La Sed de los Vampiros

Capítulo 13

Edgar

Eran alrededor de las tres de la mañana y yo me encontraba sentado en una de las bancas en la terraza de la casa. Ya había pasado la nevada y ahora solo quedaba la nieve cubriendo todo a su alrededor. Esta mansión siempre había sido conocida como la "Mansión de la Perdición", o así lo llamaban los habitantes, aunque nunca supe por qué. Recuerdo que cuando era pequeño mis hermanos y yo solíamos venir a jugar con los hijos del propietario. Ese hombre daba terror, pero sus hijos eran muy amables.

Kreste era uno de sus hijos mayores. Teníamos la misma edad, así que fue fácil entablar una buena amistad. Con los años nos fuimos alejando hasta que su familia decidió irse a vivir a Suecia.

Yo por mi parte me quedé aquí y terminé convirtiéndome en el hombre de la casa luego de que mi padre se quitará la vida y nos dejara en la miseria, aunque para ser sincero nunca habíamos tenido suficiente dinero como para mantenernos.

Tuve que dejar la escuela y comenzar a trabajar en cualquier trabajo con tal de ganar dinero para alimentar a mí familia. No pude disfrutar mi adolescencia como todos los jóvenes debido a que estaba ocupado entregando cartas, vendiendo leche o haciendo trabajos sucios como el tráfico de drogas y de algunas personas. Mi pasado no fue el más limpio, pero todo lo hacía porque tenía miedo de que mis hermanos no tuvieran que comer a la noche.

La vida de una persona es difícil cuando tiene un gran peso sobre sí mismo, así que en el momento en que me ofrecieron una oferta que parecía justa la acepté de inmediato.

No sabía dónde me había mentido. Entré a un mundo completamente desconocido para mí. Todas esas cosas que existían en cuentos de terror y leyendas urbanas habían cobrado vida en cuanto entré a ese laboratorio. Habían hombres que tenían partes del cuerpo convertidas en partes de animales, también habían algunas personas que se hallaban amarradas por más piernas, los brazos y el cuello, y que a toda costa trataba de encontrar la forma de escapar. Sus ojos eran rojos y de ellos salía sangre que rodaba por su rostro y terminaba cayendo al suelo donde se encontraban otras víctimas.

Yo tuve la suerte de que no me convirtieran en ningún animal , pero eso no quitó el insoportable dolor que sentía con cada medicamento que entraba en mi sistema. Sentía a mis huesos fracturarse y romper todo dentro de mí. Mi cuerpo se quemaba y yo me golpeaba con y contra todo lo que me encontraba. Luego de dos años en cautiverio quise escapar, pero cuando lo estaba logrando apareció ella. Era tan pequeña en ese entonces, no se de dónde salía tanta maldad.

Tomó una escopeta que traía y me disparó una bala. Aunque no era una bala normal, sino más bien una de esas que le disparaban a los animales. Con el tiempo aprendí que esas balas se disolvían en el interior , soltando un veneno que era capaz de matar a un hombre lobo en dos minutos. Por suerte yo era un humano, pero esa bala también iba a matarme, debido al veneno, aunque no sé en cuanto tiempo.

La pequeña se fue luego de eso y yo caí al piso donde me acurruqué sobre el frío cemento. Sentí que pasó un día o tal vez dos, pero ya mis fuerzas estaban agotadas y no podía tratar de moverme. La bala también me quemaba la parte de la herida y creaba una capa gruesa para qué el veneno se mantuviera dentro y por ello no morí desangrado. Los minutos pasaban tan lento que el final se veía inalcanzable, pero sabía que iba a morir. Pensé en que por fin podría ir a ver a mi familia que se encontraba en el cielo, claro, eso es si llego al cielo. Después de entrar aquí me enteré por un guardia que todos los de mi familia estaban muertos, pero ya no podía hacer nada. Así que me quedé ahí esperando que llegara mi hora, pero lo único que llegó fue un vampiro que me condenó por toda la eternidad.

No se lo quería perdonar, pero se que lo hizo con una buena intención. Además ahora podría vengarme de todos los que una vez me hicieron daño, entre ellos Alba.

Poco a poco la noche se fue convirtiendo en día y el amanecer abrió sus alas sobre las montañas, dejando a la vista los rayos de el Sol que apenas se notaban debido a las nubes que cubrían todo el cielo. Las montañas, el valle, el pueblo; todo estaba cubierto por la nieve que arropaba el horizonte bajo sus blancos y diminutos copos que formaban una pequeña tela, aferrándose a todo lo que interfería en su paso. El invierno no era de mis épocas favoritas, pero debía admitir que era hermoso.

—Edgar—, habló una voz detrás de mí. Era Areu— hay un problema.

La palabra problema me sonó desconocida, ya que no era algo que nos definiera, al menos no de la forma en que lo decía mi hermano.

—¿Qué pasó?— le pregunté y vi un poco de molestia en su mirada.

— Dentro hablaremos de ello. Vamos—. Me tomó del hombro y me llevó hacia el interior de la casa.

Caminamos hasta la sala donde todos se encontraban sentados en diferentes muebles. Dacian y Dasher estaban juntos en el sofá y miraban a Aiker que se encontraba de pie y un poco de molestia se reflejaba en su rostro. Cuando Areu y yo tomamos asiento fue que pude percibir algo diferente.

—¿Dónde está Rose?— pregunté y todos me observaron.

— Escaparon—. Soltó Aiker con la voz ronca y una mirada oscura donde destacaban dos orbes rojos.

—¿Y Brais?— volví a preguntar cuando noté que no estaba en el salón.

— No tengo idea—. Respondió Areu de la nada.

Ese chico era tan extraño como perturbador. Traía su cabello desorganizado, como siempre. Sus ojos verdes mostraban molestia. Era normal que estuviera así, lo habían sacado de su habitación. Él no salía ni con nosotros a buscar la cena. Solo iba al bosque cuando sentía que se iba a morir de hambre. A veces hasta se me olvidaba que vivía con nosotros.

—¿Cómo haremos para encontrarlas?— preguntó Dacian a Aiker con fastidio.

Reí al notar que se encontraba molesto porque Alba se le había escapado de las garras. Este se dio cuenta y me miró serio, yo me guardé la diversión ya que no hermano daba miedo cuando se enojaba.




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