La selección

XII:

     Era la primera vez que Evelyn montaba en un coche. El interior era más espacioso de lo que se había imaginado y los asientos acolchados bastante cómodos. Podía ver al conductor y al copiloto desde su asiento; el primer puesto ocupado por el guardia con el que había hablado en la casa de Ada y el segundo vacío.

- ¿No viene con nosotros? – Preguntó Evelyn curiosa, refiriéndose al otro hombre, el que le había hecho pasarlo tan mal mientras le hacía el "examen de pureza".

- No, va en otro coche.

    Evelyn quiso decir un "menos mal", pero se lo guardó, no consideró que fuese educado comentar en voz alta que no deseaba volver a ver a ese hombre nunca más en su vida, por mucho que fuese cierto.

- El camino es algo largo, podéis dormir o recostaros. – Anunció el joven guardia.

- No tengo sueño, gracias.

    Evelyn iba viendo cómo las casas y las calles de Iretia se movían con rapidez, pronto dejarían atrás la ciudad y podría ver, por primera vez en la vida, cómo era el resto del reino, aunque tan solo fuese a través de la ventanilla de un coche.

    Al principio se interesó enormemente por el paisaje, aunque no conseguía estar lo suficientemente concentrada como para poder disfrutar de él, por lo que dejó de observar los verdes prados y los extensos campos de cultivo para mirar al frente, donde se veía la no muy ancha carretera de tierra.

- ¿Es la primera vez que salís de Iretia? – Preguntó el guardia con una sonrisa en el rostro, mirando de vez en cuando a la joven por el espejo retrovisor.

- Una vez fui a la capital con mi madre. – Respondió Evelyn, aunque tenía pocas ganas de hablar.

- El reino es bonito.

- Aunque no lo podré ver, estaré encerrada en palacio.

- No os veo muy emocionada por ir. – Comentó el guardia sonriendo con simpatía.

- Lo lamento, tal vez estoy haciendo el viaje más pesado para vos.

- No, no os disculpéis. Es solo que resulta curioso, el resto de jóvenes que llevé a palacio estaban tan ilusionadas que apenas podían contener la emoción.

- Ojalá ese fuese mi caso. – Susurró la joven echándose hacia atrás en el asiento y recostando la cabeza.

    Ya echaba de menos a su familia y llevarían tan solo una hora de camino. La estancia en palacio se presentaba más difícil de lo que Evelyn había pensado que sería.

    Llegaron a palacio varias horas más tarde, ya cerca de las cuatro de la tarde, pues habían hecho una parada para comer. Evelyn acabó durmiéndose, encontraba el vaivén del coche bastante agradable y ver el paisaje moverse tan rápido le obligó a cerrar los ojos.

- Señorita Aberdeen, ya hemos llegado. – Comentó el guardia despertando a Evelyn mientras le mantenía abierta la puerta del coche para que pudiese salir.

     La joven parpadeó varias veces hasta despertarse completamente y acostumbrarse a la luz. Bajó del coche con cierta parsimonia pues la corta siesta le había dejado un poco descolocada, era la primera vez en muchos años que se dormía durante el día.

    El palacio real era realmente inmenso, al menos esa fue la sensación que le dio a Evelyn cuando vio la imponente estructura que se cernía sobre ella. Las paredes eran de ladrillo blanco y se erguían hacia el cielo bastantes metros. Había una zona del palacio central rodeada de altos torreones y la zona a su alrededor era un inmenso jardín, con fuentes, bancos, pequeños patios, algunos tramos de escaleras hacia zonas de exterior algo más elevadas y un montón de plantas, flores que Evelyn no había visto en la vida. La majestuosidad del palacio se acentuaba gracias al infinito número de ventanas, balcones, terrazas... Si Evelyn se había quedado tan fascinada con el exterior, apenas podía imaginar su reacción cuando viese el interior.

- Es impresionante la primera vez que lo ves. – Comentó el guardia siguiendo la mirada de la chica y perdiéndose en las vistas.

- A mi hermana pequeña le encantaría. – Susurró Evelyn sonriendo ligeramente, Kaira estaría incluso más fascinada que ella, ojalá pudiese haberla acompañado.

- Deberíamos entrar.

    Tardaron varios minutos en llegar hasta la puerta principal del palacio, minutos durante los cuales Evelyn disfrutó observando todos los detalles que pudo. Se sorprendió de que no hubiese una gran verja rodeando el espacio, aunque había guardias por el camino y distribuidos a lo largo de los primeros jardines.

    La puerta de entrada era casi el triple de alta que Evelyn y estaba cuidadosamente barnizada, a ambos lados había plantas enredaderas que subían hasta las primeras ventanas que se veían del segundo piso.

    El guardia no tuvo que llamar, pidió a uno de sus compañeros que llevasen la maleta que la joven había traído y continuaron su camino.

    Nada más entrar Evelyn se quedó fascinada. Los suelos, de mármol blanco, brillaban con los reflejos de las luces que colgaban del techo: grandes lámparas de araña adornadas con pequeños diamantes y bañadas en oro. Las paredes estaban pintadas de blanco y habían sido decoradas con cuadros de antepasados reales y tapices que describían la historia del reino.

    El amplio recibidor llevaba a varias estancias diferentes: si girabas a la izquierda te dirigías a una sala más pequeña donde había unas escaleras que comunicaban con la cocina. Si caminabas hacia el lado contrario te encontrabas una amplia sala de estar, con sillones de terciopelo azul y varias estanterías repletas de libros. Si caminabas hacia el frente llegabas a un amplio salón, donde los reyes solían celebrar bailes, banquetes y ceremonias. Esa era una de las habitaciones más impresionantes del palacio y contaba con ventanales que se abrían a un jardín interior al que Evelyn deseaba salir.

    A ambos lados de la entrada al salón de baile ascendían dos grandes escaleras en forma de medialuna, adornadas con una alfombra azul y cuya barandilla había sido bañada en oro. La joven recién llegada permaneció con la boca ligeramente abierta mientras observaba todo a su alrededor, inmóvil en el sitio.




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