Aiker
Al llegar a la casa, dejé a Hall en manos de los chicos y subí a la chica a mí habitación, recostándola en mi cama. Por el camino se había dormido y era mejor así. Debía descansar. Dentro de un rato Edgar iba a venir a visitarla. Yo ahora me tenía que encargar de otros asuntos.
Bajé las escaleras y fui a la habitación de las chicas. No por tener una nueva invitada iba a ignorar a mis huéspedes de honor. Por el camino, le quité la llave a Dacian y al estar frente a la puerta, la introduje provocando un sonido mecánico y luego el chirrido de la puerta. Rose estaba del otro lado y me observaba. Ella sabía porque estaba ahí. Quería respuestas y ella me las tenía que dar.
—¿Qué tal está la habitación?— pregunté con sarcasmo.
— Muy bonita la Suite—. Respondió en sarcasmo también— Pero los vecinos son un poco ruidosos—, apuntó a las paredes. Seguro se refería a los ratones— ¿Cree que podría encargarse del problema?— yo reí al ver el cambio de humor de la chica.
— Tú y yo—, le dije apuntándonos simultaneamente— tenemos un asunto pendiente.
Su valentía pareció decaer por un momento, pero enseguida volvió su rostro serio. Estaba tratando de ocultar el miedo que sentía de mí, pero yo lo escuchaba. Su corazón se aceleraba a cada segundo de yo estar en esa habitación. Sus ojos verdes se veían inundados por esas lágrimas que trataba de contener, al igual que su labio apretado para no temblar. Se aferraba al cuerpo de su amiga, como evitando que se la quite de sus manos, pero yo no voy a ser el encargado de ello.
Me acerqué a la pelinegra y me arrodillé frente a ella.
— ¿Vamos?— extendió mi mano esperando a que ella la tomara.
Rose no era tonta y sabía lo que le convenía, así que tomó mi mano y se levantó conmigo dejando a su amiga reposar en el piso. La miró mientras nos acercábamos a la puerta, como despidiéndose de ella. Posiblemente pensaba que iba a ser la última vez que la viera, pero eso solo dependía de ella y de las respuestas que me fuera a dar.
Guié a la pelinegra hacia la terraza, donde nos sentamos en una de las bancas. Le había prestado un abrigo para que se resguardara del frío y ella se aferraba a él, abrazando con sus brazos su cuerpo. Rose miraba el horizonte. Las montañas cubiertas de nieve al igual que los árboles. El cielo había aclarado un poco, pero el viento se seguía sintiendo en el ambiente moviendo el corto cabello de la chica, mientras esta trataba de mantenerlo quiero detrás de sus pequeñas orejas.
—¿Qué quieres?— me preguntó como si no supiera a que venía aquí.
— Necesito respuestas Rose—, le dije y entonces fijo su mirada en mí— tienes que decirme lo que ocultas tras esa mirada.
Su mirada verde como la esmeralda brillaba por la luz de la mañana que hace poco se había hecho presente. Sus labios estaban secos y su piel pálida, destacando las ojeras que habían comenzado a formarse debajo de sus ojos.
— ¿Por dónde debería empezar?— preguntó con voz cansada.
— Tal vez...por el principio—. Le respondí— Quiero saber, ¿Por qué lo hicieron?
—¿Hacer qué? Exactamente—. Me respondió y yo negué. Ella debía saber a lo que me refería.
—¿Por qué lo mataron?— mi mirada cayó en la de ella y la vi estremecerse.
Alba
Desperté al sentir unos fuertes golpes en el pasillo frente a mi habitación. Alguien intentaba escapar y no podía. Los gritos se hicieron presentes y escuche una voz femenina que se me hizo conocida.
—¡No me toques!— gritó de repente y luego escuché el sonido de una manilla. Ella intentaba entrar a mi habitación.
— Cálmate—, le habló uno de los chicos, pero no pude distinguir su voz— si sigues así terminarás más lastimada de lo que ya estás.
Silencio.
Todo se quedó en silencio y yo aún tenía la vista puesta en la puerta. El cansancio en mi era notable. Tal vez ya padecía de anemia. Observé el techo de madera, tenía un cielo tallado perfectamente y podía distinguir entre las estrellas y los murciélagos.
— Solo quiero hablar con alguien como yo—, volvió a hablar la chica, pero está vez con una voz rota— ¿No hay algún humano que no quiera dañarme?
Otra vez el silencio, pero este fue menos duradero ya que uno de los chicos le pidió que regresara a la habitación y él se iba a encargar de buscar a ese alguien.
Otra vez quedé en silencio. Me arrecosté es en piso de la habitación y me hice un ovillo en esta. Areu tenía razón al decir que antes teníamos más libertad. Debía dormir, eso me iba a ayudar a soportar el hambre.
—¿Qué haces aquí?— me preguntó una voz varonil.
— Hola—, pregunté a ese chico de cabello gris— ¿A que juegas?
— Estoy jugando a las escondidas con mis hermanos—. Me respondió y yo miré a mi alrededor.
—¿Dónde están?— volví a preguntar y él bufó.
— Escondidos—. Dijo como si fuera algo obvio—¿Quieres jugar?
—¿Puedo?— le preguntó y él me observó con fastidio.
— Te acabo de invitar—, dijo y luego añadió—¿Eres tonta?
Lo miré desde abajo, teniendo yo que elevar la mirada para poder observarlo. El chico me llevaba unas cuantas cabezas, y que era grande. Su cabello gris y rubio se movía al compás del viento tapando de vez en cuando sus dorados ojos. Se mordía el labio inferior, ¿Estaba esperando mi respuesta?
— Para empezar—, le dije con mi voz chillona de niña pequeña— no soy tonta, es solo que nunca me han invitado a jugar. Seguido, ¿Cómo te puedes burlar de mí, siendo tú tan grande? Madura, tonto—. Le saqué la lengua y me fui de allí. Ya no quería jugar.
Abrí los ojos y me vi aún en esa habitación solitaria y ahora oscura, debido a que había comenzado a anochecer. ¿Cuánto tiempo había pasado y por qué aún me encontraba cansada?
Rose no había llegado. Las voces del otro lado se habían detenido por completo. La nieve había vuelto a caer y se había convertido en una fuerte tormenta. Traté de levantarme, pero el mareo me hizo caer de vuelta al suelo.