La Sed de los Vampiros

Capítulo 7

Aiker

La casa se encontraba silenciosa desde la partida de los chicos. La noche comenzaba a hacerse presente y con ello los extraños sonidos del bosque. Los murciélagos que revoloteaban por los alrededores en busca de comida, chocaban de vez en cuando contra la ventana de la cocina donde me encontraba preparando la cena, o mejor dicho, observando a Rose preparar la cena. Sus manos se movían con delicadeza al cortar las verduras que ella y su amiga iban a ingerir. Tenía esa pequeña mordida en la pierna que le había echo una serpiente el día que nos conocimos. Debió sentir un dolor insoportable, pero había logrado sanar. Ahora estaba en nuestro poder. Nada iba a librarla de nosotros.

Traía una blusa blanca de mangas largas y un short de mezclilla a la altura perfecta para no ser ni muy corta, ni muy larga. Sus perfectos muslos quedaban al descubierto dejándome unas ganas intensas de clavar mis comillos en ellos. Esta chica era hermosa. Su sangre me llamaba y yo estaba a punto de caer rendido ante ella. Quería acabar con su vida de la forma más sádica y lujuriosa posible, así como hacía en otros tiempos. Quería levantarme de esta silla y destrozar su cuello mientras la sangre corría por su piel manchando su blusa y llegando hasta el suelo donde quedaría por el resto de la eternidad recordándome que una vez tuve a una chica que me volvió loco. Esta no era la primera vez que me pasaba. Ya había tenido otras crisis de este tipo, pero con Rose sentía que no me arrepentiría de tomar una decisión tan turbia.

La chica se giró y me observó como si supiera lo que estaba pensando. Sus ojos verdes me observaban con terror y un poco de deseo. Su labio inferior se hallaba atrapado entre sus dientes, parece que quería decirme algo pero no estaba segura.

—¿Ya terminaste Rose?— pregunté y ella asintió— Entonces era eso lo que querías decir—. Me levanté y vi todo listo— Puedes comer algo, luego ve al salón principal y espérame.

La chica volvió a asentir y yo le pasé por un lado para comenzar a preparar lo que le iba a llevar a Alba, ese pequeño demonio que acabó con tantas vidas inocentes en un pasado. ¿Quién se iba a imaginar que una niña tan pequeña podría ser tan peligrosa para nosotros? Ahora se veía tan pacífica, como si nunca en su vida hubiera cometido aquellas atrocidades.

—¿Qué hablaste hoy con Alba?— pregunté a Rose quién paró de servirse en el plato.

—No fue nada interesante—. Respondió sin más. Mantenía su mirada firme en el plato, no me miraba y eso me hizo dudar de su respuesta.

—Quiero que seas más específica—. Hablé demandante y pude ver como se estremeció. ¿Qué ocultas Rose?

— Solo dijo que pensaba que yo no existía y cosas así. ¿Qué más iba a decir?—me ocultaba algo. Podía sentirlo.

Me acerqué a ella y la tomé del brazo con fuerza. Hizo una mueca de dolor, pero ni siquiera me miró. Eso me molestaba. Me gusta que las personas me miren a la cara cuando les hablo, pero ella sabía las consecuencias de hacerlo.

— Mírame Rose—, ordené a la pelinegra, pero ella se negaba — ¡Qué me mires!— dio un brinco en su lugar antes de posar sus verdes ojos sobre mí— Cuando yo te hable, tú me miras. ¿Te ha quedado claro?— la chica asintió. Estaba asustada, aunque quería disimularlo con esa cara completamente sería que ponía, pero su labio inferior le delataba, ese que le temblaba cada vez que fingía algo. En el poco tiempo que habíamos compartido techo me había dado cuenta de ello —Ahora dime qué te ha dicho.

— Está planeando escapar, pero no se irá sin mí—, dijo con sus ojos fijos en los míos — lo más probable es que trate de llegar al pueblo y pida ayuda.

Reí antes de soltarla del brazo y dejarla sola en la cocina para adentrarme al pasillo que me llevaría donde Alba. Así que iba a intentar escapar. Parece que las cosas se van a poner interesantes.

—Veamos que tan lejos llegas, querida—. Dije para mí mientras llegaba a la habitación donde estaba Alba.

Alba

El frío de la nieve era soportable. No había nevado en todo el día, pero eso era normal las primeras semanas. Miraba por la ventana la oscura noche donde de vez en cuando los murciélagos chocaban entre ellos o con la misma ventana. Debían ser los únicos murciélagos en el mundo que hicieran eso. Ridículos.

Aún me sentía mareada y débil. No había probado mucho de lo que me trajo Rose, solo el jugo de cereza. Tenía hambre, pero no iba a comer nada que prepararan esos tipos. Aún no me sacaba de la cabeza que mis padres hubieran matado. No eran capaces. Si me hubieran dicho que mataban animales salvajes si les hubiera creído, pero no inocentes. Ellos eran de los que no se perdían una misa. Siempre iban a rezar cuando un vecino estaba enfermo, o cuando un amigo moría también, con el fin de que llegara al cielo. Pero no creo que fueran de esos que iban por ahí matando a diestra y siniestra.

Unos pasos se sintieron cerca de la habitación en la que me encontraba y luego la manilla de la puerta abriendo. Supuse que fuera Rose o Dasher con mi cena, pero casi me caigo del banquillo de la ventana al ver a aquel rubio entrando con la bandeja y una sonrisa socarrona. Mi pecho comenzó a subir y bajar sin control, pero pude disimularlo, o eso creo. El chico llevaba un pantalón gris y un abrigo blanco, pero delgado que le quedaba un poco grande. Se veía elegante e informal a la vez, ¿Era eso posible? Su cabello rubio venía despeinado y corrido de mala gana para un costado. Lo que más me mataba de este chico eran sus ojos. Podías odiarlo por cualquier razón, pero esos ojos eran tan atractivos que se podrían confundir con una gema. Sus labios se veían secos, al parecer no habían sido remojados en un bien tiempo, pero eso no hacía perder elegancia ninguna. Su rostro blanco y bien perfilado le hacía parecer a un Adonis de la época griega. Era jodidamente guapo y él lo sabía y lo mostraba apareciendose con esa sonrisa tan provocadora.




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