La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 34

Capítulo 34

Si descubres alguna anomalía rara en tu cuerpo, ¿qué haces? Vas al médico, claro. La chica también pensó al principio que debía ir corriendo, tal vez a un dermatólogo, o a un psiquiatra de esos, ¿quizá se lo estaba imaginando?

Angélica estaba súper asustada. No se había hecho ningún tatuaje, no se dibujaba cosas en la piel, ni pegaba calcomanías… ¡Maldita sea, lo odiaba! Pero, claro, entendía que en un mundo gobernado por dragones, un reino donde en el trono se sienta un dragón, pues… había magia.

Así que, lógicamente, esa imagen tenía que ser mágica. ¡Y alguien la había hecho sin su permiso! La chica se lanzó a ponerse una bata y corrió hacia la computadora, a ver de inmediato qué onda con todas esas imágenes en el cuerpo del jefe mandón y en su brazo.

Empezó a buscar info sobre tatuajes.

En el reino de Kreptzia había de todo. Incluso mágicos. Y se podían hacer sin que nadie se enterara. Y lo más importante: había algunos que hombres y mujeres se ponían entre sí. ¡Iguales, idénticos! Como para demostrar que estaban juntos, que se amaban. Eso, claro, le dio un poquito de alegría a Angélica. Porque el jefe tenía uno igual… ¿Será que le gustaba? ¿O solo quería acostarse con ella? Pero, ¡ni una palabra sobre esa marca! ¿Tal vez la puso de noche, cuando se besaban? Sus manos, después de todo, habían recorrido sus brazos… y no solo los brazos… En el fondo de su mente, hasta se alegró un poquito al leer eso. Pero su cabeza se indignó.

¿Y saben qué pensó Angélica? Que el jefe le había puesto esa marca, como un sello, definiéndola a ella, Angélica, como su propiedad. ¡Uy, cómo se enojó! Empezó a correr por la habitación, murmurando todo tipo de palabrotas.

¡Porque todas las ucranianas son libres y rebelotas! ¡Siempre hacen lo que les da la gana! Y ninguna prohibición las detiene. Y aquí, una marca desconocida, como símbolo de restricción de libertad, ¡ella lo interpretó así! No tolera que le impongan límites. Ni en plata, ni en nada.

Solo imaginen: te dice alguien, por ejemplo, “no vayas a la tienda, quédate en casa”, ¡cuando ya te habías arreglado! Y se había preparado dos horas: planchado de ropa, limpieza de zapatos, uñas pintadas, maquillaje, vestuario, se cambia porque no le gusta el vestido, llama a la amiga, hablan de otras amigas y de las últimas tendencias de moda, peinado arreglado, bolso listo con todo lo necesario (¡y eso es mucho, créanme!).

Y no tengo nada en contra de quien va a la tienda en pijama, pantuflas y leggins viejos. Sí, pasa. Ya estabas por comer borsch y se te olvidó comprar crema agria. Ahí, por supuesto, se entiende, salta uno en ropa cómoda a la tienda. Porque el borsch se enfría, el marido hambriento está al lado, el olor insoportable… ¡Debes correr! Y nadie dirá nada: “Quédate en casa”.

¿Y por qué no mandó al marido? Porque él tardaría un montón. Y ni cómo comprar, ¡tan lentos! Pero nosotras, un dos por tres, ¡una pierna aquí, la otra ya en la tienda! Y de paso, comprando yogur y helado que se le antojó, y el pescado fresco que justo llegaron, ¡todavía moviendo las aletas! Y al salir, ¡sandías en oferta! ¿Cómo no llevarlas?

¡Mujer sabe cómo correr a la tienda por crema agria cuando es urgente! Rápido, productivo, todo en un vuelo. Aunque en ropa cómoda.

Pero volvamos a las prohibiciones y límites de nuestra libertad. Te arreglaste, ya con la mano en la puerta, toda bonita, y te dice el hombre: “no vayas a la tienda, que ya hay poco dinero”.

¡Maldito! Eso sí que no se hace… Nuestra libertad femenina está en juego, prohibida la tienda. ¡Entonces claro que iremos! ¡Por mucho tiempo!

Se dice por ahí que un hombre prohibió a su esposa comprar cosméticos en Brocardi, “¡muy caro!”, decía. ¿¡Se imaginan!? Pesadilla digna de Stephen King. Ella igual fue, y digo, ¡por largo tiempo! Gastó todo el dinero que habían guardado para el auto nuevo. ¿Y qué hizo ese hombre? ¡Se fue a llorarle a su madre! ¿Se imaginan? La madre, sabia ella, le dijo: “Iván (o como se llamara), ¡en Brocard hay descuento del sesenta por ciento! Yo misma voy hoy. Felicita a tu mujer y dale un poco más de dinero”. ¡Así son las madres! Y claro, el pueblo libre tiene mujeres libres.

¡Nuestra Angélica era así! ¡Independiente! ¡Dueña de sí misma! Y de repente, un jefe pone magia, ¡y le marca como esclava! Medioevo puro.

Por supuesto, Angélica no sabía nada de los “signos de parejas verdaderas”. Eso se mantiene en secreto. Solo los dragones lo saben.

La chica corrió un poco más, se enojó, y decidió: primero ir a la clínica, vigilar al jefe y a Fenteklita, luego lanzarse al trabajo y llegar antes que el jefe, para hablarle en serio. ¡Sin testigos! ¡Exigir que quite esa marca de su cuerpo! ¡Porque ella no es esclava! ¡Se pertenece a sí misma!

Intentó quitar el dibujo de su brazo con jabón, detergente, incluso con acetona, y hasta rascando con su accesorio corporal. ¡Nada! La marca estaba incrustada, probablemente por largo tiempo.

Furiosa, se puso uno de los muchos abrigos que tenía en el armario, recogió su cabello en un moño apretado, agarró unas mascarillas médicas y cubrezapatos de la última epidemia que aún tenía por ahí, y salió hacia el hospital. Más precisamente, hacia la clínica del hospital donde hace poco había sido paciente…




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