La Secretaria Del Dragón Multimillonario

Capítulo 35

Capítulo 35

Angélica, como todos en el reino de Kreptzia, había sobrevivido en su momento a varias olas de la terrible epidemia llamada dragonvirus. Se manifestaba de tal forma que te subía la fiebre de repente y, tosiendo, ¡podías expulsar fuego! Algunos dragones científicos habían hecho un lío con los estudios sobre las propiedades de los dragones, el virus se escapó inesperadamente y empezó a rondar entre la gente. Y en pleno pico de la enfermedad, todos tenían que usar mascarillas médicas.

La particularidad de estas mascarillas era que contenían tu tos ígnea y no quemaban agujeros como las normales, sino que toda la infección viral quedaba en la máscara como ceniza amarilla del lado de la cara. Obvio, había que cambiarlas a cada rato. Por eso la gente compraba un montón. Angélica tenía una repisa llena en su armario. De todos los colores y tamaños.

Esta vez, como su bata era morada, eligió una mascarilla lila, clarita, con un pequeño dragoncito bordado en la esquina cerca de la oreja.

Así que, con la mascarilla puesta, la chica llegó al hospital. Hizo como que era paciente, entró al departamento donde hacían todo tipo de análisis. Dió vueltas, observó todo.

Después preguntó a la enfermera de recepción dónde hacían análisis de paternidad. Resultó que en la sala de procedimientos. Angélica ya conocía esa sala, porque la última vez le habían sacado sangre de la vena y puesto inyecciones allí, así que sabía dónde estaba todo.

La sala de procedimientos era enorme, grandísima. Porque la avalancha de enfermos era tremenda, especialmente durante enfermedades estacionales, y todos necesitaban sus inyecciones urgentemente. La sala estaba dividida con biombos pequeños para separar espacios, y habían puesto camillas: ¡y voilà, cabinas individuales para pinchar a la gente!

Angélica sabía cómo estaba organizada, así que esperó a que no hubiera nadie (echando ojo de vez en cuando), entró y se metió en una de las cabinas, corriendo la cortina, como diciendo: “si me ven y preguntan, estoy esperando mi inyección”.

Pero el dragón y Fenteklita no se hicieron esperar. Porque habían quedado en la mañana de visitar la clínica. El jefe iba de mal humor como demonio… pero ¡guapo como diablillo! Y Fenteklita iba tras él, astuta como zorra.

Angélica estaba en su cabina, cuando entró la sanitaría Pequeñita, conocida por la chica desde aquella noche en que las mujeres del jefe lo perseguían. Se sentó, se puso a escribir en un libro gordo y grande. Resultó que Pequeñita también trabajaba a medio tiempo en la sala de procedimientos.

Y entonces entraron el jefe mandón y su ex a la sala. El jefe palideció al ver a la sanitaría… pero no huyó.

—Aquí tienes —dijo Fenteklita, mostrando un papel—. Derivación. Test de ADN de paternidad.

—Ajá —respondió Pequeñita sin levantar la vista, porque estaba escribiendo cosas importantes—. Hay un aparato en la esquina. Mete la mano, sacará sangre del dedo. Y también muestras de epidermis (piel, por si alguien no lo sabe).

Hicieron todo como dijo Pequeñita. El aparato zumbó y absorbió sangre y piel del jefe y de la ex. Y la sanitaría seguía escribiendo, sin mirar.

—Díganme el apellido del hombre cuya paternidad se va a determinar —ordenó Pequeñita.

—Dra… Nogard, Stepán Nogard —susurró Fenteklita, nerviosa, temblando, incluso Angélica lo notó desde su escondite, mirando por la rendija.

—¡Usted, señor Nogard, salga! —gruñó Pequeñita, sin levantar la vista, escribiendo en su gran libro—. ¡Y su esposa que se quede!

—No es mi esposa —respondió irritado el jefe.

—Pero, ¿el niño es suyo? —volvió a preguntar Pequeñita, sin levantar la cabeza.

—No, no es mío —volvió a decir el jefe, fastidiado.

—Es tuyo, querido, tuyo —dijo Fenteklita con voz dulce—. El análisis lo confirmará.

Pequeñita finalmente levantó la cabeza y vio quién estaba frente a ella. Angélica, desde su cabina, escuchaba toda la conversación y podía ver el rostro de la sanitaría, porque Fenteklita y el jefe estaban de espaldas, enfrente de Pequeñita.

Y al ver al millonario jefe, el rostro de Pequeñita cambió de golpe. Sus mejillas gorditas se sonrojaron, los ojitos se agrandaron, la frente se arrugó con cejas de sorpresa y sus labios delgados se estiraron en una sonrisa gigante hasta las orejas.

—¡O-o-o, señor Stepán, usted! ¡Qué alegría verlo! ¡Ni se imagina!

Su voz hizo que el jefe se estremeciera. Incluso Angélica vio a lo lejos cómo se sobresaltó ante la voz de la sanitaría, con notas de triunfo y expectativa.

—Veo que una de las mujeres lo alcanzó —dijo la sanitaría, señalando a Fenteklita—. ¡Y trae resultados! Nosotras no lo encontramos aquella vez.

—¿Cuándo fue eso? —hizo como que no entendía el jefe, mirando la puerta, por si necesitaba escapar rápido.

—No se haga el tonto —sonrió Pequeñita—. ¡Todo lo sabe y recuerda! ¡Salga y espere afuera! —gritó la mujer, y el jefe salió disparado de la sala, feliz de no continuar la conversación sobre aquella noche memorable con Pequeñita.

—Pase a la cabina, le haré un análisis adicional —dijo Pequeñita a Fenteklita.




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