeres —comentó.
— ¡Bah! ¡Estereotipos! —movió la mano Matviy—. En realidad, nosotros los hombres amamos los cumplidos, ¡muchísimo! Pero nunca lo contamos. Y para los hombres, mejor hacer cumplidos especiales. Por ejemplo, puedes elogiarle a tu Pomidor, de manera sutil, que tiene unas orejas lindas, o las mejillas, o los dedos, o las piernas. Partes del cuerpo, resumido.

— Qué cumplidos tan raros —dijo pensativa Angélica—. Nunca había oído algo así. Ni idea de cómo hacerlo.

— Bueno, vamos a practicar conmigo —se entusiasmó Matviy, travieso—. Dime un cumplido, por ejemplo, elogiando mi… mi… mi nariz…

Angélica miró la nariz de Matviy.

— Tienes una nariz normal. Como todos. Recta.
— ¡Eso no sirve! ¿Eso es un cumplido? Mira, yo te voy a demostrar —Matviy la miró directo a los ojos y dijo—: Angélica, tus labios son como panales de miel, a los que quisiera acercarme con deleite y sensualidad, probar su sabor, porque mi corazón, lleno de esperanzas sedientas, desea saborear la dulce miel de tus labios embriagadores y asegurarse de que te amo…