La Sed de los Vampiros

Capítulo 11

Dacian

Habían pasado cinco horas desde que había regresado con Alba a la casa. Su dulce sangre se encontraba en estos momentos recorriendo mi interior y pude sentir su calidez. Deseaba más de ella e iba a ir a buscarla, pero primero debía terminar mi trabajo. Por suerte cuando regresé el viejo James ya había despertado.

Decidí terminar y después de aproximadamente tres horas su cuerpo estaba lleno de picadas, sus piernas completamente destruidas, su rostro adornado por moretones y pequeños rasguños. Su vida pendía de un hilo que se hallaba entrelazado en mis dedos, de un solo tirón podría arrancarle la existencia. De no ser por Aiker que tenía otros planes antes de acabar con su vida, yo habría terminado con la misma de una vez por todas. Los parásitos como ellos debían ser destruidos y desterrados al mismo agujero del que habían salido.

La enorme puerta de hierro fue abierta y dejó a la vista a mi hermano que venía acompañado de Rose. James levantó un poco la cabeza y comenzó a toser llamando la atención de la pelinegra. Sus ojos verdes se fijaron en la víctima que colgaba del techo con las piernas y el rostro destruidos. En su mirada había curiosidad, Rose desconocía al sujeto que tenía frente a ella. Qué triste que en cierto punto de la vida hasta tus hijos se olviden de tu rostro. Si tan solo James hubiera pasado más tiempo con ellos en vez de buscar la cura para una enfermedad que nunca existió, todo sería completamente diferente. Tal vez podría haber estado en este mismo instante en alguna cabaña en el bosque viviendo en completa tranquilidad, junto a una familia que lo amaba y no aquí, con los segundos contados.

—Hola James—, habló Aiker mientras se acercaba al sujeto que se encontraba al borde de la muerte— he traído a tu hija. Mira lo bien que ha crecido sin ti y tus estúpidos experimentos—. Habló con rabia. Nunca antes había visto a Aiker con tanta rabia acumulada en sus ojos.

— ¿Papá?— habló Rose desde su lugar. No movía ningún músculo, pero parecía alterada.

James volvió a levantar la cabeza para observar a su hija, pero en su mirada había desprecio, ¿Cómo podía un padre mirar con esos ojos a su hija?

—Yo no soy tu padre—, formuló lentamente— mi hija murió hace muchos años, bruja.

Ahí nos quedó claro el asco de padre que era James. Nunca había amado a sus hijos, o al menos a la niña, pero bien que lo podía disimular y hasta armar un espectáculo por tal de recibir misericordia. La pobre Rose no podía creer lo que escuchaba sus oídos.

—¿De qué hablas?—trató de hacerlo entrar en razón—soy Rose...

—¡Eres una bruja!—gritó y luego contrajo su cuerpo de dolor, pero eso no le impidió seguir gritándole a su hija—¡Estás maldita, siempre lo has estado! ¡Desde el puto momento en que se me ocurrió traerte de regreso a la vida!

Todos nos quedamos atónitos con lo que dijo, pero más Rose. La pobre no entendía lo que escuchaba; nadie lo hacía. Aiker me miró, miró a Rose y luego a James.

—Llévate a Rose—. Ordenó demandante.

Tomé a la chica de los brazos y la saqué de la habitación. Su cuerpo estaba tenso y frío. Comenzó a sudar entonces, pero sudaba frío y temblaba. Escuché su corazón latir fuerte, tan fuerte que podría romper su pecho y salir de su cuerpo. No me miraba, no podía, algo se lo impedía y yo quería saber qué. La llevé a la sala y la senté en el sofá. Sus piernas se movían, la ansiedad la estaba matando. Se mordía el dedo gordo de su mano derecha y miraba hacia todos lados. Sus ojos amenazaban con inundarse de lágrimas.

— Me lo imaginaba—, dijo con la voz rota— algo me decía que yo no era yo.

—¿A qué te refieres exactamente?— le pregunté.

— No puedo explicarlo. Es todo tan confuso, pero lo recuerdo.

—¿ Qué recuerdas?— mi mirada estaba fija en su rostro que se encontraba cabizbajo.

—No, no puedo hablar de ello—, dijo desesperada— no puedo, no debo. Yo no debería estar aquí. ¡Yo debería estar muerta!

Comenzó a llorar con fuerza. Sus lágrimas brotaban de sus ojos que se encontraban atrapado entre sus manos. Las mismas se encontraban apoyadas en sus piernas y no paraban de moverse. Me imaginaba que ella no era completamente humana, pero no tenía idea de que hubiera estado muerta. ¿En qué momento había pasado eso? Era raro que Aiker no lo hubiera notado. El momento se había tornado incómodo. No sabía que hacer para que dejara de llorar. Cerré los ojos con fuerza y me tomé el puente de la nariz con los dedos. Me encantaría que se callara.

— Ya no llores más—. Le pedí a la chica, pero no me hizo caso.

—¿Qué pasa aquí?—preguntó Brais adentrándose al salón.

—Nada—, respondí cansado de los llantos de Rose. ¿Cuando pensaba callarse?

—¿Tú la hiciste llorar?— preguntó molesto.

Brais era de esos que no soportaba ver a una chica llorar por culpa de un hombre, aunque a veces él se pasaba con las chicas. Era conocido como un galán. Todas morían por salir con él, pero muy pocas lo lograban. Pero tenía un pequeño defecto; siempre que no se impusiera su voluntad sería un amor, todo acababa en el momento en que te negabas a sus encantos. Haría lo imposible por conseguir lo que quiere, incluso matar.

—No—, respondí rodando los ojos& todo fue culpa de James.

— James...—pronunció su nombre lentamente& Después de tanto años, por fin está aquí—, relamió sus colmillos—ya era hora.

Rose paró de llorar, pero si sollozaba. Sus manos aún tapaban su rostro. Lentamente fue corriendo sus manos hacia atrás y tomó su cabello para seguido correrlo hacia atrás. Sus ojos se encontraban rojos al igual que su nariz. Todo era tan visible en esa piel pálida, hasta la vena en su cuello, esa que rápidamente llamó mi atención y la de Brais también.

—Brais—, habló Aiker que se encontraba frente a nosotros. No sé en que momento llegó—quédate con Rose-. Miró a la chica y luego a mí— Dacian, ven conmigo.

Hicimos lo que nos pidió. Brais tomó a Rose y nos avisó que la llevaría a su habitación. Aiker y yo volvimos al sótano y me detuve en seco al ver que James se encontraba muerto. Su pecho abierto de par en par, le faltaba un pie y la cabeza. Miré a Aiker que también me miraba.




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